La calle estaba sola y oscura, a
la distancia se oían las pisadas apresuradas de unos zapatos de tacón y de vez
en cuando, un ladrido lastimero.
Era Sofía que volvía de una cita
clandestina. El corazón le palpitaba acelerado y la ansiedad se reflejaba en su
rostro, caminaba presurosa, pidiendo a todos los cielos que su marido no
estuviera en casa.
Finalmente, llegó a la puerta de
su vivienda, las luces estaban apagadas, con mano temblorosa saco las llaves de
su bolsa y abrió.
Adentro imperaba el silencio, sé
quito los zapatos y dio unos pasos en puntitas, dejo la bolsa colgada en el
perchero, así como su abrigo, se adentró sigilosamente. Las sienes y el corazón
le palpitaban, su respiración estaba agitada, echo un vistazo a la estancia, a
través de la penumbra, pudo distinguir que todo estaba tal como lo había dejado
en la mañana.
Se dirigió a la recámara, estaba
a punto del colapso, que explicación le daría de Leonardo, eran las cuatro de
la mañana. La puerta estaba cerrada, giro la perilla, respirando profundo. Con
luz que se filtraba de la calle, puedo observar que en la cama no había nadie,
solo estaba la ropa que había dejado por las prisas. Suspiro aliviada, dejo los
zapatos al lado de la puerta, encendió la luz y se dirigió al baño.
En el lavabo remojo su rostro, se
miró en el espejo. Estaba pálida sin una gota de maquillaje, sus ojos
despedían, a pesar del susto, cierto brillo. Se puso el pijama, cubriéndose con
una bata, se dirigió a la cocina, se sirvió jugo y se sentó en uno de los
bancos del ante comedor.
La cabeza le daba vueltas, no
podía dar crédito de lo que había hecho, pero se sentía feliz. En ese momento, volvió
a la realidad, al escuchar que la puerta de la calle se abría, seguida de unos
pasos que se acercaban. En el umbral de la puerta, estaba Leonardo con cara de
fastidio y la corbata desanudada.
Él, le pregunto, qué hacía a esas
horas en la cocina. Tragó saliva, respondiendo que le había dado sed. Sin más
comentarios, Leonardo dio la vuelta y se dirigió a la recámara.
Sofía, espero no tenía deseos de
pensar, sus sentimientos estaban confundidos. Después de un rato, se dirigió a
la recamara, Leonardo dormía profundamente. Ella se recostó al otro lado de la
cama, estaba agotada, en pocos minutos se durmió.
A la mañana siguiente, cuando los
rayos del sol se posaron en su cara, somnolienta se incorporó, su compañero, ya
no estaba. Dejó caer su cabeza nuevamente sobre las almohadas y grito ¡Leonardo!, no tuvo respuesta. Al
parecer se había marchado, permaneció un rato con la mente en blanco y
súbitamente, los recuerdos la invadieron.
Recordó, el día de su boda, uno
de los días más felices de su vida, y Leonardo, era el hombre perfecto. Mas, su
semblante se ensombreció, al acordarse el motivo de sus dificultades, no podría
ser madre, no obstante, los tratamientos y especialistas.
A partir de la noticia, Leonardo al
parecer era el de siempre, solo que cada vez se entregaba a más a su trabajo, por
su parte, ella también. Cuando llegaban a la casa, lo único que hacían era
platicar de las cosas del día, los pendientes antes de irse a la cama. Los
fines de semana y las vacaciones salían con amistades y familiares, las salidas
juntos, ya no existían. Se había distanciando física y afectivamente, llegando
a ser solo buenos camaradas.
Igualmente, vino a su mente ese día,
en que antes de irse a trabajar, recogía la ropa de su esposo, y de uno de los
bolsillos de su camisa, se cayó un papel, en el que había escrito: "Amor, te recuerdo que tenemos una
cita, en el lugar de siempre. Te quiero. Ana".
Inevitablemente, sintió nuevamente
como si un cuchillo le desgarrara el pecho y las lágrimas la inundaron. No
alcanzaba a comprender que había pasado, saltaba del dolor a la rabia.
Ese día, salió del trabajo rápidamente,
quería confrontarlo, sin tener la certeza de lo que le diría, pero quería verle
a la cara. Pasaron las horas y Leonardo no llegaba, hasta las cinco de la
mañana, oyó que la puerta se abrió.
Recordaba la cara de sorpresa de
él, al verla ahí y como su rostro cambio, al leer el papel que le entrego. La absurda
respuesta. “No sé, seguramente fue una
broma pesada de alguien”. Su cobarde huida a la recámara, mientras le decía,
“Ándale amor, ya es tarde vamos a dormir”
Ese día, había confirmado sus
sospechas, pero no tenía ni el valor ni el ánimo de empezar una contienda, había
decidido quedarse a dormir en el sofá.
A partir de ahí, cada quien hacía
sus cosas, cada quien sus compromisos. Los fines de semana, Leonardo ya no
estaba en la casa, llegando a aparecer hasta el domingo en la noche.
Como pasaban los días, y ella se
sentía más sola y desencantada, pero no reunía el valor para terminar con esa
situación. Leonardo tampoco mostraba interés en solucionarlo.
La relación se deterioraba cada
vez más, Leonardo había pasado de un caballero a un patán, buscaba cualquier
pretexto para reprocharle su esterilidad, como si ella fuera la responsable que
sus hormonas no funcionaran bien.
La situación, se había tornado un
suplicio, había buscado apoyo en la familia y de algunas amistades, pero todos
coincidían que se trataba solo de una crisis de pareja que, con tiempo y
voluntad se resolvería.
Sabía que debía tomar una
determinación, pero sus sentimientos eran contradictorios. Por un lado, la
embargaba la culpa, Leonardo como cualquier hombre, quería trascender a través
de su prole, y por otra parte, se sentía profundamente herida en su amor
propio, ella no era la responsable de su situación, no tenía porque soportar el
maltrato y para complicarse más, seguía queriendo a su esposo.
Igual, en ese momento recordó la
reunión de trabajo, donde conoció a Arturo, un hombre tan alegre, vivaz e
inteligente, con el que hizo inmediatamente “clic”
Como al principio, la relación se
centraba en cuestiones de trabajo, hasta que Arturo la invitó a comer. Entre
llamadas y las salidas, la simple amistad se iba transformando.
Inevitablemente, revivió el día
anterior.
Le había hablado para invitarla a
bailar y tomar una copa, ella aceptó, necesitaba olvidarse por un momento de su
situación.
A la hora de la salida del
trabajo, pasó a recogerla, fueron a cenar, tomaron unas copas y bailaron, ya cerca
de la una de la mañana, le pidió que se fueran.
Arturo pidió la cuenta, en ese
intervalo, le hablo de sus sentimientos. Ella, lo escuchó con atención, en sus
adentros sintió un estremecimiento, miles de ideas le desbordaron la mente. Una
vez que termino de hablar, esperaba una respuesta. Ella, le agradeció sus
palabras, seguidamente, paso a darle una explicación sobre su situación y lo
peligroso e incorrecto que pudiera ser atreverse a aceptarlo.
Arturo, la escuchaba atentamente
sin perder de vista su rostro, obviamente, se había dado cuenta de que no
estaba tan segura de lo que decía, ya que se aproximó a ella y le dio un beso
que le callo la conciencia.
Salieron del lugar sin pronunciar
palabra, abordaron el vehículo tomando las calles solitarias de la ciudad. Arturo
le tomó su mano, no puso resistencia. Él leyó entre líneas, siguió manejando
hasta llegar a un edificio de departamentos, entro al estacionamiento.
Una vez estacionado, abrió la
portezuela y la ayudo a salir, conduciéndola al elevador, todo en absoluto
silencio, llegaron al departamento. Él, abrió y encendió la luz, invitándola a
pasar con un ademán.
Mientras ella se acomodaba en la
sala, él desapareció unos minutos, regresando con dos vasos en las manos, le ofreció
uno y se sentó a su lado. Bebieron el silencio. Recordaba su dilema, quería
estar con ese hombre, pero la imagen de Leonardo estaba presente. Además, ella
no era una mujer de aventuras, si bien Arturo le decía que estaba interesado
honestamente en ella, quién le garantizaba que fuera cierto. ¿Qué pasaría con
su matrimonio? ¿Con qué cara podría ver a Leonardo?
En ese momento, no sabía si salir
del lugar o quedarse, estaba confundida.
Arturo, se había dado cuenta de
su conflicto, con delicadeza se aproximó, diciéndole que si no estaba
convencida, no había problema, esperaría hasta que lo estuviera.
Al escuchar esas palabras, decidió
que lo haría, sin importar lo que pasara, las cosas no podían estar peor ente
ella y Leonardo. A lo mejor, esto le serviría para terminar con esa situación.
En cuanto a Arturo, no tenía certeza de sus palabras, pero en su momento lo
resolvería.
Así que se dejó llevar por ese
momento, tenía tanto tiempo que no sentía esas sensaciones en su cuerpo ni se
sentía tan deseada, que lo disfruto inmensamente. A las tres de la mañana, le
pidió que la llevara su casa. Arturo había protestado, quería que se quedara,
pero no tenía que ir a casa.
Durante el trayecto, no dijeron
nada. Un poco antes de llegar a su
destino, Arturo le dijo que si había algún problema, no dudara en llamarlo.
Una cuadra antes de llegar a su
casa, pido que se detuviera, bajo y empezó a caminar por la calle solitaria. Arturo,
la seguía desde lo lejos.
Abruptamente, su remembranza fue
interrumpida por el timbre del teléfono que sonaba, presta tomo la
llamada. Era Arturo, que con voz preocupada, le preguntaba cómo estaba.
Después de un breve silencio,
ella respondió.
Bien, -acompañado con un profundo
suspiro- de hecho ni siquiera había llegado.
Nuevamente se produjo un
silencio, fue Arturo que con cierta timidez, le pregunto.
¿Quieres, ir a almorzar?
Nada se escuchó del otro lado. Sofía,
meditaba su respuesta, estaría sola el fin de semana, como ya era costumbre,
Arturo le demostraba su interés… Finalmente, se oyó.
¡Esta bien!
¿A qué hora y en dónde?
Acordados los detalles, Sofía
colgó, se dirigió a toda prisa al clóset, saco diversas ropas. Quería algo
cómodo, sport pero que la hiciera ver
bonita. Finalmente, la indumentaria fue seleccionada, volteo al tocador, vio la
hora, era tardísimo.
Dejo la ropa sobre la cama y fue
a ducharse, envuelta en una tolla y enredada su cabellera, procedió a vestirse
y maquillarse.
Llamo a un taxi para que fuera a
recogerla. Mientras esperaba, se percató que estaba entusiasmada, no sentía
remordimiento y menos miedo.
Oyó un claxon, tomo su bolsa, las
llaves y su chamarra. Saludo y le indico al chofer la dirección. Durante
el trayecto únicamente se limitó a ver las calles.
Cuando arribo a su destino,
faltaban unos minutos para la hora acordada. Entro al restaurante, de una sola
ojeada reviso el lugar, en esos momentos vio un brazo levantado que le hacía
señas. Era Arturo, ya había llegado, ambos sonrieron, él se levantó
dirigiéndose a ella.
Estuvieron juntos todo el día,
cerca de las nueve de la noche la condujo a su casa, se despidieron. Al día
siguiente, no se vieron, él tenía planeado salir con sus hijos. Sofía aprovechó
para hacer las compras y preparar las cosas para la semana.
Así pasaron los meses, la
relación de Sofía y Arturo andaba bien, por lo que se refería a Leonardo estaba
igual o peor.
Un sábado por la noche, cuando
Sofía llegaba a su casa, encontró a Leonardo, sentado en la oscuridad, sorprendida
le pregunto qué pasaba. El se levantó y con tono molesto, le pregunto.
¿Dónde andaba?
Ella desparpajadamente, le respondió:
¡Salí con unas amigas!
¿Por qué?
Leonardo enfureció, le dijo que
tenía tiempo que la veía diferente, que en ocasiones le había marcado a la casa
y no estaba. Le exigía una explicación.
Había llegado el momento, Sofía
lo sabía. Armándose de valor lo enfrento.
De entrada, le dijo que estaba
desilusionada de él, por su falta de honestidad y sus maltratos. Que se había
cansado de ser un objeto más de la casa. Como veía las cosas, ya no había nada
entre ellos. Además, ninguno de los dos, les interesaba ya la relación.
Al oír eso Leonardo, cambio su
expresión, inútilmente trato de justificarse. Al ver que su esposa no se
inmutaba. Finalmente, se desenmascaró.
Le contó de su relación con Ana y
además, que estaban esperando un hijo. Tratando de suavizar su traición, se
justificó diciendo que las cosas sucedieron sin premeditación, simplemente se
habían dado. Ahora que iba a ser padre, comprendía que su lugar estaba con Ana,
con ella si tendría una familia.
Sofía, sintió un profundo odio
por aquel hombre, a quien un día amo. Estaba claro, todo había acabado. Ambos
decidieron que lo mejor era divorciarse. Sofía le pidió que se fuera de la
casa.
Él estuvo de acuerdo, presto se
dirigió a la recámara, donde ya se encontraban las maletas hechas. Ya en la sala,
solamente dirigió una mirada a Sofía, dejó las llaves y salio.
Durante los meses siguientes, se
llevó a cabo el divorcio. Sofía se sentía un poco decaída, pero Arturo siempre
estuvo a su lado. La relación duró algunos años, jamás se formalizó. Con el
tiempo, Sofía adoptó a dos pequeños, que son su adoración.
Lunaoscura
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