Eran apenas las ocho de la
mañana, Jorge despertó ansioso, con el pensamiento fuera
de su cuarto. Su imaginación se fue por la puerta del balcón y bajó muy
abruptamente hasta el suelo, allá, donde el mundo ocurría sin detenerse
mientras él pensaba una y otra vez la misma cosa.
La
luz del sol resplandecía tenuemente entre tableros y puertas otorgando una
calidez a la fría habitación. Sus muebles eran pocos, apenas si llenaban el
espacio entre los muros blancos.
Se
sentó antes de incorporarse, reflexionando sobre los acontecimientos recientes.
El silencio solo era interrumpido por el leve ruido de la calle. Su habitación
estaba en perfecto orden, así como todo lo de su departamento. Era un hombre bastante
organizado, intelectual y muy nervioso. Sobre el escritorio se veía su
ordenador, una libreta de apuntes y un par de libros que dejo a medio leer el
día que se quedó sin trabajo.
Se
levantó y fue hacia la cocina para intentar comer algo, sin embargo, el arroz y
el pescado no le apetecían en ese momento. Estuvo sentado a la mesa toda la
mañana, sin siquiera tener la mínima intención de levantarse hasta que alguien
llamó, sin embargo, no atendió.
Habían
pasado una semana sin que hubiera hablado con alguien, ni siquiera había salido
del departamento. De vez en cuando iba al escritorio, prendía el computador y
revisaba algunas ofertas de trabajo. Después lo apagaba y regresaba a la sala,
sin siquiera darle un breve vistazo a sus redes sociales.
A
menos que lograra encontrar trabajo en una empresa con prestigio, no había mucho
más que hacer. Se sentía fastidiado, y
los días los pasaba pensando constantemente en la situación. A veces caminaba,
pero no había muchos lugares a donde ir.
Solo
había una salida, y había estado sobre la pequeña mesa del comedor todo ese
tiempo. Una pequeña daga muy afilada y algo curva resplandecía constantemente,
como si lo llamara.
Era
un poco después del mediodía cuando tomo la daga, se puso en cuclillas y la
colocó apoyándola sobre estómago. Pensó un breve momento sobre la situación y
de nuevo dejó la daga sobre la mesa. Se incorporó, abrió la puerta de la
terraza, subió al barandal, miró hacia abajo y se liberó.
Los
titulares del periódico del día siguiente habían aumentado unas decenas de
número más al conteo de suicidios del año. Unas páginas más adelante, se leía
un anuncio solicitando personal para recoger cuerpos suicidas, fuera de eso, no
había ninguna otra solicitud de empleo.
Ese
mismo día, en otra parte del mundo. El
sol estaba en lo más alto del cielo, azotando con brusquedad a la tierra y
elevando la temperatura de manera extremosa.
George,
despertó porque habían llamado a la puerta un par de veces de manera
intempestiva. Así que no tuvo más remedio de levantarse de la cama, se asomó
por la ventana sin que lo viera quien fuera que llamara a la puerta.
Era
un cobrador más que, al ver la negativa para abrir, echo por debajo de la
puerta un sobre con una advertencia de pago urgente. Él se acercó a la carta,
la tomó y la tiro al bote de la basura, donde estaban por lo menos una veintena
de cartas más con ultimátum amenazantes.
El
calor era sofocante, pero lo que más resaltaba en el ambiente era un olor
profundo a moho, comida echada a perder y sudor, haciendo una mezcla bastante
recalcitrante que lastimaba las fosas nasales.
Había
ropa por toda la habitación desperdigada entre los muebles que se acumulaban,
pero sin orden o propósito. La cama estaba distendida y el baño desaseado. La
cocina parecía un campo de batalla y el cesto se desbordaba con basura.
Después
de dejar el sobre en su lugar, regresó a la puerta y salió, no sin antes echar
un vistazo para saber si alguien seguía ahí. Tomo el periódico del piso, y
regresó a su refugio. Se sentó a la mesa, retiro con el brazo la basura
tirándola al piso y colocó el periódico.
Duró
unos cuantos minutos ojeando la sección de clasificados, a pesar de la gran
cantidad de ofertas de trabajo, no había nada que pudiera cumplir con su
perfil. Aventó el periódico a un lado y se dirigió al refrigerador, que
inmediatamente cerró de un golpe.
Tomó
su teléfono móvil e intentó hacer un par de llamadas, pero no hubo respuesta. Ningún
conocido o amigo estaba dispuesto a invitarlo a comer o si quiera pasar el rato
a su lado.
Se
sentía perdido, sin rumbo. No le quedaba nada que pudiera comer ni dinero para
comprar absolutamente nada.
Las
deudas estaban sobrepasándolo y no sentía que hubiera ninguna salida. Ni
siquiera sus hermanos quería tener que soportar el peso que era mantenerlo, ya
no, habían pasado por eso ya mucho tiempo y no lo harían más. La renta estaba por vencerse y no tendría a
donde ir.
Todo
era un cúmulo de cosas que lo cubrían ahogándolo, su desesperación lo había
hecho llorar sin consuelo por las noches, pero ahora estaba cansado, desgastado
hasta el extremo.
Ya
no quería seguir soportando esa situación, así que se dirigió al baño, abrió el
grifo con agua caliente y regresó a la cocina. Tomó un cuchillo del fregador y
regresó al baño. Se sentó bajo la regadera y mientras el agua fluía hacia la
coladera, un rojo brillante lo saturaba. No hubo llanto, ni gritos, solo un
sonido constante de líquidos cayendo y escurriéndose entre la tubería.
Días
después, los periódicos ponían en sus contraportadas un titular algo
sensacionalista: Terminó con su vida en funesto acto de cobardía. Sus
familiares están destrozados y lloran su pérdida.
Lunaoscura
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