jueves, 18 de diciembre de 2014

La sombra

Cuando entre a esa habitación, llena de mujeres, sólo me motivaba saber el lugar de resguardo de mis pequeños. Era tal el alborto, todas hablaban al unísono, tuve que gritar para preguntar por ellos.





Una de ellas, señalo con su índice izquierdo, una de las  esquinas de la habitación, era una entrada sobria, quise pensar que en su interior, bien guarecidos estaban mis hijos. En ese pensamiento estaba, cuando oí mucho alboroto.

¡Ha llegado!

¡Nos gano!

¡Ya ni modo!

Gire, para ver de qué se trataba, un grupo de personas entraban por la estrecha puerta, al frente del contingente, iba una persona con túnica y capucha de color café, como un monje franciscano, no se veía su cara, andaba con la cabeza gacha pero sabía que era un hombre, detrás de él, otros tantos con iguales vestimentas.

Las mujeres se hacían a un lado, para abrían paso y permitir al contingente entrar a la habitación contigua. Un comedor enorme, decorado con grandes ventanas con marcos de madera y cortinas de terciopelo rojo, al centro de la habitación, estaba una mesa de madera grande muy pesada que, me recordaba aquellas de los castillos de la edad media, rodeada de bancas.

Las personas se colocaron de pie alrededor de ella,  el principal a la cabeza de la mesa, cuando todos ya estaban colocados, el líder volteo hacía un lado y levanto la testa, ahí en el rincón en la parte alta de la pared, una repisa adornada con veladoras y al fondo un cuadro con una figura que no se alcanzaba a distinguir.

Una vez que se aseguro de que estaba, el hombre volvió nuevamente su cabeza,  bajándola en gesto de oración, los demás hicieron lo mismo. Por su parte, las mujeres, estaban paradas en el umbral de la puerta, sólo observando.

Sorpresivamente, en ese momento unas personas, me toman de los antebrazos y me llevan en vilo, introduciéndome al interior de la habitación, sólo tuve tiempo de ver en dirección donde mis hijos de hallaban, sin más que hacer. Todo era agitación y comentarios entre los encapuchados, no entendía lo que decían.

Dentro de la habitación, fui arrojada sobre una de las bancas, caí sobre ésta y levante la vista. A mi lado, estaba sentada una mujer de cabellos blancos, otros dos ancianos estaban de pie a su lado, me daba la impresión de que ella era la principal.

Tirada ahí, intentaba llamar su atención, alguien me decía que no podía hacer eso, la desesperación y el miedo, inundaba mi ser, sólo le imploraba.

¡Madre, devuélveme la fe!

En ese momento alguien grito.

¡Se está quemando!

Volteé en dirección de la voz, vi que mi vestido se estaba quemando. No sé en que momento me cambien de ropa. El caso, es que era un vestido de época, de terciopelo color vino y blanco que, en la parte del dobladillo le salían llamas.

Estaba aterrada, suplique que me ayudaran pero nadie parecía escucharme, sólo hablaban entre ellos. La anciana no sé inmutaba, permanecía rígidamente sentada a mi lado con la vista al frente, no sé cuanto tiempo había pasado y no me atrevía a ver las llamas de mi vestido, el pavor inicial fue decidiendo el paso a la resignación, sólo pensaba que sería de mis hijos.

Con una sensación de abandono y profunda soledad, levante la vista hacia la ventana que estaba frente a mi, no sé con que intensión, supongo que sabía que no habría un mañana para mi. Ahí, frente a la ventana, estaba una sombra que se elevaba del piso e iba creciendo, hasta llegar a abarcar todo lo alto del cuarto.

Todos murmuraban asustados, nadie se atrevía a moverse, sólo la mujer se levanto y pronunció unas palabras en otro idioma con su báculo dio un golpe en el piso y abandono el lugar con los dos ancianos, mi cuerpo fue presa de terror, entre lágrimas y miedo decía.

¡No, no, no!

Quería huir, pero no podía moverme, nadie oía mis suplicas. Era víctima del más angustiante miedo.

La sombra, creció tanto que lleno el recinto, todo se oscureció, envuelto  en un silencio espeluznante.

Lo último que recuerdo, es que le grite.

¡No soy como tú!


Lunaoscura

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