Todo comenzó en una tarde en la
que las hermanas Ayala, se reunieron y sus hijos decidieron irse de fiesta. Cuando
llego la noche, se prepararon para ir a dormir, era una hermosa noche de
octubre, con una luna llena esplendorosa, no obstante, el ambiente era
silencioso y se sentía una energía densa, por lo que decidieron esperar el
regreso de los chicos. Se dirigieron a una pequeña recámara que se encontraba
en el fondo de la planta baja, con vista al huerto.
Todo marchaba con normalidad, las
dos hermanas acostadas una a lado de la otra, remembraban tiempos de niñez, así
llegaron las tres de la mañana. Bertha, la hermana mayor de Matilde, estaba
cansada y se le cerraban los ojos, pero ninguna de las dos quería dormir hasta
oír que llegaran los chicos.
En un momento, en el que Bertha
estaba contando un recuerdo de niñez, guardo silencio, Matilde, se imaginó que
se había dormido, giro la cara para confirmar su hipótesis, cual sería su
sorpresa, su hermana tenía los ojos desorbitados y estaba paralizada de miedo,
no lograba decir nada, solo con el dedo índice apuntaba a la ventana. Bertha
asustada, le preguntaba – ¿Manita, te sientes bien?
Desconcertada sin saber que
hacer, dirigió la mirada a donde su hermana señalaba, un frío le recorrió la
espalda y sintió que los vellos del cuerpo se le erizaban. Frente a las
mujeres, una sobra cruzaba la recámara y traspasando la ventana, se fue a parar
al lado de un árbol de nogal del huerto.
Matilde, abrazo con fuerza a su
hermana, ambas estaban mudas, una especie de parálisis les impedía gritar o
salir corriendo, después de unos segundos, que les parecieron siglos, ambas empezaron
a rezar a santiguarse. El hombre de negro, seguía al lado del árbol, y aun
cuando no podían ver su rostro, sentía su mirada penetrante.
Bertha, fue la primera en
recuperar la calma, de un salto se levantó de la cama, mientras Matilde se
trataba de recomponerse. Cuando ambas, estaban de pie, se acercaron a la
ventana; el hombre de negro, frente a su mirada se desvanecía, en tanto un
alarido se escuchaba en medio del más denso silencio de la noche.
A los pocos minutos, se escuchó que
la puerta principal se abría y las risas de los chicos que habían llegado.
Ellas, apresuradas salieron de la recámara, y los chicos les recriminaron que
no se hubieran dormido. Bajo esas circunstancias, las hermanas no comentaron
nada y ambas se fueron a dormir.
Lunaoscura
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