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domingo, 31 de mayo de 2015

El fiasco

Él no deja de mirar la hora. Desde hace algunos meses todo ha cambiado entre ellos. 

Él, con sus constantes viajes de trabajo, su negativa a que ella lo acompañara, las llegadas tarde y las conversaciones secretas con quién sabe que cliente. 

Ella se preguntaba:

-       ¿Qué es lo que estaba pasando? ¿Qué había hecho o qué había dejado de hacer? 

Desconcertada, no quiere saber la verdad, todo lo atribuía a un mal momento que estaba pasando la relación.

Él estaba emocionado no lo podía ocultar, la alegría de vivir embarga todo su ser, las noches en su casa se hacían eternas, le costaba conciliar el sueño, está ahí, pero su pensamiento está en otro lugar añorando otra compañía.

Esa mañana en particular, algo era diferente, él se había levantado muy temprano, estaba apresurado, ella al oír tanto movimiento se despertó, al incorporarse, lo vio sacando del clóset su ropa, la que con toda prisa la metía en unas maletas.

De un salto, estaba frente a él, quería una explicación. Él ni se inmutó siguió con su labor, estaba angustiada, enojada, desconcertada, todo a la vez, dudo un momento pero tomando fuerzas del dolor y lo encaro.

-         ¿Qué significa esto, exijo una explicación?

Él, se detuvo con unas camisas en las manos sin levantar la mirada, dijo:

-         ¡Me voy!
-        ¿Por qué? ¿Dime qué pasa? -preguntó ella- Sentía un vuelco en su interior y un sudor frío le recorría el cuerpo, no sabía si ponerse a llorar o decir que se largara.

Él, dejó la ropa sobre la cama y levanto la mirada. Ella tenía los ojos anegados con una expresión de angustia, temblada, al verla así, se sintió avergonzado, sintió un vuelvo en el estómago. No tuvo más remedio que hablar. 

Apesadumbrado, se sentó en la cama con la cabeza gacha empezó a decir. 

-        Mira tú no tienes la culpa de nada, soy yo. No sé en qué momento deje de ser feliz, el solo pensar regresar cada noche a este lugar me llena de angustia. Eres una buena mujer, pero no te quiero como antes. Todo es tan rutinario, tan aburrido. Y bueno, conocí a una persona que me ha devuelto la alegría de vivir, me siento feliz no veo la hora de estar con ella… 

Cada palabra que él pronunciaba, era una daga que le cortaba el corazón a ella, no dejaba de llorar, el rostro le ardía. Dentro de ella había una lucha, en dejarlo ir, así nada más, o retenerlo, exigirle que cumpliera con el compromiso que habían hecho al casarse.

Él se dio cuenta de la confusión que sufría, aprovecho el momento, cerró las maletas y salió de la recámara.

Mientras ella, únicamente atino a sentarse en un taburete, todo le daba vueltas, en ese momento lo único que quería era desaparecer o que fuera verdad lo que acaba de ocurrir, anhelaba que reconsiderara y le dijera que no era cierto…

Se escuchó como se abría la puerta, y una voz que decía.

-         ¡Mandaré por las demás cosas que faltan! ¿Piensa en qué términos se realizará el divorcio?

Sintió, como se rompía en pedazos el proyecto de vida que los dos habían planeado, en un instante ya no existía. 

El resto del día, se quedó tumbada en la cama, iba del dolor a la rabia, después de un rato se quedó dormida. Al despertar, se fue al baño, de frente al espejo decidió que pelearía por su matrimonio. Rápidamente, se arregló para dirigirse a la oficina de él, lo seguiría para saber quién era “esa” que pretendía echar a perder su vida. 

Así las cosas, salió y se enfiló rumbo al trabajo de él. Se estacionó frente del edificio de oficinas. Tomo su teléfono y marco, la secretaría informó que acaba de retirarse, pero si quería lo alcanzaba antes de que entrara al elevador.

-         No se preocupe lo veré en casa -le dijo ella.

No pasó mucho tiempo, cuando vio salir el vehículo, se dispuso a seguirlo, la cabeza le palpitaba con fuerza, un cúmulo de sensaciones la envergaba.

El vehículo se detuvo frente a un edificio de departamentos. Él descendió y llamo por teléfono, estaba muy contento, según lo que observaba, después de unas cuantas palabras, guardo el celular, se recargó en su vehículo. La espera duró unos minutos, la puerta del edificio se abrió.

Sentía que el corazón se le detenía, la boca la sentía seca con un sabor amargo, las manos las tenía crispadas sobre el volante. Finalmente, apareció “esa” muy sonriente extendiendo los brazos, él respondía del mismo modo. 

Ella se quedó helada, no era posible lo que veía. 

La persona que a su marido le había devuelto el deseo de vivir, era nada más y nada menos que un hombre.

Lo único que atino hacer, al ver como se abrazaban y besaban, fue llamar a su abogado para fijar los términos del divorcio.


Lunaoscura

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