Amelia estaba desesperada, no
encontraba trabajo y su economía estaba ya muy comprometida. Había entregado su
currículo vitae por todos lados o
donde pensaba que tendría una pequeña oportunidad.
Una mañana, mientras iba en busca de
trabajo por el centro de la ciudad, le llamó la atención un establecimiento con
una fachada muy sobria. En la puerta de entrada había un cartel, en el que se
leía. “Se busca personal”
Sin dudarlo un segundo entró. El
interior, era como la fachada. Amelia avanzó hasta el mostrador, donde se
encontraba una mujer de mediana edad, su apariencia era seria y solemne, su tez
blanca estaba enmarcada por una tupida melena ondulada y oscura, y su mirada
era penetrante y vivaz.
Amelia, se presentó y señalo el motivo
de su presencia en el lugar. La mujer le dio la bienvenida y se presentó. Su
nombre era Claudia.
Después de una breve entrevista, donde
se le explicó el trabajo a realizar, horarios y salario, Claudia comentó:
-
Quizá le extrañe el tipo de puesto de
trabajo que ofrecemos, pero déjeme que le explique desde el principio. Está
usted ante un nuevo proyecto que viene de Estados Unidos. Allí se gestó la
iniciativa y recibió por nombre The anger
room.
La chica no tenía idea alguna de lo
que se suponía que era The anger room.
Se preguntaba cuál sería su significado. Claudia, no tardó demasiado en seguir
explicando mientras comenzaban a recorrido por las instalaciones.
-
Se preguntará qué se esconde tras este
concepto… Verá, el creador de esta empresa es el Doctor Mattus, un conocido doctor
en Psicología de la conducta cerebral reptiliana y experto en Psiquiatría. El
doctor, tras años de investigación y basándose en los tiempos de respuesta de
conducción neuronal, decidió centrarse en el estudio de las emociones básicas,
aquellas que vienen provocadas por la parte irracional del cerebro, las que no
somos capaces de procesar antes de ponerlas en marcha por decirlo de algún
modo, ¿me sigue?
Amelia empezaba a asustarse, no le
gustaban los psicólogos ni los psiquiatras y mucho menos aquellas instalaciones
blancas e impersonales, que le recordaban a lo que en las series y en las
películas solían corresponder a los manicomios o centros de rehabilitación de
gente muy desequilibrada.
Amelia observó que Claudia le miraba
extrañada, con los labios fruncidos. Se dio cuenta de que esperaba una
respuesta.
-
Eh, esto, sí, sí, claro, continúe.
-
Bien, como le iba diciendo, de todas
las emociones básicas, el doctor Mattus, decidió desentrañar una de ellas, la
ira. Estudió su mecanismo durante mucho tiempo y se dio cuenta de que muchos de
sus pacientes necesitaban un espacio para poder expresarla, un espacio que por
aquel entonces no existía. Y eso es lo que ofrecemos aquí. Ofrecemos un espacio
en el que las personas, de forma puntual, puedan expresar su ira sin miedo a
represalias o a poder ser considerados “peligro público”.
-
Eso le sonaba raro y peligroso, pero pagaban
bien y no eran muchas horas, pensaba la chica- Entonces, el significado exacto
de The anger room, ¿cuál es? -
Pregunto Amelia.
-
¿No es evidente? Habitación de la ira.
Pero hemos querido conservar el nombre original porque le da un toque más chic
y porque “habitación de la ira” suena como a película de terror.
-
La verdad es que sí -, admitió Amelia.
La mujer siguió contándole del
proyecto, dándole detalles, cifras y los servicios que ofrecían. Era extraño,
pero nadie podía decir que no fuese novedoso.
-
Entonces, ¿qué le parece? - preguntó Claudia-
¿Le interesa el puesto, señorita Domínguez?
Amelia dudó. Era un puesto de
recepcionista, las condiciones eran inmejorables, el sueldo era bueno. Era una
histérica, pero todo aquello le daba “cus cus”.
Después de unos minutos, aceptó.
Aquella misma tarde firmó el contrato para poder empezar a la semana siguiente
y se marchó a su casa contenta, dispuesta a disfrutar del fin de semana.
Durante su último fin de semana de desempleada,
se puso a repasar lo que aquella mujer le había explicado.
Los clientes realizaban un test, no
sabía qué se preguntaba en él. Posteriormente, pasaban a una consulta, en la
que eran atendidos por un psicólogo y un psiquiatra. Y más tarde, se les entregaba
un presupuesto de lo que podía costar su “terapia”. Además, los clientes tenían
que firmar una cláusula antes de acceder al servicio que ofrecían.
Además, las salas eran a prueba de
ruido y estaban monitoreadas “por lo que pudiera pasar”, le había indicado Claudia.
Llegó el primer día de trabajo, Amelia
se levantó con un escalofrío. Trató de tranquilizarse y se preparó para salir.
Se sentó en el escritorio dispuesta a
no hacer nada, pues la clínica estaba totalmente vacía, pero estaba equivocada.
A los diez minutos de empezar su jornada sonó el timbre de la puerta.
Abrió. Tras la puerta se encontraba
una mujer menuda, delgada, muy elegante. Iba vestida con una blusa blanca,
pantalones negros de vestir y zapatos rojos de tacón. Tenía el pelo recogido en
un moño y los labios color carmín.
-
Buenos días, vengo para agendar mi
cita a las siete de la tarde, si es posible- dijo con una voz dulce y suave.
-
Amelia cogió la agenda y preguntó-
¿Podría facilitarme su nombre y su número de teléfono? - Apuntó la cita y despidió a la mujer.
A lo largo de la mañana recibió alguna
que otra llamada preguntando por los servicios que se ofrecían, pero al ver que
no tenía mucho que hacer decidió dar una vuelta por las instalaciones desviando
la central telefónica a su teléfono móvil.
Durante su recorrido, le llamó la
atención una de las salas que estaba abierta. En ella había un pijama blanco,
pintura roja y unos platos de cristal. En la siguiente sala que encontró
abierta, había una cama con sábanas negras de un tejido que parecía satén y
cuerdas.
Amelia no pudo evitar pensar que más
que “la habitación de la ira”, aquello tendría que llamarse “la habitación de
las perversiones”. No pudo evitar, imaginar que tipo de servicio habría
solicitado la mujer elegante que había atendido. Seguro que su sala se parecería
más a la de las sábanas de satén.
Pasó la semana y ella se dedicó a tomar
llamadas, informar y apuntar citas en la agenda. Le extrañó que todos los usos
de las habitaciones fuesen fuera de su horario de trabajo.
A la semana siguiente, la primera
mujer que había inscrito en la agenda, Anik Bisset, volvió a
preguntar por la disponibilidad de la psicóloga y el psiquiatra para concertar
una entrevista. Su apariencia era más frágil y más cansada. Su piel había
adquirido un color cetrino y enfermizo.
Le preocupo en demasía su aspecto, por
lo que decidió llamar a la sala de cuidados mentales y según lo que le indicó
la secretaria, la señorita Bisset, tenía que dirigirse directamente a la sala
en lugar de solicitar una cita para más tarde.
Días después, en uno de sus recorridos
encontró una sala llena de monitores. Imaginó que allí era donde quedaban
registradas las sesiones de los pacientes. Le llamó la atención ver en uno de
los monitores la imagen congelada de Anik Bisset. La curiosidad mató al gato.
No sabía si podía ver los videos, pero
buscó como ponerla en marcha y observó.
Anik Bisset, estaba en la sala que
ella ya había visto antes. En la que había un pijama blanco, pintura roja y unos
platos de cristal.
Lo primero que hizo la mujer, fue
quitarse la ropa y ponerse el pijama blanco. Después se sentó en el centro de
la habitación y se mecía, hasta que en medio de una especie de convulsión
erguía la cabeza, aunque no podía oírse, Amelia podía ver que gritaba.
La cara de dolor de aquella mujer era
conmovedora. Amelia avanzó el video hasta que cambió la imagen. Según indicaba
la grabación, la mujer había gritado durante más de media hora. Lo siguiente
que hizo Anik Bisset, fue coger la pintura roja y pintarse pequeñas cruces sobre
el pijama blanco.
Tras dibujar sobre la tela, fue directo
a la pila de platos. Cogió uno de ellos y lo estrelló contra la pared. Así uno
a uno los treinta y seis platos que formaban aquella pila. Había pedazo de
cristal que le saltaban a la cara y ella ni se inmutaba.
Amelia estaba acongojada, no sabía qué
podía hacer sufrir tanto a aquella mujer. Lo siguiente que hizo esa mujer, fue
lo que más le impresiono. Empezó a coger los trozos de cristal con las manos. Tenía
las palmas sangrentadas y tras valorar cuál era el pedazo más grande, se lo
clavó en una de las cruces que había dibujado en el pijama.
No quedaba rastro de elegancia en
aquella mujer. Amelia cerró los ojos, rogando que no llegase a coger otro trozo
de cristal, no quería ver cómo lo hundía en su cuerpo. Y así fue, en ese
momento la puerta de la sala se abrió y aparecieron dos hombres que se llevaron
a la mujer.
Amelia, nerviosa intentó dejar todo
como lo había encontrado. Por mucho que lo intentaba no podía sacarse la imagen
de la mujer insertando los añicos de los platos en su propia carne. Tenía ganas
de buscar su teléfono, e indagar si estaba bien.
Esa noche no pudo dormir. Cada vez que
cerraba los ojos veía manchas de sangre y creía oír los gritos desesperados de
dolor de alguien, en alguna parte.
A la mañana siguiente se levantó
decidida a renunciar.
-
No hay dinero en este mundo que pueda
pagarme por ser cómplice de esto- pensó Amelia.
Antes de llegar al edificio, recibió
una llamada de Claudia, la mujer que le había dado el puesto de trabajo. Quería
hablar con ella antes de que iniciara su turno.
Cuando abrió la puerta, lo que
encontró al otro lado de la puerta, la inquietó enormemente. Allí estaba Claudia
escoltada por dos hombres.
-
Querida Amelia, - comenzó Claudia - hemos
podido comprobar que eres de naturaleza curiosa y, verás, una de las cosas que se
exige para este puesto es la discreción. Sabemos que has visto una de las
sesiones. Esto implica que tienes que pasar a la sala de cuidados mentales.
Amelia no tuvo tiempo de reaccionar.
Los dos hombres, le sujetaron de los brazos y se la llevaron arrastrada.
La introdujeron a una sala. Dentro de
la sala sólo había un taburete y estaba excesivamente iluminada. La luz le
hacía daño en los ojos. De repente se oyó una voz.
-
¡Siéntese!
No sabía dónde debía mirar puesto que
no tenía ningún interlocutor a la vista. Obedeció.
-
Imaginamos que ya habrá adivinado lo
suficiente sobre Anik Bisset… Aunque, si ha vuelto quizá no sepa nada.
-
Yo… sé que haber visto el video fue un
error, creí que no pasaría nada, lo siento, déjenme salir, ¡por favor! - No podía creer su mala suerte, le parecía
estar viviendo una pesadilla.
-
Sí, ha sido un error… Exactamente el
mismo que cometió Anik Bisset.
Lunaoscura
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