Desde que empezó la guerra, Nicaragua y su pueblo sufrían las atroces
consecuencias. Según el gobierno de Somoza, se trataba de un grupo de
guerrilleros subversivos, que trataban de desestabilizar la democracia del
país, imponiendo el socialismo represivo, tal cual se vivía en Cuba y en los países
socialistas, mientras los otros, los del Frente Sandinista de Liberación
Nacional, se declaraban en contra de la dictadura de la familia Somoza y contra
la influencia norteamericana. Fuera lo que fuera, los que sufrían las
injusticias, era el pueblo, ya que los unos y los otros cometían atrocidades
que motivaban que muchos ciudadanos abandonaran sus casas, huyendo a lugares
“seguros” dejando atrás, todo aquello que con tantos sacrificios había
logrado.
José y María eran de esos desplazados, que huyendo de las atrocidades, se
habían refugiado en la aldea de San Carlos, no obstante, las actividades
delictivas de los grupos beligerantes eran el pan de cada día, María vivía en
constante preocupación por José, que para buscar el sustento, se trasladaba a
diferentes aldeas.
Pero ese catorce de febrero, las mortificaciones de María que estaba
dentro del jacal, fueron interrumpidos por unos pasos que se acercaban,
rápidamente dirigió la mirada a la entrada, era José su marido, llegaba del
pueblo en donde estaba haciendo un trabajo, se notaba cansado, ella sintió que
el corazón le dolía y los ojos se le llenaron de lágrimas ¡Cuántos sueños se
había roto con esa guerra que no entendía! Se aproximó a él y le dio un beso en
la mejilla, pregonándole si quería comer o un poco de agua. José le dijo que no
tenía hambre, pero si quería el agua.
Ella se dirigió a la mesa donde había una jarra con agua fresca y unos
vasos, tomo un vaso y vertió un poco del contenido, volvió sobre sus pasos en
dirección a José.
- Extendió la mano y ofreció la bebida- ¡Toma
amor! ¿Cómo están las cosas en el pueblo?
- Dicen que anoche los de la guerrilla se llevaron
algunos hombres. No saben que les pudo haber pasado, pero todos piensan que fue
para que se unieran al movimiento. No sé que va a pasar, todo es confuso. Don
Chema, me decía que está pensando en irse que ya nada es seguro aquí. ¿Qué
vamos a hacer mujer?
- ¡Tranquilo amor! Tenemos que mantener la calma
y estar alerta, no debemos de perder la esperanza que todo esto se solucionara.
- José se había sentado, María, se acercó y lo
abrazo por el cuello- ¡Ándale! Lávate mientras yo caliento la comida. ¿A qué no
te acuerdas que se festeja hoy?
- José con una expresión ¡No me acuerdo!, comento
-Discúlpame mi vida, no me acuerdo, pero dime ¿Qué festejaremos?
La cara de María se iluminó y su boca esbozó una sonrisa, diciendo:
- Es ¡14 de febrero, día del amor y la
amistad! Mira amor, esta guerra no nos
va a quitar esto, es que así prepare algo especial para cenar.
Rápidamente se dirigió a una canasta que tenía suspendida de una de las
vigas de la choza, la descolgó, estaba cubierta con un pedazo de tela blanca.
Ella la quito y en su interior se podía apreciar dos recipientes de plástico
que contenían alimento, uno con sopa seca y el otro, con unas piezas de pollo
fritas, con ese botín se acercó a la mesa poniéndolo sobre ella. El rostro de
María estaba iluminado como si se tratara de todo un manjar, José la
contemplaba, él sentía ternura y amor por esa mujer, la amaba, y a la vez,
coraje y frustración de no poder ofrecerle algo más. María se dio cuenta de lo
que sentía José, a fin de no echar a perder la celebración, le dijo.
- ¡Ándale hombre vete a lavar! Mientras pongo la
mesa.
Jalándolo a fin de que se levantara. Mientras, él se lavaba el rostro, ella
se dirigió a unas cajas de cartón, de una de ellas saco un mantel, que rápidamente
lo puso sobre la mesa, sobre el cual coloco un envase de vidrio con unas flores
silvestre, unos platos, vasos y cubiertos. Todo lucía bien, según ella
considero.
Una vez terminada la decoración, se paró en el marco de la puerta,
observando a su marido, dirigió la mirada al cielo y pensó ¡No es tan tarde…
podríamos ir al río a bañarnos…! Sin más, se acercó a José y lo tomo de la mano
se puso a caminar.
- José
desconcertado le dijo -¿Qué pasa, mujer, qué haces?
- Pensándolo
bien, nos vamos a ir al río, a darnos un chapuzón.
- ¡Estás,
loca, ya pusiste la mesa para celebrar!
- Sí, pero
puede esperar. ¡No sea aguafiestas, vamos!
- Está
bien, pero antes hay que subir la comida, sino algún animal se la puede comer.
Soltándose de María echo a correr al jacal, tomo la canasta y la colgó en
la viga, echo un vistazo a la mesa, sonrió y salió para encontrarse con su
mujer.
- ¡Todo listo, vámonos señora!
Los dos rieron, se tomaron de las manos, dirigiéndose al río. Ahí jugaron como niños, tenía mucho tiempo
que no se divertían tanto. Después de un tiempo y todos mojados tomaron sus
ropas y se vistieron. Ya empezaba a ocultarse la luz y podría ser peligroso
andar por ahí.
Tomados de las manos llegaron a la choza, estaba en penumbras, con sigilo
entraron, no había peligro. María se dirigió a la alacena y tomo un quinqué,
encendiéndolo. La choza se iluminó tenuemente.
Ella se dirigió a la canasta y la descolgó, mientras José la observaba
embelesado. María era consciente de la mirada de José. Dispuso todo en la mesa,
se sentía orgullosa, todo lucían hermoso.
Dirigiéndose al fondo de la choza, tomó del improvisado armario un
vestido, era sencillo de color rosa, se quitó la ropa húmeda, sacudió su cabellera
y lo arreglo con sus dedos, se montó el vestido y se calzó unos zapatitos
bajos.
Acercándose a su marido, le dio un beso suave y se dispuso a servir la
mesa. Él únicamente la observaba, se veía tan feliz.
Hacía un año, se habían casado, unos meses antes de que empezará la
guerra, tenían tantos planes, según ellos antes de planear tener hijos se
harían de un lugar donde poder vivir, terminarían sus estudios universitarios,
viajarían... La guerra había terminado con todos los planes. La universidad
estaba sitiada por el ejército, los constantes enfrentamientos de la guerrilla
y el ejército hacían insegura la vida en la ciudad y las oportunidades de
trabajo eran nulas.
La cena transcurrió entre plática y risas, José recogió la mesa, mientras
María preparaba un poco de café y sacaba las sillas fuera de la choza. Al darse
cuenta José de lo que hacía María, de un lugar secreto saco una botella de vino,
tomo dos vasos de la alacena. Salió de la choza y se aproximó a su esposa. Ella
se giró, observando lo que José tenía en las manos. Sonrió y le ayudo con los
vasos, mientras José los llenaba.
Ambos se sentaron, observando la luna llena, el cielo estaba despejado,
solamente se oían los sonidos de la naturaleza, una brisa suave los envolvía
con un aroma de huele de noche. Ella recargó su cabeza sobre el hombro de José,
los dos guardaban silencio disfrutando del momento.
José paso su brazo por detrás de ella, después de unos breves segundo le
levanto el mentón, dándole un dulce y largo beso. De ella, solo suspiro profundamente…
José, la entre sus brazos y entraron a la choza. Deposito a María sobre la
cama, la beso y acaricio su rostro. Mientras ella, cerraba los ojos y sus manos
recorrían la espalda, poco a poco la intensidad de las caricias subió… la noche
fue cómplice de la pasión que ambos desbordaron esa noche…
Era ya de madrugada, ambos yacía profundamente dormidos, cuando unos
gritos y cosas que se rompían, los despertaron. Sobresaltados, se incorporaron
de la cama, unas luces de linternas los deslumbraron, al unísono varias voces
se escuchaban.
Una de ella, al parecer la que llevaba en mando, dijo
- “Miren los tortolitos se despertaron” - Acto
seguido, se oyeron unas carcajadas.
- Cojan a ese, nos puede servir, a la vieja no
le hagan nada.
En vilo tomaron a José, aventándole al piso, mientras le arrojaban su ropa.
María, sintió como el corazón le latía, aterrada solo atinaba a cubrirse.
Los hombres lo tomaron a José de los brazos, arrastrándolo fuera del
jacal. María se envolvió con las sabanas y salió. Dirigiéndose, al líder le
suplico que dejara a su esposo.
El comandante con mirada despectiva, aventó a María al suelo, sin dar
respuesta a su suplica, grito a su comando:
-
Retirada, ya no hay nada que hacer aquí.
Al oír la orden, los guerrilleros desaparecieron con José como motín.
Mientras María entre sollozos oraba ¡Santos y Mártires de Cristo Rey, rueguen
por nosotros!
Lunaoscura
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