miércoles, 11 de mayo de 2016

Cautivo

Roberto estaba solo en su despacho, su mente divagaba entre los acontecimientos de los últimos meses y como su vida se había transformado.

Antes de conocer a Lorena, su vida era estable y tranquila. No, no era cierto, era monótona y aburrada, esa era la verdad.


Huía del tedio, trabajando incansablemente, cada vez salía más temprano de su casa y llegaba más tarde, por otro lado, se mentía, diciéndose que era necesario, porque eso le permitía ser un buen proveedor para su familia.

En cuanto a Cecilia, eran buenos compañeros y amigos, pero la chispa se había extinguido desde hace mucho tiempo, la quería, pero ya no la amaba. No podía dejar de reconocer que era una buena madre y esposa, siempre pendiente de sus obligaciones.

Sin embargo, sentía que su vida se estaba desperdiciando. Detestaba, su profesión, las palabras sensatas de su esposa, los burgueses de sus amigos, las reuniones en el club, sus esposas hablando de dietas, de cirugías, de moda, las alabanzas, todo lo ahogaba.

Ese día en que conoció a Lorena, empezó una nueva historia.

Llovía a cantaros, ella caminaba por la acera, sin darse cuenta la había salpicado al pasar por un bache, inmediatamente se estacionó, le ofreció una disculpa y se puso a sus órdenes para llevarla a donde ella dijera, era lo mínimo que podía hacer, después del accidente.

Con semblante de enfado, se negó en un principio. Él insistió, finalmente acepto. Se dirigieron rumbo al sur, no muy lejos de donde se encontraba el despacho, con la lluvia el tráfico estaba desquiciado, lo que suponía un trayecto corto se prolongó.

Durante el recorrido, hablaron de todo, esa mujer tenía un encanto especial que le llamaba la atención. Finalmente, llegaron al lugar que le había indicado. Era un café, según le comentó, acostumbraba ir por las tardes.

Al momento de despedirse, ella lo invitó a que la acompañara, fuera de su costumbre, acepto, no obstante, que tenía clientes que lo esperaban.

Durante la conversación, notó un fulgor en la mirada de esa mujer que lo cautivo y que decir de su sonrisa, era perfecta, todo en ella era perfecta.

Salieron juntos del café, al momento de que le extendía la mano para despedirse, Lorena le preguntó.

-              ¿Nos, vemos mañana? ¿Qué te parece?

-              ¡Sí, a que hora! - estaba, desconcertado por su respuesta.

Se quedaron de ver a las cinco de la tarde del día siguiente en ese lugar.

En el despacho, no podía explicarse su reacción, él no era hombre de aventuras furtivas, pero no podía borrar de su cabeza a esa mujer.

Al día siguiente, llegó quince minutos antes de la hora y Lorena justo a tiempo, su plática era como de viejos amigos. Ella era divertida, ingeniosa, le devolvía luz a su vida.

Así, pasaron a la tercera cita, a la misma hora, en el mismo lugar; le comunicó a su secretaría que, a partir de ese día no atendería a sus clientes en las tardes.

En esa ocasión, Lorena le preguntó.

-              ¿No crees que deberíamos ir a un lugar donde pudiéramos estar más cómodos?

-              ¿A dónde? ¿Qué lugar, propones?

Ella, con cierto candor, respondió.

-              A un hotel

Esa simplicidad, lo sorprendió, pero le encanto.

Se enfilaron al primer hotel que encontraron por el camino. Se sentía como un jovenzuelo en su primera vez, todo pasó como entre nebulosas. Lorena, fue la primera en irse, pero antes le recordó su próxima cita.

Al día siguiente, nuevamente llegó antes de la hora acordada, Lorena como siempre puntual, salieron inmediatamente del café. Está se volvió su rutina diaria, era diferente a sus obligaciones. Cada que se veían, Lorena era más intensa, se sentía inundando de una bienaventuranza. En aquellos momentos, dejaba de ser un hombre de mediana edad, burgués, padre de familia, y se transformaba en una persona libre.

Con ella podía alcanzar ese estado de felicidad, cuando la besaba, se excitaba aun cuando hubieran hecho el amor minutos antes. Podía realizar todas sus fantasías, no había inhibiciones, era una mujer que disfrutaba de su sexualidad y él disfrutaba de su cuerpo firme, perfecto, cerrado como un cofre que, con sus caricias lograba abrir y disfrutar de su sensualidad, su feminidad.

No todo era sexo, solían oír música, leerse, además, podían platicar sobre sus inquietudes, ella guardaba silencio, no se apresuraba a darle consejos, únicamente cuando él, le pedía su opinión.

No obstante, lo idílico de la situación, ella sabía todo de él, pero él no sabía nada de ella. Recordaba, esa ocasión, en que le pidió su número de teléfono y ella se negó, argumentando que no era necesario, siempre estaría ahí esperándolo.

Por lo que decidió seguirla, hasta que Lorena lo sorprendió al dar la vuelta a una esquina.

Apenado, se disculpó, diciéndole que, quería saber más de ella. Ella abordó un taxi, sin decirle nada. Se maldijo por su estupidez, pero no podía hacer nada.

Sin ánimos, se dirigió a su casa, tal era su semblante que Cecilia, se preocupó por la salud. La tranquilizó diciéndole que había sido un día difícil que se iría a dormir.

Pasaron unos días sin saber de ella, estaba al borde de la locura, cuando recibió su llamada, recordarle de su cita. Estaba feliz, tenía que enmendar su error, antes de acudir a la cita, fue a una joyería para comprarle un obsequio y por supuesto a la florería.

Lorena apareció, algo había diferente en su rostro, no estaba la sonrisa habitual, al contrario su semblante lucía serio. Al verla, sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, trato de mantener la compostura, sonriente le ofreció los obsequios, ella solo dijo un lacónico ¡gracias!

Nuevamente, le ofreció una disculpa, lo dejó hablar una vez que termino, de forma simple, sin rodeos, le dijo.

-              Lo que hay entre nosotros, es un pasatiempo. Además, soy casada y amo a mi marido. Esto es solamente una diversión, como ir al cine, perdón que te lo diga, pero ya me aburriste.

Trato de convencerla, llegando hasta el extremo de proponerle matrimonio, no la quería perder.

Impávida se levantó del asiento, tomo su bolsa y su abrigo dirigiéndose a la puerta de salida, había dado unos cuantos pasos, cuando se detuvo.

-              ¡Hay algo más, no quiero volver a verte!

Ya nada tenía sentido, tomó su revólver del escritorio y puso fin a su suplicio.


Lunaoscura

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