Llovía. Es lo único que podía asegurar
con certeza esa noche, había bebido, y el alcohol le hacía tambalearse. Andaba
por la calle sin saber bien hacia donde iba, pero sin importarle en lo más
mínimo. Manuel se habían despedido, su mujer le había dejado, y el cúmulo de
los acontecimientos que ocurrían en su vida lo habían lanzado de cabeza al
vicio y la locura.
Trastabillando, llegó a su casucha, se
echó en la cama desvencijada, las gotas se filtraban a través de los agujeros
del techo, y se mezclaban con las lágrimas de ese pobre viejo que no tenía ya
nada que perder.
Con un sabor de amargura y desconsuelo,
salió de su refugio. Mientras seguía andando de un lado al otro, tratando de ir
hacia adelante. La Luna se convirtió en su única compañía, una Luna llena, de
esas cubiertas de malos presagios.
La cara amorfa del astro le miraba con
malicia, como recreándose con sus problemas y absorbiendo lo poco humano que le
quedaba. Siguió andando por ese camino que se encontraba entre los desperdicios
que rodeaban la favela.
En un momento, miró al cielo, algo le
llamo la atención, pero lo una nube tapó la luna, mientras lo que le rodeaba
quedaba aún más en la oscuridad. Volvió la mirada en el camino, comenzó a caminar
y entonces ocurrió.
Una luz cegadora lo dejó pasmado y
tropezó cuando daba un par de pasos hacia atrás. Su primera reacción fue pensar
que se trataba de un asaltante, así que se llevó las manos a la cabeza y encogió
las piernas, preparado para el golpe, después de unos segundos alzó la mirada y
vio una luz fija que parecía observarle.
Se levantó, por unos minutos se quedó
turbado, mojado hasta los huesos, sin poder quitar la mirada de esa luz que
parecía invitarle a acercarse. Finalmente, cedió, sus piernas le llevaron a un
par de metros de eso.
A la mañana siguiente, se despertó en
ese mismo camino. Un Sol radiante iluminaba todo. Sin saber el porqué, echó a
correr por el mismo sendero que lo llevó ahí, pero por algún motivo, parecía
extraño.
Cuando llegó a su jacal, no podía dar
crédito. No estaba. En su lugar, un artefacto se erguía ante él, macizo y
amenazador. Un hombre de extrañas vestiduras salió por una puerta, no pudo más
que mirarle, sin saber si ya realmente se había vuelto loco.
El extraño, también fijó su mirada en el
viejo, lentamente se fue acercando a él.
– ¿Tiene algún problema, señor?
– No… Sí… No lo sé. Mi casa… Estaba
aquí ayer mismo… No sé qué…
– ¿Qué calle busca?
– Yo… No sé…
La mirada del hombre se tornó irónica
y pareció sonreír.
– ¿Ha estado usted bebiendo, acaso?
Manuel, no pudo más que mirar hacia el
suelo y callar.
– ¿Por qué no se acerca a la ciudad a
preguntar, a ver si alguien le puede ayudar? Siga derecho en esa dirección-
señalando al poniente-.
Manuel, le miró temeroso y en silencio,
asistiendo con un movimiento de la cabeza. Comenzó una rápida marcha hacia la
ciudad. Tenía que encontrarla para que le ayudaran, eso era todo.
Cuando se acercó lo suficiente, no pudo
más que abrir la boca y lanzar una exclamación. ¡Eso no es mi ciudad! No sabía
que era eso. Un montón de edificios enormes se erigían ante él. Gigantescos,
como hechos por titanes.
Desconcertado iba por el camino,
cuando un monstruo metálico se lanzó sobre él, un brazo le agarró y le salvó la
vida por escasos milímetros.
– ¿Qué hace, hombre? ¿Quiere que le
maten o qué?
La mujer que lo había salvado se
alejaba, mientras gritaba.
– ¡Malditos borrachos! ¡Vagos buenos
para nada, todo el día bebiendo hasta que alguien los atropella y carga con la
culpa!
Ya en la ciudad, caminaba por una de esas
extrañas calles. Un escaparate estaba lleno de unas cajas con personas
encerradas en su interior. Música diabólica que parecía provenir de ninguna
parte.
En ese momento, se dijo que era el día
del juicio final. Iba a ser juzgado, cuando un niño pasó y se ríe de él
abiertamente.
– ¡Cámbiese abuelo! ¡Que el siglo dieciséis
dejó de estar de moda hace tiempo!
¿Siglo dieciséis? ¿Cómo?
– Perdone, joven, ¿en qué año estamos?
Una carcajada fue la respuesta, pero
al ver la cara seria de Manuel, el niño le miró con seriedad.
– Once de noviembre de 2030.
Manuel, se quedó mirándole, sin poder
dar crédito. Si no mal recordaba, el día anterior había sido cinco de mayo de 1546.
No podía ser.
Trató de explicarse, trató de hacerlo
con empeño, pero lo único que consiguió es que unos tipos con uniforme le
agarrasen, y tras pasearlo por un montón de lugares, le acabaran encerrando en
una casa en el que le tenían todo el día atiborrado con unas pastillas de
colores.
De cuando en cuando, en esos breves
instantes de lucidez, Manuel seguía tratando de encontrar una explicación a lo
que estaba pasando, pero dejó de importarle cuando recordó que la había perdió
a ella.
Lunaoscura