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viernes, 7 de agosto de 2015

Una noche en el bosque

Maya y Darío, mantenían una relación desde hacía algún tiempo, pasaban horas eternas en pláticas de café.  En una de esas tantas pláticas, surgió la idea de que fueran un día por lo menos, a acampar, a ambos les gustaba el contacto con la naturaleza y la idea de estar en contacto con la naturaleza, una fogata y las estrellas, parecía extraordinario. Acordaron organizar sus agendas para poder disfrutar de tan merecido descanso.

Así las cosas, después de un mes de mucho estrés, acordaron ir a El Llano, un sitio que no estaba lejos de la ciudad y por lo que se había informado Darío, el lugar, era pequeño con unas cuantas cabañas, una cascada y arroyos naturales, lo que a Maya le encanto, además sería la primera vez que ambos salieran más haya de la ciudad.

Así las cosas, el viernes en la tarde, ya tenían las provisiones metidas en el coche, empezaba a caer la noche cuando llegaron al lugar. Una vez, instalados, decidieron hacer una fogata fuera de la cabaña.

La noche era cálida, el cielo estaba despejado, brindándoles un espectáculo extraordinario, un cielo cuajado de estrellas con los sonidos de los seres nocturnos y el aroma a pino y madre selva. Después de una ligera cena cerca del fuego, se dispusieron a tomar una copa de vino, mientras se dejaban abrazar por la armonía del lugar. Mientras, disfrutaban de cada sorbo, la calma se apoderaba y aliviaba cualquier rastro de ansiedad, no necesitaron más de dos copas y un par de horas para olvidarse por completo del estrés de la semana; completamente relajados, uno al lado del otro, tumbados sobre la hierba miraban a las estrellas.

Hablaron sobre ellos, sobre sus puntos en común y sus grandes diferencias. Era una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado.

La tranquilidad del lugar con el acogedor ambiente, las copas de vino y la sensación de libertad, hicieron aflorar sensaciones y sentimientos. Darío, se acercó a ella, la besó dulcemente desde el cuello hasta la oreja. Maya giró la cabeza y se quedó observándolo en silencio. Se fijó en sus ojos negros, en sus labios finos y esa sonrisa que le encantaba. Era demasiado tarde como para no sucumbir, se aproximó a su cara y noto su respiración ahogada, la inspiró como si fuese suya al darle un beso muy lentamente.

En tanto, las manos de Darío descendían por el canto de su cuerpo, al llegar a las caderas se pegó más, Maya suspiró y siguió besándolo. Maya se dejó girar, se topó con el cuerpo de él y dejando de besarlo por un momento, sus manos recorrieron desde sus mejillas, pasando por el cuello, reptando por la amplitud de su pecho, descendiendo a los lados de su ombligo, hasta llegar a su pubis. Mientras, Darío pasaba su dedo índice derecho por sus labios.

Sorpresivamente, Maya lo cogió desprevenido plantándole un beso muy sensual. Tanto, que los dos acompasaron sus movimientos pélvicos, durante un muy buen rato. Cuando se separaron, Darío le retiró la ropa, con su dedo índice dibujaba círculos alrededor de su  pequeño ombligo. Mientras, ella lo acariciaba y lo observaba con una gran fogosidad.

Empezaron a rozarse con ansia, hacer gestos que caldeaban el ambiente, lanzándose besos furtivos hasta que Maya paró; contemplaba la cara de él, y este le indicó que se levantara. Obedeció y se dejó besar, la respiración pausada de él, se volvió poco a poco acelerada, un gran placer le hacía excitarse como nunca. No pudo evitar estremecerse. Él resoplaba sin parar y murmuraba:

-Acércate.

Ella con gracia maliciosa, se enredó en su cuerpo, se tocaron todo lo que tenían a su alcance. Los gemidos se convertían en jadeos. Comenzó un ritmo frenético acompañado de un placer infinito. Se desplomaron exhaustos, los dos se quedaron viendo a una luciérnaga que revoloteaba encima de ellos.

Después de un rato, ya pasada la medianoche, Maya tenía ganas de darse un baño relajante con algunas sales de olor a lavanda, quedarse horas allí metida hasta que se enfriara el agua. La idea que le propuso a Darío, así que decidieron entrar a la cabaña.

Maya, preparo el baño con sales, sin espera a Darío, se metió a la tina, disfrutando de las cosquillas, que le provocaba el agua del grifo sobre los dedos de sus pies. Mientras, sentían el calor que esta desprendía y las sensaciones que les proporcionaban las sales.

El vapor caliente del agua le enrojecía la piel, echó la cabeza hacia atrás para inhalar el aroma que tanto le gustaba, inspiró fuerte, complaciendo a sus sentidos. Cuando escuchó el ruido de la puerta al abrirse y el crujir de la tarima, era Darío que estaba dentro de la habitación, abrió las cortinas, desplazándolas hacia a ambos lados de su cuerpo, exponiéndolo completamente desnudo, obsequiando una bonita visión de él.  

Darío embobado, tragó saliva. La miraba de arriba abajo sin perder detalle, mientras ella dibujaba una sugerente sonrisa, con voz ronca Darío solo alcanzo a decir “Eres fantástica”.
Su comentario le provocó una sonrisa, pero ella solo tuvo ojos para ver su sonrisa blanca y perfecta que le produjo un calambre en alguna parte de su abdomen. Esa sensación, la hizo parar de sonreír y morderse el labio inferior, mientras miraba hacia abajo para disimular. Cuando volvió a levantar la cabeza, pudo comprobar que él la miraba fijamente y esta vez no escondía su mirada lujuriosa. Cuanto más intensa era su mirada, más se ruborizaba ella, más se le apretaba el estómago.

Notaba como la respiración de él se agitaba y le recorría el cuerpo con sus ojos, haciendo que ella sintiera una palpitación intensa entre sus piernas. Darío, se acercó despacio sin dejar de mirarla, tirando al piso la toalla blanca que cubría su pelvis, entre susurro, su voz ronca y casi sin aliento, le dijo:

—No puedo dejar de pensar en tu cuerpo desnudo.

Maya, entrecerró los ojos, sintiendo de nuevo un sofoco, que le hizo morderse el labio inferior. Al verla, Darío reaccionó pasándose la mano por su pelo como si intentara controlar, a través de sus cabellos, su cuerpo.

Estando muy cerca de ella, le apartó un mechón de la cara, se lo puso tras la oreja, ella sintió un cosquilleo que le puso la piel de gallina. En la cara de Darío, se dibujó una sonrisa demostrando que se había dado cuenta de su reacción. Seguro de sí, se reunió con ella dentro de la tina, colocándose detrás de ella y hundió la cabeza entre su pelo respirando su aroma, mientras deslizaba sus manos lentamente, quizás con un poco de miedo a que ella lo rechazara. Pero ella, no lo rechazó, su cuerpo se había quedado inmóvil sin voluntad bajo su roce, lo deseaba como nunca había deseado a nadie.

Le rodeó la cintura, impidiendo que se moviera y le regaló pequeños besos por su cuello y hombros, y suaves roces de su pecho en su espalda. Mientras, le susurraba al oído que se dejara llevar, que lo deseaba tanto como él a ella.

Su corazón se aceleró a mil por horas, se sentía licenciosa. Su cuerpo iba por la libre, se dejaba llevar, iba a dejarlo hacer lo que quisiera, porque lo deseaba mucho. En tanto Darío, suplicaba:

—Dime que me deseas...Dímelo Maya.

El solo escuchar su nombre en esa voz tan sensual, aceleraba lo que estaba sintiendo, no quería ni podía esperar más.

—Sí...sí te deseo... - Dijo, bajo un leve gemido.

Aún no podía creer lo que estaba pasando, las manos de Darío se movían sin cesar. Bajando su mano, acariciando cada centímetro de piel; mientras sus cuerpos se rozaban y acariciaban continuamente, las ansias por fusionarse comenzaron a crecer. De pronto, se encontró llena, plena. Sus cuerpos se encontraron acoplados en un movimiento suave pero rítmico. Un baile divino del cual no podían separarse y disfrutaban en cada oscilación. 

Maya se sintió invadida, con solo escuchar su voz cerca de su oído y llegó al clímax, gritando su nombre entre gemidos largos. Sintió como él también llegaba al orgasmo, agitándose con fuertes movimientos. Durante un momento no se movieron, pero al recuperar el aliento y la noción del tiempo, Darío se separó de ella, salió de la tina, para alcanzar unas toallas, después se encaminaron a la cama, donde los esperaban unas mantas abrigadoras. Se quedaron dormidos hasta la mañana siguiente.

Se despertaron un poco después de medio día, se alistaron y prepararon un suculento almuerzo, para después hacer un recorrido a la cascada y los alrededores, para ambos el día tenía un brillo muy especial, un anhelo que tanto había planeado se había realizo la noche anterior. Lo que sucediera más adelante no cambiaría esa noche en el bosque.


Lunaoscura

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