martes, 3 de marzo de 2015

Cecy y Susana

Con esa sensación de haber llegado a la meta, Susana iba por la vida segura que su vida transcurriría sin sobresaltos. Era una mujer madura, independiente con las necesidades básicas resueltas, su difunto marido, había dejado lo suficiente para ella y sus hijos y estos ya habían marchado.


Ella decía que, era momento de cosechar lo sembrado, en efecto, así vivía, disfrutaba de sus amistades, las salidas al cine o al teatro, las noches de lecturas solitarias o las largas caminatas por el parque, las visitas de sus hijos, nunca le falta que hacer en su pacífica-ajetreada vida.

En algunas ocasiones, sus amigas le preguntaban ¿si no había reconsiderado rehacer su vida sentimental? Su respuesta, siempre era la misma. Ya había experimentado todo o casi todo en ese aspecto, la amaron y amo, sufrió y la sufrieron, todos esos altibajos los conocía, además a esas alturas de la vida, no estaba tan segura de compartir su espacio, su tiempo y su vida. Tal vez, se había vuelto egoísta.

Entre sus múltiples actividades, asistía los sábados por la mañana, a un asilo de ancianos a hacer trabajo altruista. Ese sábado, como siempre acudió, las actividades estaban programas, es que así todo transcurría con normalidad. La única novedad, era una nueva residente, una anciana que, según le habían informado la había ingresado sus hijos, dos días antes. Los motivos, los mismos de siempre la falta de tiempo para atenderla. A Susana, se le encomendó atenderla, ya que Cecy estaba en el proceso de pérdida.

Cecy, se mantenía callada y alejada de los demás. Susana la observó antes de acercarse. Era una mujer menuda pequeñita con la piel pegada al hueso, su cabello era blanco como la nieve, su mirada estaba pérdida a la distancia, su rostro estaba decorado por muchas líneas de vida y una expresión de tristeza.

Al contemplarla, Susana sintió que el corazón se le estrujo, no era la primera vez que observaba esta escena, pero había algo en esa anciana que le resultaba familiar.

Se acercó a ella, la anciana ni se inmutó. Susana, saludo, esperando que no le respondiera, era una característica normal que los nuevos residentes sintieran coraje y resentimiento, era parte del proceso.

-         ¡Buenos días, Cecy! ¿Cómo estás?
Silencio, solo una mirada fría y de desagrado fue la respuesta de Cecy.

-         ¿Me permites acompañarte?
-         ¡Mmmm! Si quieres.

Que situación, tan incomoda, estar con alguien que no quiere tener a nadie a su lado.

-         ¡Claro, será un placer!

Jalo una silla y la puso al lado de la de Cecy, la anciana seguía con la mirada pérdida, al parecer no tenía ningún deseo de entablar conversación alguna. Susana, estuvo a su lado, en silencio, hasta que llegó el momento de retirarse.

-         Cecy, me tengo que retirar, el próximo sábado te veré de nuevo- la anciana callada, Susana le tocó el hombro, en señal de despedida.

Con un sentimiento de tristeza, Susana se retiró. Ella, estaba convencida que los asilos de ancianos eran la mejor alternativa para las familias. Era un lugar donde se atendían las necesidades especiales de las personas mayores, dándoles tranquilidad a los familiares. Claro que, no debía ser fácil de entender para los ancianos que, de repente eran separados del seno familiar y convivir con gentes desconocidas con reglas preestablecidas.

Después de ese razonamiento, la vida de Susana volvió a la normalidad. Hasta en la noche del viernes, en que recordó a Cecy, la vería al día siguiente. Esperaba que su actitud se hubiera suavizado.

A su llegada al asilo, inmediatamente pregunto por Cecy. Le informaron que estaba en el jardín tomando el sol.

-         ¿Cómo se encuentra, ya se adaptó o sigue igual de retraída?
-         Esta más tranquila, ya sabe esto lleva un tiempo. Si quiere puede ir a verla.
-         Si, lo haré.

En efecto, Cecy y su diminuto cuerpo arropado con un chal, estaba tomando el sol matutino.

-         ¡Buenos días, Cecy! ¿Cómo se siente hoy?
-         La anciana, levanto la vista y sin mucho aspaviento respondió- ¡Bien, gracias!
-         Me da mucho gusto, ¿puedo, acompañarla?
-         Si quiere
-         Es una mañana bonita, el sol está esplendido- Susana, trataba de acercarse a la anciana.
-         … Si, está bonito.

¡Qué lío!, qué más decía sin molestar a Cecy, era obvio que estaba más abierta al diálogo, pero qué le platicaba.

Durante un rato, se mantuvieron calladas, hasta que Cecy rompió el silencio.

-         ¿Tú, también no tienes a quien hacerle falta, verdad?

La pregunta la dejó helada, por unos momentos guardo silencio mientras digería la pregunta.

-         ¿Por qué, dices eso Cecy? Tengo a mi familia.
-         Yo también, pero mírame estoy aquí, ya no les hago falta. Tú también estas aquí.
-         Bueno, Cecy son dos cosas distintas, veras, me gusta el trabajo comunitario… no vivo aquí.
-         Lo sé, pero ya no tienes a nadie a quien hacerle falta… una forma de compensar tu soledad es el trabajo comunitario… o me equivoco.
-         Te equivocas, Cecy tengo muchas cosas que hacer… tengo una vida plena… hoy puedo dedicar mi tiempo a lo que me plazca.
-         ¡Ah! ¿Qué hay de tu familia? ¿Dónde esta?
-         Mis hijos ya son mayores, sean marchado hacer su vida, lo normal. Todos, lo hicimos en su momento. Mantenemos comunicación y cuando las circunstancias lo permiten ellos vienen a visitarme o yo voy a verlos.
-         Ya veo… ¿Eres viuda o divorciada?
-         Le empezaba a desagradar el rumbo de conversación, pero decidida a ganarse la confianza de la anciana, respondió –Viuda, mi esposo murió hace algunos años… Antes que me preguntes el porqué no rehice mi vida, te diré que no sentí la necesidad de hacerlo.
-         Te entiendo bien… entre los hijos y los deberes, el tiempo se pasa y cuando te vienes a dar cuenta, no estás segura de compartir tu vida y tu espacio.
-         Sí, así es. Pero en mi caso, me siento bien. ¡Disfruto mi vida!
-         Yo también la disfrute, estaba convencida que era ideal. Solo comencé a dudar cuando me hice mayor… cuando, la edad me empezó a cansar y mi estado físico se deterioró. Ahí, fue cuando empecé a cuestionarme que tan acertada fue mi decisión. Cuándo, lo único que pides es una mano en el cabello antes de quedarte dormida para siempre…
-         Las palabras de la anciana, fueron como un balde de agua fría en la conciencia de Susana, turbada, dijo –Cecy, ya es hora, me tengo que retirar, seguiremos platicando el próximo sábado.
-         Aquí estaré, no te preocupes.

Susana se acercó, le dio un beso en la mejilla. Cecy, respondió con una palmada en la espalda y su boca dibujo una leve sonrisa.

Las palabras de la anciana, turbaron a Susana durante el resto de la semana. El sábado siguiente, se dirigió deprisa al asilo, tenía que preguntarle a Cecy mil cosas que le daban vuelta en la cabeza. Cuando pregunto por Cecy, le informaron que la anciana había muerto el lunes anterior.

La noticia la conmociono, como autómata se dirigió a la salida. Después de unos días, se dio cuenta de que tenía de analizar su decisión de vida… A medida que paso el tiempo los hijos crecieron, dejaron la casa, los padres envejecieron, murieron y al final…  sería que daría su vida por un abrazo fuerte, esa fuerza única que la sujete, la contenga…



Lunaoscura

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