La calle respiraba fuego, húmedos cuerpos deambulan en la noche, en que mis pasos temblaron ante tu puerta. La luna nos envuelve en la blancura del anonimato.
Tú no te rendías, pero mis artes luciferinas surtían finalmente su efecto. Caíste como Adán, ante mi dulce veneno. Cuando la luz empieza a despuntar, vuelve a ti la culpa y te encierras en tu atalaya de cristal, arrepentido por quebrantar tus mandamientos.
Más yo, Eva sin principios, serpiente tejedora de mágicos ungüentos, luché contra esas huestes tuyas del miedo. Y vencí al maldito hombre desdichado que tiene que elegir entre el amor y el deber, ese Lancelot que llevas dentro.
Hoy, que tu pecado ya ha sido perdonado, vuelvo a sentir que la calle respira fuego y la luna llama al anonimato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario