La
primera vez que se habían visto ya tenía algunos años. Esa noche, Fernando había
salido de fiesta, y precisamente en ese lugar se reencontró con Martha. Sabía
que no volvería a verla hasta después de varios años y no quería perder la
oportunidad.
Después
de la última ronda de tequilas, aquello fue un desastre. No leía bien sus
gestos, estaba torpe y descoordinado. Por si fuera poco, era -y seguía siendo-
una de las mujeres más hermosas que había conocido en su vida.
Después
de aquel día pocas ocasiones volvieron a hablar. Ella decía que le costaba
mantener el contacto. Él no terminaba de creerle del todo, pero, por suerte,
iba a poder comprobarlo.
Le
llamo para invitarle un café, Martha, parecía entusiasmada. En el último
momento canceló. Le había surgido un imprevisto y le resultaba imposible acudir
a la cita. Fernando se sintió desilusionado. Martha lo aplazó para el día
siguiente por la noche y cambió el café por cerveza. Quizá sería más cómodo,
pensó Fernando, en el caso de que se quedaran sin conversación la música de
fondo y el alcohol les echaría una mano.
Fernando
llegó diez minutos tarde, por suerte, Martha aún no había llegado. Acababa de
pedir una cerveza, cuando ella apareció. Casi se ahoga de la impresión, llevaba
un vestido azul, corto, sin mangas y ligeramente ajustado; marcaba
estupendamente su figura. Cuando Fernando se acercó para darle la bienvenida, no
vio ninguna expresión en su rostro que le indicara que había podido ver cómo
reacciono al verla entrar.
-
¡Hueles muy bien!
-
Al escuchar el comentario, Fernando
recordó que dicen que cuando una mujer le expresa a un hombre que huele bien,
ha ganado muchos puntos, pero cuando sí es lo primero que comentan,
probablemente es porque no tiene nada mejor que decir sobre la primera
impresión. Y eso es malo. - MMM… Gracias. Con el calor de esta haciendo es
difícil.
Comenzaron
a hablar de cómo les había ido durante los últimos años. Martha, le comentó que
se iba un año a trabajar fuera.
-
Te envidio, le dijo Fernando. - En realidad,
envidiaba al hombre que fuera a conocer allí. Tuvo la genial idea de
comentárselo, asumiendo que pensaría que estaba en plan de baboso y se lo
tomara a mal. Extrañamente, Martha se ríe.
Segunda
cerveza.
Entraron
al tema de las parejas. Fernando, llevaba bastante tiempo soltero y lo llevaba
bien. Se negaba a saber si ella tenía alguien esperándola en casa dispuesto a
fastidiarle la fantasía. O lo que podría ser peor, ¿y si estaba soltera? Se
atrevería a entrarle y, su imaginación se topaba con el muro de un rechazo.
Soltera. Estaba soltera.
Primera
copa.
Con
un semblante de desencanto, Martha comentó que siempre había tenido mala suerte
con los hombres. Siempre había pensado que esa ciudad tenía mucho que ver, no
conocía ninguna mujer que hablara bien de ninguno por allí -algún día tendría que
pensar en mudarse-. Los maldijo a todos. Del primero al último pasando por Fernando
y su último espectáculo. En tanto él, solo podía pensar en besarla. Y eso que aún
no había acabado la primera copa.
-
Perdona, pero me desconcentras-.
Comento Fernando.
- ¿Que
te desconcentro? ¿De qué estás hablando? - respondió Martha, completamente
desconcertada.
-
Sí, me desconcentras. He venido con la
mejor de mis intenciones a hablar contigo porque hacía mucho que nos veíamos y
tenía muchas ganas de verte. Antes de venir no paraba de darle vueltas a cómo
desaproveché la otra vez y, lo siento, pero has venido espectacular y no puedo
pensar en otra cosa. Voy a intentar seguir comportándome adecuadamente, pero
espero me disculpes si erró en algún momento.
Segunda
copa.
Se
hizo un silencio incómodo. Menos mal que se había cambiado el café por cerveza
y la cerveza por wiski y había música de fondo. Fernando
no sabía en qué estaría pensando Martha y no quería saberlo. No supo distinguir
si su cara era de preocupación, incomodidad, pero había que cortarlo. La cogió
de la mano y dijo:
-
No te preocupes, esta es la última
ronda, mañana tengo que regresar a la ciudad. Vamos a tratar de disfrutar lo
poco que queda. - al tiempo que sonreía. Ella también sonrió y dio un sorbo.
Hablaron
de frivolidades, de tonterías, de algún que otro proyecto de vida. Algo
relativamente normal teniendo en cuenta la situación en la que se habían
metido. La charla fue bastante amena e incluso se permitieron algo de contacto
corporal sin que pareciera forzado. Fernando habían salvado el tropiezo y su monólogo
anterior quedaría como otra más de sus excentricidades.
Fernando,
observó con pena cómo el wiski tocaba cada vez más de cerca el fondo de la
copa. Bonito mientras duró. Al menos podía refrescar su mente con nuevos
recuerdos para las noches que, solitarias, siempre llegan. Tocaba el momento de
la despedida. No quería hacerlo, se hubiera quedado contemplando aquel vestido
toda la noche, pero no había manera de retrasarlo. Se levantaron y salieron del
local.
-
Me ha encantado volver a verte-, dijo Martha.
Mientras,
Fernando se recreaba en aquellos ojos negros y se dejó mecer por esa mirada,
tan limpia y vibrante como siempre. Ni siquiera duró un segundo, pero lo
disfruto como nunca. La sujetó de la cintura. Firme, pero con suavidad. Un beso
en cada mejilla. Disfruto el roce de su piel, suave, tersa. Estaba loco por dentro,
pero estaba todo hecho.
-
Ha sido un placer-. Se dieron las
espaldas, no sin antes decirse que ya volverían a quedar cuando volvieran.
Un
paso. La sensación de estar perdiendo algo irrecuperable, abrumo a Fernando. Pesaba
tanto que el segundo paso era vacilante, inseguro, casi sin fuerza. Dos pasos.
Ya está, no había oportunidad y ni siquiera intentarlo, era una estupidez.
-
¡Ven! - Dijo Fernando, mientras giraba.
- Ella
también se dio la vuelta. - ¿Qué has dicho?
-
Fernando, trago saliva y dio un paso
hacia ella - Qué vengas. Sé que soy un estúpido y me vas a decir que no, pero
no puedo irme sin ni siquiera decírtelo. - Otro paso. - ¡Ven!
-
Martha, sonrió. -Pensaba que no lo me dirías
nunca, imbécil- Lo besó.
Fernando,
pensaba que con los años la había idealizado, pero aquellos labios seguían
siendo una delicia, seguía siendo un hombre con suerte.
Caminaron
hasta el hotel donde se hospedaba Fernando, se besaron en cada lámpara, en cada
portal, en cada esquina, casi en cada adoquín. Eran como par de adolescentes, y
qué bien se sentía en volver de vez en cuando a ser adolescente.
Casi
se devoraban el uno al otro en el ascensor. Eran como dos bestias salvajes que
llevaban demasiado tiempo encerradas y querían salir. Fernando, abrió la puerta
de la habitación. Ya adentro y cada vez más fogosos. La sujetó por las muñecas
contra la pared.
-
No pienso repetir lo de la primera
vez. – Dijo Fernando. -Vamos a darnos tiempo para disfrutarnos.
En
el rostro de Martha y en aquellos ojos negros, se entremezclaban a la
perfección, la frustración y el deseo.
Fernando,
le desabrochó el vestido mientras sus lenguas jugaban entre sí en una perfecta
danza orquestada, ensayada y a la vez soñada durante años. Mientras la ropa
resbalaba por su, ahora desnudo, cuerpo, no podía más que maravillarse en la
contemplación de aquella mujer, en su cuerpo, en su intelecto. Siempre he
tenido suerte, murmuro.
La
puso de espaldas contra la pared mientras sus manos recorrían cada centímetro
de su piel. Beso su cuello mientras su cuerpo se pegaba al de ella. Quería que
supiera que estaba más que preparado para llegar a más.
Ropa
interior, al suelo.
Ya
en la cama, ella bocarriba, se puso de rodillas y se quitó la camisa antes de
volver a besarla. Primero en la boca. Su oreja, su cuello… Todo con suavidad,
sin agobios, quería sentir y que ella sintiera. Siguió bajando por su abdomen…
Separó
sus piernas y pudo observar aquel tesoro que le había estado vedado tanto
tiempo. A ella se le escapo un ligero gemido. Estaba muy excitada y él también.
Martha, parecía muy ocupada moviendo su cadera, pidiéndole más brío. No parecía
haber límite. Con cada roce, un espasmo, con cada succión, un gemido.
Fernando,
aumentó el ritmo según le indicaba el cuerpo de ella. Sentía como su espalda se
retorcía en un intento por liberar tensión, pero no bastaba. Ya eran gritos lo
que se oía. Gritos que acompañaban a su nombre.
Una oleada de placer le recorrió todo el
cuerpo y casi parecía hacerla levitar de la cama. Solo paró cuando pareció
relajarse del todo.
Se
tumbó junto a ella, sonriente. Sus ojos negros seguían perforándole el alma.
-
Martha lo besó y le sentenció- No
pienses que aquí hay descanso- Mientras le quitaba los pantalones con las manos.
Se colocó encima de él, de rodillas, y empezó a moverse con él dentro.
Las
manos de Fernando recorrieron su espalda, clavándole las uñas cuando el
movimiento de su pelvis era el correcto. Sus muslos comenzaron a tensarse. Todo su cuerpo se retorcía, toda la energía se
iba concentrando cada vez en el mismo sitio. Y entonces llegó. Un chispazo que
empezó en su cabeza y recorrió con una fuerza inusitada su espalda, liberando
toda la tensión dentro de su amante mientras aullaba de placer.
Esa
noche lo que más hicieron en aquella habitación, fue darse otra oportunidad
para amarse.
Lunaoscura