Lana,
despertó en una cama diferente. Se levantó despacio, estaba sobre el suelo de
una cocina de aspecto rústico y antiguo. Miró a su alrededor y descubrió otros
tres camastros, dos vacíos y en el último estaba sentada una chica.
Era
una completa desconocida, sin embargo, ella le sonrió, la tomó de la mano y la condujo
fuera de la casa.
El
cielo era muy gris con tonos rojizos, las plantas eran de plástico y no se
veían animales por ninguna parte. Se sentaron en una colina, sobre el falso
césped, la desconocida la abrazó cariñosamente. De pronto una sirena sonó
fuertemente, ambas se pusieron de pie de un salto. La chica, le sujeto del
brazo y tiró fuertemente hasta el interior de la cocina.
Cuando
cerró la puerta a sus espaldas, Lana descubrió asombrada a las dos personas que
ocupaban los otros camastros. Uno era un niño de unos siete años, pero muy
serio. El otro era un anciano que se le acercó y se presentó bajo el nombre de
“Noé”.
Debió
de leer en la cara de Lana, la desesperación y confusión que inundaba su
pensamiento, porque rápidamente le explicó lo que sucedía.
No
sabía exactamente en qué año estaban, lo último que recordaba era la III Guerra
Mundial. Ahora que la gran mayoría de la población había desaparecido, unos
pocos se habían autoproclamado el Estado Único y controlaban a los pocos
supervivientes aislándolos en sus propias casas.
El
método era sencillo, una vez al día y sin previo aviso, a cualquier hora, se
hacían prácticas con cabezas nucleares en los pocos núcleos de población
restantes. De esta manera, nadie huía lejos de sus refugios debido al miedo y
se impedía la disgregación masiva y las interacciones interurbanas.
Ahí,
es cuando Lana se fija que la cocina no tenía ventanas, el lugar era un
refugio. Este, tenía solo dos salidas, la que daba al exterior y una que iba en
dirección contraria.
En
ese momento, se abrió la puerta trasera y entró un extraño ser cojeando. Era humano,
pero tenía numerosas malformaciones por todo el cuerpo, extremidades cercenadas
y otras que colgaban de nervios y tendones. Se chocó con la chica cómo si no
existiera y avanzó hasta Noé, a quién exigió airadamente su ración de comida y
la de sus compañeros. Tras recibir su botín, se internó de nuevo en la
oscuridad de la puerta trasera.
Convivimos,
continúo Noé, con otras cinco personas víctimas de las malformaciones
originadas por la alimentación y las radiaciones o directamente por ondas
expansivas. Solo se dirigen a mí, para ellos no existe el resto de personas.
Son apacibles, pero tienen un hambre voraz.
Tras
la explicación, Lana se sentó en el camastro y comenzó a llorar y de su
garganta salió un grito desolador.
En
ese instante, despertó en su habitación. Tardo unos minutos en asimilar que se
había tratado solo de un mal sueño, solo un mal sueño. Minutos después, ya más
tranquila se apoyó en la cama para levantarse, cuando su mano sintió algo, era
un ramo de flores de plástico.
Lunaoscura
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