Con esa sensación de haber
llegado a la meta, Susana iba por la vida segura que su vida transcurriría sin
sobresaltos. Era una mujer madura, independiente con las necesidades básicas
resueltas, su difunto marido, había dejado lo suficiente para ella y sus hijos
y estos ya habían marchado.
Ella decía que, era momento de
cosechar lo sembrado, en efecto, así vivía, disfrutaba de sus amistades, las
salidas al cine o al teatro, las noches de lecturas solitarias o las largas
caminatas por el parque, las visitas de sus hijos, nunca le falta que hacer en
su pacífica-ajetreada vida.
En algunas ocasiones, sus amigas
le preguntaban ¿si no había reconsiderado rehacer su vida sentimental? Su
respuesta, siempre era la misma. Ya había experimentado todo o casi todo en ese
aspecto, la amaron y amo, sufrió y la sufrieron, todos esos altibajos los
conocía, además a esas alturas de la vida, no estaba tan segura de compartir su
espacio, su tiempo y su vida. Tal vez, se había vuelto egoísta.
Entre sus múltiples actividades,
asistía los sábados por la mañana, a un asilo de ancianos a hacer trabajo
altruista. Ese sábado, como siempre acudió, las actividades estaban programas,
es que así todo transcurría con normalidad. La única novedad, era una nueva
residente, una anciana que, según le habían informado la había ingresado sus
hijos, dos días antes. Los motivos, los mismos de siempre la falta de tiempo
para atenderla. A Susana, se le encomendó atenderla, ya que Cecy estaba en el
proceso de pérdida.
Cecy, se mantenía callada y
alejada de los demás. Susana la observó antes de acercarse. Era una mujer
menuda pequeñita con la piel pegada al hueso, su cabello era blanco como la
nieve, su mirada estaba pérdida a la distancia, su rostro estaba decorado por
muchas líneas de vida y una expresión de tristeza.
Al contemplarla, Susana sintió
que el corazón se le estrujo, no era la primera vez que observaba esta escena,
pero había algo en esa anciana que le resultaba familiar.
Se acercó a ella, la anciana ni
se inmutó. Susana, saludo, esperando que no le respondiera, era una
característica normal que los nuevos residentes sintieran coraje y
resentimiento, era parte del proceso.
-
¡Buenos días, Cecy! ¿Cómo estás?
Silencio, solo una mirada fría y
de desagrado fue la respuesta de Cecy.
-
¿Me permites acompañarte?
-
¡Mmmm! Si quieres.
Que situación, tan incomoda,
estar con alguien que no quiere tener a nadie a su lado.
-
¡Claro, será un placer!
Jalo una silla y la puso al lado
de la de Cecy, la anciana seguía con la mirada pérdida, al parecer no tenía
ningún deseo de entablar conversación alguna. Susana, estuvo a su lado, en
silencio, hasta que llegó el momento de retirarse.
-
Cecy, me tengo que retirar, el próximo sábado te
veré de nuevo- la anciana callada, Susana le tocó el hombro, en señal de
despedida.
Con un sentimiento de tristeza,
Susana se retiró. Ella, estaba convencida que los asilos de ancianos eran la
mejor alternativa para las familias. Era un lugar donde se atendían las
necesidades especiales de las personas mayores, dándoles tranquilidad a los
familiares. Claro que, no debía ser fácil de entender para los ancianos que, de
repente eran separados del seno familiar y convivir con gentes desconocidas con
reglas preestablecidas.
Después de ese razonamiento, la
vida de Susana volvió a la normalidad. Hasta en la noche del viernes, en que
recordó a Cecy, la vería al día siguiente. Esperaba que su actitud se hubiera
suavizado.
A su llegada al asilo,
inmediatamente pregunto por Cecy. Le informaron que estaba en el jardín tomando
el sol.
-
¿Cómo se encuentra, ya se adaptó o sigue igual
de retraída?
-
Esta más tranquila, ya sabe esto lleva un
tiempo. Si quiere puede ir a verla.
-
Si, lo haré.
En efecto, Cecy y su diminuto
cuerpo arropado con un chal, estaba tomando el sol matutino.
-
¡Buenos días, Cecy! ¿Cómo se siente hoy?
-
La anciana, levanto la vista y sin mucho
aspaviento respondió- ¡Bien, gracias!
-
Me da mucho gusto, ¿puedo, acompañarla?
-
Si quiere
-
Es una mañana bonita, el sol está esplendido-
Susana, trataba de acercarse a la anciana.
-
… Si, está bonito.
¡Qué lío!, qué más decía sin
molestar a Cecy, era obvio que estaba más abierta al diálogo, pero qué le
platicaba.
Durante un rato, se mantuvieron
calladas, hasta que Cecy rompió el silencio.
-
¿Tú, también no tienes a quien hacerle falta,
verdad?
La pregunta la dejó helada, por
unos momentos guardo silencio mientras digería la pregunta.
-
¿Por qué, dices eso Cecy? Tengo a mi familia.
-
Yo también, pero mírame estoy aquí, ya no les
hago falta. Tú también estas aquí.
-
Bueno, Cecy son dos cosas distintas, veras, me
gusta el trabajo comunitario… no vivo aquí.
-
Lo sé, pero ya no tienes a nadie a quien hacerle
falta… una forma de compensar tu soledad es el trabajo comunitario… o me
equivoco.
-
Te equivocas, Cecy tengo muchas cosas que hacer…
tengo una vida plena… hoy puedo dedicar mi tiempo a lo que me plazca.
-
¡Ah! ¿Qué hay de tu familia? ¿Dónde esta?
-
Mis hijos ya son mayores, sean marchado hacer su
vida, lo normal. Todos, lo hicimos en su momento. Mantenemos comunicación y
cuando las circunstancias lo permiten ellos vienen a visitarme o yo voy a
verlos.
-
Ya veo… ¿Eres viuda o divorciada?
-
Le empezaba a desagradar el rumbo de
conversación, pero decidida a ganarse la confianza de la anciana, respondió
–Viuda, mi esposo murió hace algunos años… Antes que me preguntes el porqué no
rehice mi vida, te diré que no sentí la necesidad de hacerlo.
-
Te entiendo bien… entre los hijos y los deberes,
el tiempo se pasa y cuando te vienes a dar cuenta, no estás segura de compartir
tu vida y tu espacio.
-
Sí, así es. Pero en mi caso, me siento bien. ¡Disfruto
mi vida!
-
Yo también la disfrute, estaba convencida que
era ideal. Solo comencé a dudar cuando me hice mayor… cuando, la edad me empezó
a cansar y mi estado físico se deterioró. Ahí, fue cuando empecé a cuestionarme
que tan acertada fue mi decisión. Cuándo, lo único que pides es una mano en el
cabello antes de quedarte dormida para siempre…
-
Las palabras de la anciana, fueron como un balde
de agua fría en la conciencia de Susana, turbada, dijo –Cecy, ya es hora, me
tengo que retirar, seguiremos platicando el próximo sábado.
-
Aquí estaré, no te preocupes.
Susana se acercó, le dio un beso
en la mejilla. Cecy, respondió con una palmada en la espalda y su boca dibujo
una leve sonrisa.
Las palabras de la anciana,
turbaron a Susana durante el resto de la semana. El sábado siguiente, se
dirigió deprisa al asilo, tenía que preguntarle a Cecy mil cosas que le daban
vuelta en la cabeza. Cuando pregunto por Cecy, le informaron que la anciana
había muerto el lunes anterior.
La noticia la conmociono, como
autómata se dirigió a la salida. Después de unos días, se dio cuenta de que
tenía de analizar su decisión de vida… A medida que paso el tiempo los hijos
crecieron, dejaron la casa, los padres envejecieron, murieron y al final… sería que daría su vida por un abrazo fuerte,
esa fuerza única que la sujete, la contenga…
Lunaoscura
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