Maya y Darío, mantenían una
relación desde hacía algún tiempo, pasaban horas eternas en pláticas de café. En una de esas tantas pláticas, surgió la idea
de que fueran un día por lo menos, a acampar, a ambos les gustaba el contacto con
la naturaleza y la idea de estar en contacto con la naturaleza, una fogata y
las estrellas, parecía extraordinario. Acordaron organizar sus agendas para
poder disfrutar de tan merecido descanso.
Así las cosas, después de un mes
de mucho estrés, acordaron ir a El Llano, un sitio que no estaba lejos de la
ciudad y por lo que se había informado Darío, el lugar, era pequeño con unas
cuantas cabañas, una cascada y arroyos naturales, lo que a Maya le encanto,
además sería la primera vez que ambos salieran más haya de la ciudad.
Así las cosas, el viernes en la
tarde, ya tenían las provisiones metidas en el coche, empezaba a caer la noche cuando
llegaron al lugar. Una vez, instalados, decidieron hacer una fogata fuera de la
cabaña.
La noche era cálida, el cielo
estaba despejado, brindándoles un espectáculo extraordinario, un cielo cuajado
de estrellas con los sonidos de los seres nocturnos y el aroma a pino y madre
selva. Después de una ligera cena cerca del fuego, se dispusieron a tomar una
copa de vino, mientras se dejaban abrazar por la armonía del lugar. Mientras, disfrutaban
de cada sorbo, la calma se apoderaba y aliviaba cualquier rastro de ansiedad, no
necesitaron más de dos copas y un par de horas para olvidarse por completo del
estrés de la semana; completamente relajados, uno al lado del otro, tumbados
sobre la hierba miraban a las estrellas.
Hablaron sobre ellos, sobre sus
puntos en común y sus grandes diferencias. Era una agradable conversación que
no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado.
La tranquilidad del lugar con el
acogedor ambiente, las copas de vino y la sensación de libertad, hicieron
aflorar sensaciones y sentimientos. Darío, se acercó a ella, la besó dulcemente
desde el cuello hasta la oreja. Maya giró la cabeza y se quedó observándolo en
silencio. Se fijó en sus ojos negros, en sus labios finos y esa sonrisa que le
encantaba. Era demasiado tarde como para no sucumbir, se aproximó a su cara y
noto su respiración ahogada, la inspiró como si fuese suya al darle un beso muy
lentamente.
En tanto, las manos de Darío
descendían por el canto de su cuerpo, al llegar a las caderas se pegó más, Maya
suspiró y siguió besándolo. Maya se dejó girar, se topó con el cuerpo de él y
dejando de besarlo por un momento, sus manos recorrieron desde sus mejillas, pasando
por el cuello, reptando por la amplitud de su pecho, descendiendo a los lados
de su ombligo, hasta llegar a su pubis. Mientras, Darío pasaba su dedo índice
derecho por sus labios.
Sorpresivamente, Maya lo cogió
desprevenido plantándole un beso muy sensual. Tanto, que los dos acompasaron sus
movimientos pélvicos, durante un muy buen rato. Cuando se separaron, Darío le
retiró la ropa, con su dedo índice dibujaba círculos alrededor de su pequeño ombligo. Mientras, ella lo acariciaba
y lo observaba con una gran fogosidad.
Empezaron a rozarse con ansia,
hacer gestos que caldeaban el ambiente, lanzándose besos furtivos hasta
que Maya paró; contemplaba la cara de él, y este le indicó que se levantara.
Obedeció y se dejó besar, la respiración pausada de él, se volvió poco a poco
acelerada, un gran placer le hacía excitarse como nunca. No pudo evitar
estremecerse. Él resoplaba sin parar y murmuraba:
-Acércate.
Ella con gracia maliciosa, se
enredó en su cuerpo, se tocaron todo lo que tenían a su alcance. Los gemidos se
convertían en jadeos. Comenzó un ritmo frenético acompañado de un placer
infinito. Se desplomaron exhaustos, los dos se quedaron viendo a una luciérnaga
que revoloteaba encima de ellos.
Después de un rato, ya pasada la
medianoche, Maya tenía ganas de darse un baño relajante con algunas sales de
olor a lavanda, quedarse horas allí metida hasta que se enfriara el agua. La
idea que le propuso a Darío, así que decidieron entrar a la cabaña.
Maya, preparo el baño con sales,
sin espera a Darío, se metió a la tina, disfrutando de las cosquillas, que le
provocaba el agua del grifo sobre los dedos de sus pies. Mientras, sentían el
calor que esta desprendía y las sensaciones que les proporcionaban las
sales.
El vapor caliente del agua le
enrojecía la piel, echó la cabeza hacia atrás para inhalar el aroma que tanto
le gustaba, inspiró fuerte, complaciendo a sus sentidos. Cuando escuchó el
ruido de la puerta al abrirse y el crujir de la tarima, era Darío que estaba
dentro de la habitación, abrió las cortinas, desplazándolas hacia a ambos lados
de su cuerpo, exponiéndolo completamente desnudo, obsequiando una bonita
visión de él.
Darío embobado, tragó saliva. La
miraba de arriba abajo sin perder detalle, mientras ella dibujaba una sugerente
sonrisa, con voz ronca Darío solo alcanzo a decir “Eres fantástica”.
Su comentario le provocó una
sonrisa, pero ella solo tuvo ojos para ver su sonrisa blanca y perfecta que le produjo
un calambre en alguna parte de su abdomen. Esa sensación, la hizo parar de sonreír
y morderse el labio inferior, mientras miraba hacia abajo para
disimular. Cuando volvió a levantar la cabeza, pudo comprobar que él la
miraba fijamente y esta vez no escondía su mirada lujuriosa. Cuanto más intensa
era su mirada, más se ruborizaba ella, más se le apretaba el estómago.
Notaba como la respiración de él
se agitaba y le recorría el cuerpo con sus ojos, haciendo que ella sintiera una
palpitación intensa entre sus piernas. Darío, se acercó despacio sin dejar
de mirarla, tirando al piso la toalla blanca que cubría su pelvis, entre
susurro, su voz ronca y casi sin aliento, le dijo:
—No puedo dejar de pensar en tu
cuerpo desnudo.
Maya, entrecerró los ojos,
sintiendo de nuevo un sofoco, que le hizo morderse el labio inferior. Al verla,
Darío reaccionó pasándose la mano por su pelo como si intentara controlar, a
través de sus cabellos, su cuerpo.
Estando muy cerca de ella, le
apartó un mechón de la cara, se lo puso tras la oreja, ella sintió un
cosquilleo que le puso la piel de gallina. En la cara de Darío, se dibujó una
sonrisa demostrando que se había dado cuenta de su reacción. Seguro de sí, se
reunió con ella dentro de la tina, colocándose detrás de ella y hundió la
cabeza entre su pelo respirando su aroma, mientras deslizaba sus manos
lentamente, quizás con un poco de miedo a que ella lo rechazara. Pero ella, no
lo rechazó, su cuerpo se había quedado inmóvil sin voluntad bajo su roce, lo
deseaba como nunca había deseado a nadie.
Le rodeó la cintura, impidiendo
que se moviera y le regaló pequeños besos por su cuello y hombros, y suaves
roces de su pecho en su espalda. Mientras, le susurraba al oído que se dejara
llevar, que lo deseaba tanto como él a ella.
Su corazón se aceleró a mil por
horas, se sentía licenciosa. Su cuerpo iba por la libre, se dejaba llevar, iba
a dejarlo hacer lo que quisiera, porque lo deseaba mucho. En tanto Darío,
suplicaba:
—Dime que me deseas...Dímelo Maya.
El solo escuchar su nombre en esa
voz tan sensual, aceleraba lo que estaba sintiendo, no quería ni podía esperar
más.
—Sí...sí te deseo... - Dijo, bajo un leve gemido.
Aún no podía creer lo que estaba
pasando, las manos de Darío se movían sin cesar. Bajando su mano,
acariciando cada centímetro de piel; mientras sus cuerpos se rozaban y
acariciaban continuamente, las ansias por fusionarse comenzaron a crecer. De
pronto, se encontró llena, plena. Sus cuerpos se encontraron acoplados en un
movimiento suave pero rítmico. Un baile divino del cual no podían separarse y
disfrutaban en cada oscilación.
Maya se sintió invadida, con solo
escuchar su voz cerca de su oído y llegó al clímax, gritando su nombre entre
gemidos largos. Sintió como él también llegaba al orgasmo, agitándose con
fuertes movimientos. Durante un momento no se movieron, pero al recuperar el
aliento y la noción del tiempo, Darío se separó de ella, salió de la tina, para
alcanzar unas toallas, después se encaminaron a la cama, donde los esperaban
unas mantas abrigadoras. Se quedaron dormidos hasta la mañana siguiente.
Se despertaron un poco después de
medio día, se alistaron y prepararon un suculento almuerzo, para después hacer
un recorrido a la cascada y los alrededores, para ambos el día tenía un brillo
muy especial, un anhelo que tanto había planeado se había realizo la noche
anterior. Lo que sucediera más adelante no cambiaría esa noche en el bosque.
Lunaoscura
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