Él, con sus constantes viajes de
trabajo, su negativa a que ella lo acompañara, las llegadas tarde y las
conversaciones secretas con quién sabe que cliente.
Ella se preguntaba:
- ¿Qué es lo que estaba pasando? ¿Qué había hecho
o qué había dejado de hacer?
Desconcertada, no quiere saber la
verdad, todo lo atribuía a un mal momento que estaba pasando la relación.
Él estaba emocionado no lo podía
ocultar, la alegría de vivir embarga todo su ser, las noches en su casa se
hacían eternas, le costaba conciliar el sueño, está ahí, pero su pensamiento
está en otro lugar añorando otra compañía.
Esa mañana en particular, algo
era diferente, él se había levantado muy temprano, estaba apresurado, ella al
oír tanto movimiento se despertó, al incorporarse, lo vio sacando del clóset su
ropa, la que con toda prisa la metía en unas maletas.
De un salto, estaba frente a él,
quería una explicación. Él ni se inmutó siguió con su labor, estaba angustiada,
enojada, desconcertada, todo a la vez, dudo un momento pero tomando fuerzas del
dolor y lo encaro.
- ¿Qué significa esto, exijo una explicación?
Él, se detuvo con unas camisas en
las manos sin levantar la mirada, dijo:
-
¡Me voy!
- ¿Por qué? ¿Dime qué pasa? -preguntó ella- Sentía
un vuelco en su interior y un sudor frío le recorría el cuerpo, no sabía si
ponerse a llorar o decir que se largara.
Él, dejó la ropa sobre la cama y
levanto la mirada. Ella tenía los ojos anegados con una expresión de angustia,
temblada, al verla así, se sintió avergonzado, sintió un vuelvo en el
estómago. No tuvo más remedio que hablar.
Apesadumbrado, se sentó en la
cama con la cabeza gacha empezó a decir.
- Mira tú no tienes la culpa de nada, soy yo. No
sé en qué momento deje de ser feliz, el solo pensar regresar cada noche a este
lugar me llena de angustia. Eres una buena mujer, pero no te quiero como
antes. Todo es tan rutinario, tan aburrido. Y bueno, conocí a una persona que
me ha devuelto la alegría de vivir, me siento feliz no veo la hora de estar con
ella…
Cada
palabra que él pronunciaba, era una daga que le cortaba el corazón a ella, no
dejaba de llorar, el rostro le ardía. Dentro de ella había una lucha, en
dejarlo ir, así nada más, o retenerlo, exigirle que cumpliera con el compromiso
que habían hecho al casarse.
Él
se dio cuenta de la confusión que sufría, aprovecho el momento, cerró las
maletas y salió de la recámara.
Mientras ella, únicamente atino a
sentarse en un taburete, todo le daba vueltas, en ese momento lo único que
quería era desaparecer o que fuera verdad lo que acaba de ocurrir, anhelaba que
reconsiderara y le dijera que no era cierto…
Se escuchó como se abría la
puerta, y una voz que decía.
-
¡Mandaré por las demás cosas que faltan! ¿Piensa
en qué términos se realizará el divorcio?
Sintió, como se rompía en pedazos
el proyecto de vida que los dos habían planeado, en un instante ya no existía.
El resto del día, se quedó
tumbada en la cama, iba del dolor a la rabia, después de un rato se quedó
dormida. Al despertar, se fue al baño, de frente al espejo decidió que pelearía
por su matrimonio. Rápidamente, se arregló para dirigirse a la oficina de él,
lo seguiría para saber quién era “esa” que pretendía echar a perder su
vida.
Así las cosas, salió y se enfiló
rumbo al trabajo de él. Se estacionó frente del edificio de oficinas. Tomo su
teléfono y marco, la secretaría informó que acaba de retirarse, pero si quería
lo alcanzaba antes de que entrara al elevador.
-
No se preocupe lo veré en casa -le dijo ella.
No pasó mucho tiempo, cuando vio
salir el vehículo, se dispuso a seguirlo, la cabeza le palpitaba con fuerza, un
cúmulo de sensaciones la envergaba.
El vehículo se detuvo frente a un
edificio de departamentos. Él descendió y llamo por teléfono, estaba muy
contento, según lo que observaba, después de unas cuantas palabras, guardo el
celular, se recargó en su vehículo. La espera duró unos minutos, la puerta del
edificio se abrió.
Sentía que el corazón se le
detenía, la boca la sentía seca con un sabor amargo, las manos las tenía
crispadas sobre el volante. Finalmente, apareció “esa” muy sonriente
extendiendo los brazos, él respondía del mismo modo.
Ella se quedó helada, no era
posible lo que veía.
La persona que a su marido le
había devuelto el deseo de vivir, era nada más y nada menos que un hombre.
Lo único que atino hacer, al ver
como se abrazaban y besaban, fue llamar a su abogado para fijar los términos
del divorcio.
Lunaoscura
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