Intento abrir los
ojos y lo único que distingo es una profunda oscuridad. No sé dónde estoy, ni
cómo he llegado hasta aquí. Todo me es desconocido. Percibo un agudo olor a antiséptico,
estoy en un hospital probablemente.
Llevo mis manos a mi
rostro y me doy cuenta de que mi cara está vendada. Ahogo un gemido. Extiendo
los brazos esperando palpar algo o alguien. Silencio absoluto. Me invade una sensación
de sofocación. Intento controlarme, pero un alarido por mi pecho.
-
¡Socorro! -grito-.
¡Necesito hablar con alguien!
En ese momento oigo
una puerta que se abre y pasos precipitados acercándose a mi cama. Alguien dice
con una voz firme:
-
¿Hora de llegada?
-
Las tres de la mañana -responde una
voz de mujer-.
-
Prepárenla, en un rato más iniciamos.
-
Está bien doctor. Hasta el momento no hemos
podido identificarla.
-
Okey,
pero no podemos atrasarnos. Identifícala por el número de reporte.
-
Está bien.
Un escalofrío recorre
todo mi cuerpo. Veo entonces una débil luz en mi mente, un recuerdo en el que
me concentro: Frenos que cedieron, yo intentando chocar con la valla de contención
de la autopista para reducir la velocidad con que iba, infernales chispas de
llamas se elevaban al cielo. Mi coche que vuelca y arde. No, no puede ser, mi Mazda
es nuevo, por eso salí a carretera a estrenarlo…
Angustiada, intento
levantar la mano, necesito decirles qué pasó, quién soy. Es inútil, mi cuerpo
no responde. Oigo pasos precipitados en el pasillo, sollozos y quejidos casi
histéricos sin reprimir, intuyo que es la enfermera con mi madre y mi hermana.
Momentos difíciles. Trato de decirles que estoy bien, que no se angustien, pero
nada sale de mi garganta. Escucho a lo lejos la voz de mi hermana. “¡Qué
desgracia, hermanita mía!”, repite sin cesar.
Me invade en ese
momento la dolorosa e inesperada impresión de que algo grave está pasando. Los
pasos de alejan y por no sé cuánto tiempo, solo reina la oscuridad y el
silencio.
Escucho nuevamente
pasos que se acercan, una voz dando órdenes. Me levantan y me trasladan a una
plancha, supongo que se trata del quirófano. Siento perfectamente como me
despojan de la ropa, repentinamente, me estremezco, me están limpiando. ¡Acaso,
no tienen sensibilidad, el agua esta helada! Intento decirles, pero no me
escuchan.
Una sensación de
ardor profundo invade mi abdomen, ¡Me están abriendo! ¡No, no me a echo la anestesia,
todavía siento! Grito, nada, estos sujetos no me escuchan, la desesperación y
el terror me llevan a una oscuridad sin tiempo.
Me sobresalto de
repente al oír el motor de un coche. Se me hiela la sangre y estoy a punto de
desmayarme. Estoy flotando, totalmente a la deriva. De mi garganta escapa un
grito mudo, pero en mi cerebro adquiere unas dimensiones gigantescas. Una
imagen trepa como una burbuja hasta la superficie de mi consciencia y estalla
como una bomba. ¡Mi funeral! Intento no romper a llorar. El pánico hace
estragos en mi estómago. En mi mente relumbran imágenes apocalípticas. Me
invade un frío helado, pese al sudor exuberante que puebla mi frente. Tengo que
salvar mi pellejo como pueda. Salir y pedir socorro, iniciar el regreso en sentido
contrario. Impotente y resignada reconozco que todo es inútil, ya no hay nada
que hacer.
Abro los ojos y veo
que estoy en el hospital, el doctor se me acerca solícito y me asegura que mi
salud estará perfecta y que, si lo deseo, puedo abandonar el hospital.
-
Oye, cariño, -comenta mi madre, efusiva
y visiblemente feliz, apretándome la mano- si ni siquiera son las siete de la
tarde. ¿Por qué no cenamos en un prestigioso restaurante antes de tomarnos un
largo período de vacaciones?
Lunaoscura