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miércoles, 26 de julio de 2017

Un empleo demencial

Amelia estaba desesperada, no encontraba trabajo y su economía estaba ya muy comprometida. Había entregado su currículo vitae por todos lados o donde pensaba que tendría una pequeña oportunidad.

Una mañana, mientras iba en busca de trabajo por el centro de la ciudad, le llamó la atención un establecimiento con una fachada muy sobria. En la puerta de entrada había un cartel, en el que se leía. “Se busca personal”

Sin dudarlo un segundo entró. El interior, era como la fachada. Amelia avanzó hasta el mostrador, donde se encontraba una mujer de mediana edad, su apariencia era seria y solemne, su tez blanca estaba enmarcada por una tupida melena ondulada y oscura, y su mirada era penetrante y vivaz.

Amelia, se presentó y señalo el motivo de su presencia en el lugar. La mujer le dio la bienvenida y se presentó. Su nombre era Claudia.

Después de una breve entrevista, donde se le explicó el trabajo a realizar, horarios y salario, Claudia comentó:

-       Quizá le extrañe el tipo de puesto de trabajo que ofrecemos, pero déjeme que le explique desde el principio. Está usted ante un nuevo proyecto que viene de Estados Unidos. Allí se gestó la iniciativa y recibió por nombre The anger room.

La chica no tenía idea alguna de lo que se suponía que era The anger room. Se preguntaba cuál sería su significado. Claudia, no tardó demasiado en seguir explicando mientras comenzaban a recorrido por las instalaciones.

-       Se preguntará qué se esconde tras este concepto… Verá, el creador de esta empresa es el Doctor Mattus, un conocido doctor en Psicología de la conducta cerebral reptiliana y experto en Psiquiatría. El doctor, tras años de investigación y basándose en los tiempos de respuesta de conducción neuronal, decidió centrarse en el estudio de las emociones básicas, aquellas que vienen provocadas por la parte irracional del cerebro, las que no somos capaces de procesar antes de ponerlas en marcha por decirlo de algún modo, ¿me sigue?

Amelia empezaba a asustarse, no le gustaban los psicólogos ni los psiquiatras y mucho menos aquellas instalaciones blancas e impersonales, que le recordaban a lo que en las series y en las películas solían corresponder a los manicomios o centros de rehabilitación de gente muy desequilibrada.

Amelia observó que Claudia le miraba extrañada, con los labios fruncidos. Se dio cuenta de que esperaba una respuesta.

-       Eh, esto, sí, sí, claro, continúe.

-       Bien, como le iba diciendo, de todas las emociones básicas, el doctor Mattus, decidió desentrañar una de ellas, la ira. Estudió su mecanismo durante mucho tiempo y se dio cuenta de que muchos de sus pacientes necesitaban un espacio para poder expresarla, un espacio que por aquel entonces no existía. Y eso es lo que ofrecemos aquí. Ofrecemos un espacio en el que las personas, de forma puntual, puedan expresar su ira sin miedo a represalias o a poder ser considerados “peligro público”.

-       Eso le sonaba raro y peligroso, pero pagaban bien y no eran muchas horas, pensaba la chica- Entonces, el significado exacto de The anger room, ¿cuál es? - Pregunto Amelia.

-       ¿No es evidente? Habitación de la ira. Pero hemos querido conservar el nombre original porque le da un toque más chic y porque “habitación de la ira” suena como a película de terror.

-       La verdad es que sí -, admitió Amelia.

La mujer siguió contándole del proyecto, dándole detalles, cifras y los servicios que ofrecían. Era extraño, pero nadie podía decir que no fuese novedoso.

-       Entonces, ¿qué le parece? - preguntó Claudia- ¿Le interesa el puesto, señorita Domínguez?

Amelia dudó. Era un puesto de recepcionista, las condiciones eran inmejorables, el sueldo era bueno. Era una histérica, pero todo aquello le daba “cus cus”.

Después de unos minutos, aceptó. Aquella misma tarde firmó el contrato para poder empezar a la semana siguiente y se marchó a su casa contenta, dispuesta a disfrutar del fin de semana.

Durante su último fin de semana de desempleada, se puso a repasar lo que aquella mujer le había explicado.

Los clientes realizaban un test, no sabía qué se preguntaba en él. Posteriormente, pasaban a una consulta, en la que eran atendidos por un psicólogo y un psiquiatra. Y más tarde, se les entregaba un presupuesto de lo que podía costar su “terapia”. Además, los clientes tenían que firmar una cláusula antes de acceder al servicio que ofrecían.

Además, las salas eran a prueba de ruido y estaban monitoreadas “por lo que pudiera pasar”, le había indicado Claudia.

Llegó el primer día de trabajo, Amelia se levantó con un escalofrío. Trató de tranquilizarse y se preparó para salir.

Se sentó en el escritorio dispuesta a no hacer nada, pues la clínica estaba totalmente vacía, pero estaba equivocada. A los diez minutos de empezar su jornada sonó el timbre de la puerta.

Abrió. Tras la puerta se encontraba una mujer menuda, delgada, muy elegante. Iba vestida con una blusa blanca, pantalones negros de vestir y zapatos rojos de tacón. Tenía el pelo recogido en un moño y los labios color carmín.

-       Buenos días, vengo para agendar mi cita a las siete de la tarde, si es posible- dijo con una voz dulce y suave.

-       Amelia cogió la agenda y preguntó- ¿Podría facilitarme su nombre y su número de teléfono? -  Apuntó la cita y despidió a la mujer.

A lo largo de la mañana recibió alguna que otra llamada preguntando por los servicios que se ofrecían, pero al ver que no tenía mucho que hacer decidió dar una vuelta por las instalaciones desviando la central telefónica a su teléfono móvil.

Durante su recorrido, le llamó la atención una de las salas que estaba abierta. En ella había un pijama blanco, pintura roja y unos platos de cristal. En la siguiente sala que encontró abierta, había una cama con sábanas negras de un tejido que parecía satén y cuerdas.

Amelia no pudo evitar pensar que más que “la habitación de la ira”, aquello tendría que llamarse “la habitación de las perversiones”. No pudo evitar, imaginar que tipo de servicio habría solicitado la mujer elegante que había atendido. Seguro que su sala se parecería más a la de las sábanas de satén.

Pasó la semana y ella se dedicó a tomar llamadas, informar y apuntar citas en la agenda. Le extrañó que todos los usos de las habitaciones fuesen fuera de su horario de trabajo.

A la semana siguiente, la primera mujer que había inscrito en la agenda, Anik Bisset, volvió a preguntar por la disponibilidad de la psicóloga y el psiquiatra para concertar una entrevista. Su apariencia era más frágil y más cansada. Su piel había adquirido un color cetrino y enfermizo.

Le preocupo en demasía su aspecto, por lo que decidió llamar a la sala de cuidados mentales y según lo que le indicó la secretaria, la señorita Bisset, tenía que dirigirse directamente a la sala en lugar de solicitar una cita para más tarde.

Días después, en uno de sus recorridos encontró una sala llena de monitores. Imaginó que allí era donde quedaban registradas las sesiones de los pacientes. Le llamó la atención ver en uno de los monitores la imagen congelada de Anik Bisset. La curiosidad mató al gato.

No sabía si podía ver los videos, pero buscó como ponerla en marcha y observó.

Anik Bisset, estaba en la sala que ella ya había visto antes. En la que había un pijama blanco, pintura roja y unos platos de cristal.

Lo primero que hizo la mujer, fue quitarse la ropa y ponerse el pijama blanco. Después se sentó en el centro de la habitación y se mecía, hasta que en medio de una especie de convulsión erguía la cabeza, aunque no podía oírse, Amelia podía ver que gritaba.

La cara de dolor de aquella mujer era conmovedora. Amelia avanzó el video hasta que cambió la imagen. Según indicaba la grabación, la mujer había gritado durante más de media hora. Lo siguiente que hizo Anik Bisset, fue coger la pintura roja y pintarse pequeñas cruces sobre el pijama blanco.

Tras dibujar sobre la tela, fue directo a la pila de platos. Cogió uno de ellos y lo estrelló contra la pared. Así uno a uno los treinta y seis platos que formaban aquella pila. Había pedazo de cristal que le saltaban a la cara y ella ni se inmutaba.

Amelia estaba acongojada, no sabía qué podía hacer sufrir tanto a aquella mujer. Lo siguiente que hizo esa mujer, fue lo que más le impresiono. Empezó a coger los trozos de cristal con las manos. Tenía las palmas sangrentadas y tras valorar cuál era el pedazo más grande, se lo clavó en una de las cruces que había dibujado en el pijama.

No quedaba rastro de elegancia en aquella mujer. Amelia cerró los ojos, rogando que no llegase a coger otro trozo de cristal, no quería ver cómo lo hundía en su cuerpo. Y así fue, en ese momento la puerta de la sala se abrió y aparecieron dos hombres que se llevaron a la mujer.

Amelia, nerviosa intentó dejar todo como lo había encontrado. Por mucho que lo intentaba no podía sacarse la imagen de la mujer insertando los añicos de los platos en su propia carne. Tenía ganas de buscar su teléfono, e indagar si estaba bien.

Esa noche no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos veía manchas de sangre y creía oír los gritos desesperados de dolor de alguien, en alguna parte.

A la mañana siguiente se levantó decidida a renunciar.

-       No hay dinero en este mundo que pueda pagarme por ser cómplice de esto- pensó Amelia.

Antes de llegar al edificio, recibió una llamada de Claudia, la mujer que le había dado el puesto de trabajo. Quería hablar con ella antes de que iniciara su turno.

Cuando abrió la puerta, lo que encontró al otro lado de la puerta, la inquietó enormemente. Allí estaba Claudia escoltada por dos hombres.

-       Querida Amelia, - comenzó Claudia - hemos podido comprobar que eres de naturaleza curiosa y, verás, una de las cosas que se exige para este puesto es la discreción. Sabemos que has visto una de las sesiones. Esto implica que tienes que pasar a la sala de cuidados mentales.

Amelia no tuvo tiempo de reaccionar. Los dos hombres, le sujetaron de los brazos y se la llevaron arrastrada.

La introdujeron a una sala. Dentro de la sala sólo había un taburete y estaba excesivamente iluminada. La luz le hacía daño en los ojos. De repente se oyó una voz.

-       ¡Siéntese!

No sabía dónde debía mirar puesto que no tenía ningún interlocutor a la vista. Obedeció.

-       Imaginamos que ya habrá adivinado lo suficiente sobre Anik Bisset… Aunque, si ha vuelto quizá no sepa nada.

-       Yo… sé que haber visto el video fue un error, creí que no pasaría nada, lo siento, déjenme salir, ¡por favor! -  No podía creer su mala suerte, le parecía estar viviendo una pesadilla.

-       Sí, ha sido un error… Exactamente el mismo que cometió Anik Bisset.


Lunaoscura

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