Luz, no podía dormir.
Llevaba toda la noche dando vueltas en la cama. La atmósfera sofocante de la
habitación tampoco le ayudaba a conciliar el sueño. Quizás se levantó una
docena de veces, e iba a la cocina a beber agua, mas como pretexto para moverme
un poco que por sed. Y en una de esas rondas nocturnas –quizás fuera la última-
se acercó al balcón.
Deseaba sentir,
aunque fuera por unos segundos la brisa fresca que trasnochaba por la calle.
Puso un pie descalzo sobre el suelo enladrillado, después el otro. Se sentía un
poco loca allí, observando un paisaje carente de personas, pero el aire la
refrescaba; no la piel, sino la mente.
Contemplaba el cielo
urbano, cuando descubrió posiblemente la luna más bella que en su vida había
visto. Estaba llena, redonda y lo suficientemente baja como para sentirla
cercana y distante al mismo tiempo. Brillaba. Refulgía ligeramente con una luz
espectral. Estaba prácticamente sola en el cielo. Apenas si se veían estrellas,
y las pocas que había pasaban desapercibidas ante aquella majestuosidad.
Por un momento, se
sintió arropada y sobrecogida al mismo tiempo; sus problemas volaron de su
cabeza. Pero eso solo fue un momento. Avanzo hasta quedar con los brazos y la
cabeza en contacto con la reja que cubría todo el balcón. Apoyó la barbilla
sobre el metal, contemplándola. La ironía de la situación era opresiva. No importaba,
quería mirarla un poco más. Quiso abrir la reja y extender el cuerpo y los
brazos para alcanzarla, pero sabía la distancia que las separaba.
La contemplo unos
segundos más y se dio la vuelta perezosamente. Caminó despacio hasta su
habitación, se tendió de nuevo en la cama. Pensaba en muchas cosas, cuando de momento
todo su pensamiento rememoro la noche en que, fuera de su comportamiento
normal, había aceptado la invitación de Mariano -el recuerdo la estremeció y
una sensación de ahogamiento la invadió-. Como si se tratara de una regresión volvió
a revivir la experiencia.
Mariano la invito, Ella
titubeo. Él, maliciosamente, comento.
-
No empieces algo que no puedas
controlar- mientras su mano se posaba en
su cintura. Lentamente, la acercó a él. Sintió la respiración de él en su
cuello, su corazón se aceleró, se sentía acorralada entre la curiosidad y las
probables consecuencias, pero era algo tarde no había modo de que se detuviera.
-
Está bien vamos.
-
¿Estás segura? – le pregunto agitado,
mientras sus pupilas la devoraban.
-
¡Lo que quieras hacer, hazlo!
En ese instante el
deseo se volvió incontrolable, su corazón se había tornado indomable, se volvió
vulnerable. La razón no dominaba esas sensaciones. No era una cuestión de
inteligencia, al tenerlo de frente, había perdido la habilidad de dominar
aquella situación.
La noche era oscura,
tan oscura como la tentación que se despertaba en ella. Envueltos en esa
oscuridad con el silencio de la ciudad sus cuerpos cantaron melodías que hasta
el mismo cielo las escucho.
No podía dejar de
escuchar como él pronunciaba su nombre, como se adueñaba de su alma en cada
suspiro, con cada gemido que soltaba. Nunca antes se había sentido tan viva.
Sus manos hacían magia, transformando el adormecimiento de su cuerpo en algo
vivo capaz de sentir y disfrutar del placer.
Caricia tras caricia,
ella se desvanecía, sus sentidos cobraban vida, mientras su cuerpo era devorado
por un huracán que destruía su mente, su conciencia, solo existían cuerpos
ansiosos y mentes complacientes.
Ella, no paraba de
decirle ¡Ven! Entra en mí y calma este deseo ardiente, que
tus labios recorrieran cada espacio secreto, de mi cuerpo. Con la pasión de tu
cuerpo, ¡Lléname!
Rememorar el recuerdo,
la hacía estremecerse, se desconocía, pero sentía la vida fluir nuevamente en
un torrente incandescente. Los primeros rayos del alba la sorprendieron, su
cuerpo estaba exhausto y una pesadez la adormecía.
Lunaoscura
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