sábado, 19 de septiembre de 2015

Un último cigarro

Viejo y vencido por los años, Ernesto se acuesta en su camastro de la casa familiar donde, ya hace años que nadie habita. Intenta dormir pero, algunas veces, pasada la medianoche o rondando la madrugada, se despierta sobresaltado e inquieto, y ya sin sueño, sale al exterior de la casa, se sienta en la banca que hay en pórtico, mira las estrellas que parpadean a lo lejos, y los recuerdos vienen a su mente.

En la lobreguez de la noche, le parece ver el rostro de ese muchacho, sonriente y valiente para ser solo un chiquillo, y demasiado joven para fumarse un cigarrillo, aunque fuese el último.

Era delgado y frágil, el único superviviente de una balacera que tuvieron los narcos y la milicia que, se encontraron de improviso, en un cruce de caminos. Como resultado de ese enfrentamiento, quedaron en el suelo siete cadáveres y un herido.

El muchacho sangraba de una pierna y del costado. Tumbado en el suelo y a pesar de sus heridas, en su rostro no había miedo, ni siquiera resignación, su mirada era más bien de curiosidad. Observaba a los militares como si los entendiese, como si este fuese un juego en el que a él le había tocado perder.

Cuando su mirada se cruzó con la Ernesto, sonriente y con voz cansada, le dijo ¡Dame un cigarrillo, paisano! Este, se lo dio, pero cuando se lo iba a encender, se acercó el capitán que, enfurecido, y de una patada hizo volar el cigarrillo por el aire, su voz sonó rabiosa cuando gritó.

-         ¿Para esto nos jugamos la vida? ¿Para que te hagas amigo del enemigo?

Ernesto, el cabo, musitó en voz baja

-         Se está muriendo, mi capitán.
-         El jefe de la patrulla contestó- ¡Entonces, será mejor que se muera de una vez, carajo!

Desenfundó su pistola y gritó mirando a todos.

-   ¡Esto es una guerra, señores, aquí nos matan o los matamos! ¡Aquí nadie está jugando!

De dos pasos, se plantó frente al soldado y le entregó la pistola.

-         ¡Dispárale y remátalo, así aprenderás quien es tu enemigo!

El novato, tenía los ojos abiertos como platos. El capitán volvió a hablar, pero esta vez lo hizo despacio y muy convencido.

-         ¡Dispárale o te disparo yo a ti, por traidor, recuerda que tienes compañeros muertos por gente como este maldito!

Ernesto, cogió el arma, había un silencio tenso, hasta los pájaros se habían callado y la espera era dolorosa. El muchacho, lo animó, ¡anda, dispara y acaba con esta estupidez, paisano!

Apuntó al pecho del chiquillo herido, y antes de que apretase el gatillo, el muchacho dijo, como si hablase para sí mismo, ¡fúmate un cigarrillo a mi nombre de vez en cuando, por el cigarrillo que me debes, amigo!

En ese instante el arma disparó, una, dos, tres veces, el jovencito dobló la cabeza en silencio.

Desde entonces, Ernesto no puede dormirse sin despertar a medianoche, sintiendo la necesidad de salir fuera de su casa y ponerse a mirar las estrellas, mientras las observa parpadear, sin pensarlo, enciende un cigarrillo.

Mientras fuma y observa el cielo, ve o cree ver, al muchacho que desde hace más de treinta años lo saca de la cama para fumar juntos un cigarrillo a medianoche.


Lunaoscura

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