martes, 28 de febrero de 2017

Café americano

Despuntar el día. Parecía que iba a ser un día normal, pero se quedó sorprendida al descubrir que no quedaba café en la alacena de la cocina. Se arregló y bajó para ir a la tienda de la esquina. Se preguntó, si el mundo estaba contra de ella o realmente estaba durmiendo todavía. Sólo quería comprar un paquete o dos, pero… ¡No quedaban existencias! Enseguida salió del local para dirigirse al café cercano.

Estaba siendo el peor día de su vida, y eso que solo eran las ocho de la mañana. Como no había desayunado nada, se sentía como si hubiera ayunado por días. Empezaba a desesperarse por no haber tomado una simple taza de café americano. Al llegar al café vio que su problema iba de mal en peor: ¡¡Tampoco había café!! La barra estaba repleta de clientes que se quejaban con dureza.

Salió de allí, tenía sueño, dolor físico, rabia, impotencia… Nunca había sentido tantas emociones al mismo tiempo. Le faltaban las fuerzas, iba a llegar tarde al trabajo, se le saltaron las lágrimas… ¡Ya no podía más! Gritó con las últimas fuerzas que le quedaban, apagándose su voz poco a poco.

-       ¡¡Por favor!! Solo quiero una taza de cafééééeeeee….

Cayó paulatinamente al suelo. Se quedó tumbada como si hubiera muerto.  Alguien avisó por teléfono de los hechos al psiquiátrico.


Lunaoscura

Destino

Desde hace unos días me viene sucediendo algo bastante extraño. Todo empezó cuando, soñé que, una amiga de la oficina, se presentaba en mi casa de improviso. Hasta ahí nada raro, pero la sorpresa llegó cuando, a los cinco minutos de despertarme, nadie más y nadie menos que Rebeca, se presentó en mi casa pidiéndome ayuda porque a unas cuantas cuadras de mi casa la habían asaltado.

Qué curioso déjà vu, me dije. Sin darle más vueltas, seguí mi rutina habitual del día. Llegada la noche, me eché en la cama y dormí plácidamente. Desperté, como cada día, maldiciendo el despertador.

Cuando llegué a la oficina mis compañeros, estaban entre preocupados y extrañados. La señora Caritina no había llegado, cosa sumamente rara, en sus treinta años de servicio, jamás había llegado tarde. Me quedé paralizada unos segundos y recordé mi sueño de esa misma noche. Sin reflexionar comenté que Cary había muerto. La reacción desaprobatoria, no se hizo esperar. En ese instante sonó el teléfono. Informaban que desafortunadamente Cary había sufrido un infarto. Al escuchar la noticia, me horroricé.

Transcurrieron unos días sin que la situación se repitiera. Dormía con un ojo abierto, temerosa de que algo así pudiera realmente estar pasando. Cada día, nada más me levantaba, apuntaba frenética todo lo que recordaba haber pensado en mi duermevela, para no dejar escapar ningún detalle. Pero las mañanas sucedían a los sueños sin que pareciera existir ninguna nueva conexión entre ellos.

Después de unos días, me relaje, seguramente todo se había tratado de una horrible coincidencia.

A las tres de la mañana, me desperté sobresaltada, había soñado a Julio, mi amigo, en una cama de hospital. No veía la hora de que amaneciera, tenía que saber de él. Llegué a la oficina más temprano de lo habitual, me dirigí a la oficina de Julio, después de un buen rato de espera este apareció de lo más calmo posible, al verme se sorprendió. Le platique mi sueño, le roge que se cuidara, él entre confundido y molesto, me dijo que nunca había tenido problemas de corazón que me relajara. Apenada de mi comportamiento errático, le dije que tenía razón y me retire.

No supe nada de él por unos días, hasta que una mañana, al llegar a trabajar, Julio me esperaba, con cara seria. “Me echaste la sal”. No lograba entender de que me hablaba, pero veía que estaba molesto conmigo. Más calmado, me informo que el día en que lo espere para contarle mi sueño, por la noche sufrió un infarto. Se me heló la sangre.

Después de ese episodio, el miedo a dormir se apodero de mí. Finalmente, y tras largos días de insomnio, mi cuerpo no pudo resistir más el cansancio y cayó rendido.

Esta vez, fue un accidente automovilístico, un vehículo era arrastrado por el tren. Eso no era posible, en la ciudad ya no hay trenes. A fin de tranquilizarme, investigue, en efecto no había servicio ferroviario en la ciudad, excepto uno de carga que pasaba por el poniente de la ciudad. Me quería morir, era cierto, cerca de la escuela, pasaba el tren. Todo el día una sensación de angustia, me desbordaba, no quería ir a la escuela, pero tenía que ir. No pasó nada, eso me tranquilizo.  Todo había sido una pesadilla.

Olvide el sueño, unos días más tarde, a la salida del colegio, unos compañeros y yo íbamos rumbo a la parada de autobuses, cuando se escuchó un fuerte impacto y el rechinar de llantas y fierro. Corrimos a la avenida. En ese momento, el tren empujaba un vehículo sobre las vías. Me desvanecí.

Después de lo ocurrido, no puede hacer ojos ciegos a la evidencia. ¿Será que con mis sueños definían los acontecimientos, o que por alguna extraña revelación se me comunica todo lo que va a suceder?

Día tras día, cada palabra, cada pequeño movimiento que registra mi mente mientras duermo, se repite en la realidad. Parece como si yo poseyera una especie de don premonitorio. Eso me tiene entre confundida y asustada.

No obstante, entre tanto surrealismo, inconscientemente he empezado a calcular los beneficios que podía tener para mí… Un mundo de posibilidades se abre ante mis ojos. Solo cabe agradecer a la fortuna y disfrutar de la fama y el dinero que esta virtud podría proporcionarme fácilmente. Me auguro una felicidad absoluta.

¡Maldición!, he soñado que hoy moría atropellada.


Lunaoscura

miércoles, 22 de febrero de 2017

No hay razón

Cierras la puerta y te marchas, los recuerdos me asaltan. Desayuno inspiración, respiro improvisación. Rasguños en los pensamientos, empujones en el pecho. La ilusión se convirtió en arcilla silenciosa y fría. Todo se ha desgarrado, tiembla el suelo cada vez que una sonrisa cae y la decepción se impone. Cuando no hay motivo ni razón para todo aquello. Cuatro versos nos atan, los construimos a base de miradas y de frases retocadas…No dudes de mi amor, no tiene espinas ni artificios.


Lunaoscura

martes, 21 de febrero de 2017

El pub

Nocturna, acostumbra frecuentar un pub gótico, en donde se encuentra con sus amigos, para divertirse, pero aquel día estaba aburrida, no había demasiadas personas, pido una última copa, estaba decidida a marcharse, cuando entró un hombre bastante joven.

Seguramente no estaría acostumbrado a ese tipo de ambiente, pues miraba alrededor suyo con curiosidad. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta aún más vieja. Se sentó en la barra, al lado de Nocturna. Tal vez, por la vestimenta, la observó con interés.

-       ¿Es la primera vez que vienes aquí? – preguntó Nocturna, bebiendo un sorbo de su bebida.
-        Sí, - respondió el joven, con cierto nerviosismo.
-        Ya... -hizo un gesto a José, el chico de la barra. Este se acercó, sonriente. - Oye, ponle Desideratha al chico...que es nuevo. - José asintió y se alejó.
-       Gracias, pero apenas he escuchado este tipo de música.
-       ¿Y por qué vienes a un sitio como este?
-       Bueno, es que...- se interrumpió.

En eso la puerta del pub se abrió y un hombre de unos cuarenta años entró con la furia de un huracán. Sus ojos buscaban algo en la oscuridad. De pronto se fijó en el muchacho y se dirigió a él. Al llegar a su altura lo agarró del brazo.

-       ¡Te he dicho que no entraras aquí! - gritó.
-       Pero, papá ...yo no.…- Nocturna pensó que comería al pobre, así que decidió intervenir.
-       Oiga, no joda, déjelo en paz, que no ha hecho nada malo. Ni siquiera ha bebido.
-       Usted no se meta. - Adelanto el rostro un poco y pudo ver el maquillaje de Nocturna, lo que le dejó desconcertado.

Soltó el brazo del muchacho y se echó un poco hacia atrás. Nocturna se levantó.

-       ¿Porque no viene conmigo? - le dijo, mientras con la mano le invitaba a seguirla hacia la diminuta pista de baile. Hizo un gesto a José, que enseguida entendió.
-       Aquí no somos tan malos - concluyó.

En ese momento, aprovecho para fijarse en su aspecto general del hombre. Llevaba una camisa blanca abrochada hasta el último botón y unos pantalones oscuros de vestir. En su cuello colgaba una cruz. Iba pulcramente peinado, y en su mano brillaba una alianza como una incitación a deshonrar su significado.

Una oscura y perversa canción de Agogh flotaba en el ambiente. El cuerpo de la mujer, empezó a moverse al ritmo de aquella música, lo cual constituía una perfecta invitación a la lujuria.

El cuerpo de Nocturna, era pura tentación para ese hombre. Su mirada estaba clavada en ella, era claramente visible su deseo.

Antes de acompañarla a la pista le dijo a su hijo que lo esperara fuera, en el coche, entregándole las llaves. Con cierta prepotencia la siguió a la pista, en su resolución se adivinaba unas ciertas ganas de darle una lección.

-       Qué se habrá creído la mocosa ésta- pensó mientras veía a su hijo salir del local y con determinación se acercó a aquella representante del género femenino cuyo negro maquillaje le provocaba una extraña atracción - Por cierto, mi nombre es Luis.

Luis mantenía su serenidad, poco a poco se fue aproximando al cimbreante cuerpo que, por qué no reconocerlo, era muy apetecible. Siempre le ha gustado bailar y no le costó adaptar sus movimientos a los de aquella seguidora de Marilyn Manson. No sabía quién era ese extraño personaje, pero conocía su cara por haberlo visto en algún periódico.

No supo si fueron las contorsiones ridículas que hizo al son de aquella música, por el olor a mariguana que había en aquel local, o por ambas cosas, el caso es comenzó a sentirme mareado. Tras dar un par de traspiés, Nocturna le ayudó a llegar hasta el pasillo que franqueaba el acceso a los lavabos.

Con paso resuelto le condujo hasta una de las cabinas del baño de las chicas y de un empujón lo introdujo dentro. Mareado se sentó sobre la sucia taza del WC.

Nocturna, cerró la puerta tras de sí y sin mediar palabra se sentó a horcajadas sobre las piernas del hombre. Le tomó la cabeza con ambas manos y lo besó a conciencia. Era el beso más lascivo y excitante que le habían dado nunca. Su lengua jugaba dentro de su boca, lo estaba volviendo loco, mientras pensaba -...mi mujer...mis hijos...mi educación católica...mis creencias..., pero aquel beso le gustaba...cómo le gustaba...

Pero aquello era pecado. Con todas las fuerzas que pudo reunir lucho por apartarla de él... su atractivo cuerpo... aquellos ojos turbadores... sus pechos que rozaban contra el suyo... sus besos de hechicera... pero le gustaba... cómo le gustaba...

De un violento tirón, Nocturna le arrancó los botones de la camisa dejando al descubierto su agitado pecho. Ella se sacó la camiseta... Luis no quería mirar sus pechos... pero sus ojos no le obedecían... Con un nudo en el estómago alargo sus dedos hasta rozar uno de sus erectos pezones. Nocturna, lo tomo por la nuca y lo atrajo hacia ella hasta colocar sus labios a la altura de aquel delicioso manjar...

Le encantaba verlo retorcerse bajo la atracción que ejercía sobre él. Lo dominaba completamente, y toda su estúpida moralidad se estaba esfumando como su ropa.

Antes de que se arrepintiera, Nocturna, lo apretó contra sus pechos, casi obligándole, pero no hizo falta, porque su lengua ya los estaba explorando... Luis le desabrochó los tejanos y los tiró a un rincón. Ahora estaba delante de él, solo con una braguita roja. Se arrodillo, y sin dejar de mirarle a los ojos, le desabrocho el pantalón.

-       No... -susurro, y le enseñó su alianza- Nocturna se carcajeó maliciosamente, se la quitó y la observo. Le dio un beso y la tiró lejos.

Pasó su lengua por su virilidad con deliberada lentitud. Gimió. Su cara era un poema, una mezcla de perversidad y repulsión. Finalmente, el clímax estallo.

Nocturna, se incorporó y lo observó. Recogió un poco de su esencia y la limpio en los pantalones de Luis. Un pequeño recuerdo que descubriría su esposa cuando los lavara.

Él estaba hipnotizado. Nocturna levantó la pierna apoyándola en la cisterna, al mismo tiempo que agarraba a Luis de los cabellos, obligándola a mirarla.

Lo primero que percibió fue el olor de su sexo... ella empezó a gritar sin recato, eso le produjo la mayor excitación que había tenido en los últimos años. Ninguno de los dos decía ya nada, sólo gemidos y la respiración agitada.

-       Muy cristiano, mucha moralidad, y después joden a las mil maravillas. ¡Cabrón! -pensaba Nocturna -Eran los pocos pensamientos que se cruzaban por la cabeza, porque estaba perdiendo poco a poco el mundo de vista.

Nocturna, sintió que ambos iban a terminar, así que acercó su cara al cuello de Luis y lo mordió. Este emitió un gritito que a Nocturna le pareció delicioso y se abandonó.

Se quedaron unos segundos juntos, esperando que sus respiraciones se tranquilizaran. Después Nocturna empezó a vestirse, mientras Luis la observaba sudoroso.

-       ¿Te vas? - le preguntó con ojitos llorosos. Nocturna le Sonrió.
-       ¡Claro! Ahí afuera hay un montón de melenas y pantalones apretados que me esperan.  
-       Pero yo...
-       Nocturna se agachó y lo miro a los ojos - ¿Sabes? Príapo duro no cree en Dios... - salió del baño, pensando que era agradable saber que había dejado mella en alguien, aunque sea toda una vida de arrepentimiento y psicólogos...

Cuando Luis salió de aquel tugurio, reparo en que vendían camisetas. Compró una de Marilyn Manson. Su hijo lo miró estupefacto cuando abrió la bolsa con la camiseta. Luego sonrió.


Lunaoscura

El caso Ancona

Mario Estrada, llevaba más de veinte años como investigador privado, reconocido en su medio por su profesionalismo y entrega, estaba ahí releyendo de nuevo el itinerario que marcaba el mapa, y las anotaciones que iban apareciendo a su alrededor.

Levantó la vista. La señora Ancona, le miraba atentamente ladeando la cabeza sobre su hombro izquierdo.

-       ¿Podrá hacerlo? - preguntó.

Mario, se limitó a bajar de nuevo la mirada, dando a entender que meditaba en armoniosa concentración. Tras unos minutos dijo:

-       Mire señora Ancona, sé perfectamente realizar mi trabajo, pero entienda que… – la señora Ancona le interrumpió.
-       Decidí recurrir a usted porqué llegó a mis oídos que era el mejor en su trabajo. No me importa cómo o qué sea usted, sólo pido el mismo respeto. Quiero que encuentre a mis pequeños, y sé que están ahí dentro.
Mario miró de nuevo a la señora Ancona. Sintió que debía apartar la vista de nuevo. Si bien era muy baja de estatura, había algo en sus ojos que le inspiraba confianza.

-       De acuerdo señora, lo haré. En cuanto al pago…
-       Señor Estrada, yo no dispongo de dinero. Le puedo ofrecer un gran almohadón de plumas y buena parte de mi ración diaria de alimentos.

Mario Estrada, sonrió y se puso en pie, se quitó el sombrero y se dio la vuelta dándole la espalda a la gallina.

Él, reconocía que su profesión no era como la época dorada de los grandes detectives, hombres vestidos de riguroso traje, gabardina y sombrero de ala ancha que arrastraban el cigarrillo de una comisura de la boca a la otra, en tanto se sumergían al mundo deductivo para resolver el crimen. En la actualidad, la realidad era distinta, en especial para los detectives privados, que a duras penas tenían clientes, a no ser de no ser por esposas o maridos celosos que desconfiaban de sus cónyuges o uno que otro obsesionado, pero esto…

Suspiro profundamente, su próximo objetivo, la Fábrica de Lácteos y Huevos Don Chema.



Lunaoscura

Ablepsia

Era aun de madrugada cuando el despertador rugió, molesto e insistente. Martha sacudió la cabeza, con ese pequeño susto que sufrimos al despertarnos, y que se desvanece tan rápido que casi nunca lo percibimos. Todavía medio dormida, estiró la mano y apagó la alarma.

Giro su cuerpo y pensó “cinco minutos más”, pero después de unos segundos su conciencia la aguijoneó a levantarse. Retozó por unos minutos en la cama, deleitándose en el calor casi maternal de las sabanas. Abrió los ojos y se los restregó un poco, a la vez que bostezaba. Con la oscuridad que reinaba en el cuarto, era prácticamente lo mismo tener los ojos cerrados o abiertos, porque siempre dormía con la ventana cerrada le molestaba muchísimo la luz a la mañana.

Con una lentitud extrema se levantó, y sufrió un par de escalofríos mientras abandonaba su cama a esas horas de madrugada. Se calzó las pantuflas, y sin prender la luz mecánicamente salió de su habitación, se dirigió hacia la puerta, esquivando los escasos muebles que había en su camino con la destreza de la costumbre. Su casa estaba silenciosa y oscura como una tumba.

Se dispuso a atravesar el comedor para dirigirse al baño; caminó entre las sillas y la mesa, y entró al baño, más frío que de costumbre.

Apretó el botón, y el ruido fantasmal del agua yéndose quebró el silencio. Se dio vuelta y se lavó la cara, estremeciéndose cuando sintió el agua fría recorriéndole por el rostro.

Más despejada, notó que aún en el baño seguía sin ver absolutamente nada, como si tuviese los párpados cerrados. Miró hacia donde sabía que estaba la claraboya, pero la negrura era absoluta. Exploró la pared, recta, esquina, recta, puerta. Volvió la mano por donde había venido, y la bajó instintivamente, adonde sabía que estaba el interruptor.

Escuchó el clic y entrecerró los ojos esperando el fuerte golpe de la luz, pero la negrura seguía siendo total. Esperó unos segundos, como no entendiendo, y volvió a poner el botón en “apagado”. Dos segundos más, e intentó encenderla nuevamente, pero con igual resultado. Maldición, se quemó el foco – pensó-.


Salió del baño, cerrando detrás de sí la puerta, se dirigió hasta el interruptor del comedor, tanteando, llegó y presionó el botón, pero lo único que cambió fue el “clic” que rompió el silencio, nada más. Una duda se apoderó de ella.

-       ¿Pagué la luz este mes? Sí, sí, hace una semana. -Alternó el interruptor una docena de veces, con frustración, e insultando mentalmente a la compañía de energía eléctrica por el mal servicio que le daban-.

Tanteando, con las manos siempre adelante cual ciego primerizo, volvió a su cuarto. Pasó la mano sobre la mesa de luz hasta encontrar el celular; por lo menos podría usar la pantalla como linterna hasta buscar velas, o algo así. Tocó la pantalla táctil, y está no respondió.

-       ¿Cargué la batería? Sí, algo tiene que tener… roto no creo que esté, lo usé anoche…-  Impaciente, tocó un par de veces más, pero la pantalla no iluminaba absolutamente nada.

Hasta ese momento se dio cuenta, que la oscuridad era tan densa que no podía ver nada, pero literalmente nada. Colocó su mano a dos centímetros delante de sus ojos, y no podía verla. Nada, nada.

-       Bueno, no pasa nada. Seguramente el despertador se adelantó y todavía es de noche, por eso no entra luz desde afuera. El celular seguramente está roto, y las luces seguramente no andan porque hubo un corte de luz… si, seguramente es eso. Ni siquiera puedo ver qué hora es en el reloj… esta oscuridad es demasiado… demasiado oscura. - Era su monologo para calmar la ansiedad que empezaba a invadirla-

Martha, se sentó en la cama, mirando hacia adelante, pero sin ver nada en realidad. Siempre tanteando, buscó la tira que le permitiría abrir el postigo, para que, entrara un poco de luz, que obviamente tendría que haber.

Escucho el ruido de la contraventana subiendo, pero todo siguió igual de negro. Era imposible, siempre algo de luz hay en la calle, por mínima que sea. Además, sus pupilas estaban dilatadísimas, y podría detectar fácilmente hasta el más mínimo rayo de luz, por débil que fuese.

Empezó a preocuparse. Instintivamente, se llevó los dedos hacia los ojos, los cerró y los tocó. Sí, seguían estando ahí, donde debían. Respiró hondo y trató de tranquilizarse, pero simplemente no podía. Esta oscuridad no era nada natural, y realmente la asustaba hasta la médula.

-       Esto no está bien, no está nada bien. No puede ser que no entre luz de afuera… algo, algo tiene que entrar por poco que sea. Aparte, me siento un poco mal…, no tengo que dejar que esto me afecte. Dentro de poco va a volver la luz y va a ser todo normal. Ah, claro, soy una idiota. Si hubo un corte de luz, y hoy hay luna nueva, es obvio que no va a entrar la luz de afuera… pero, pero algo tendría que entrar, siempre un poquito hay, para por lo menos ver algo, por tenue que sea.

Interrumpió sus pensamientos y decidió ir a la cocina a buscar las velas. Tanteando paredes y muebles, llegó hasta la tarja. Extendió la mano hacia arriba y abrió la puertita. Tomó el paquete de velas.

Recorrió la mesa con la mano hasta llegar a la estufa, donde seguramente tenía un encendedor. Pasó los dedos por las hornillas apagadas, y de nuevo la mesa. De repente, un horror indescriptible la invadió, sintió que tocaba piel humana, como si fuese un antebrazo.

Retiró la mano instintivamente, retrocedió hasta que chocó la espalda contra la mesa. Cayó de rodillas, pero la adrenalina y el miedo que inundaban lograron hacerla levantarse en milésimas de segundo. Con el terror gritando en cada fibra de su cuerpo y chocando con todo lo que se haya en su paso, no se detuvo en su fuga.

Finalmente llegó hasta la puerta de entrada, palpó la pared hasta que encontró la puerta de metal, bajó la mano hasta encontrar el picaporte… el picaporte no estaba.

Empezó a sudar, y apoyó la espalda contra la puerta, a la vez que seguía tocando para ver si encontraba la manija. Comenzó a temblar. La puerta estaba totalmente lisa.

Lo único que percibían era el ruido de su respiración, rápida, agitada, y el frío de la pared que tenía a sus espaldas, nada más. Se sentó en el piso, moviendo la cabeza de un lado a otro, por la costumbre de poder y la desesperación de querer ver.

Pasaron unos de minutos, que a ella le parecieron eternos, trataba de encontrar una explicación lógica.

-       No toqué nada, fue mi imaginación. Estoy nerviosa… esta maldita oscuridad… Debe de haber sido un pedazo de carne que deje, una bolsa y como estoy asustada me pareció que era un brazo. Nada más. Nada más.

Siguió pensando, y se dio cuenta de que tendría que ir nuevamente por una vela.  A pesar de eso, siguió exactamente en el lugar que estaba. No se animaba a levantarse ni a hacer el más mínimo ruido, aunque ya había formado una explicación de que era lo que había pasado. Sin embargo, explicación racional o no, la verdad era que seguía ahí, agazapada, esperando un mínimo ruido.

-       ¡Ay Dios, ay Dios! No puede ser, no puede ser, no puede ser. Ya sé que es lo que está pasando. ¡Estoy ciega! Seguramente la habitación está plenamente iluminada y soy yo la que no puede ver nada, y las cosas que están pasando son solamente producto de mi imaginación. ¡No puede ser que me haya quedado ciega así, ¡es imposible totalmente!

Sollozó patéticamente un rato, al darse cuenta de que se había quedado ciega, y de que estaba haciendo el ridículo. Tantas cosas que no iba a poder hacer nunca más. Toda la tragedia se le desnudó de repente.

-       No puede ser que me pase esto, no a mí. Hasta ayer estaba bien, ¡Maldición! Creo que la única manera es prender la vela o el encendedor, para saber si yo estoy ciega o me están pasando esta serie de accidentes casi imposibles.

Se armó de valor, se levantó y comenzó a caminar, a ciegas al igual que desde que se levantó de la cama. Dio un par de pasos y ya estaba a punto de llegar a la mesa, cuando escuchó un sonido tenue, vago, como una respiración. El corazón se le detuvo.

Temblaba. Fue solo un momento que lo escuchó, pero la tensión que acumulaba hacía rato, la hizo colapsar. Se quedó paralizada, sin moverse, esperaba un golpe, una mordida, algo que la matara en cualquier momento y desde cualquier lado. Estaba indefensa totalmente, esperando su muerte.

Esperó un minuto. Dos. Tres. Cinco. Ocho. El tiempo se le hizo eterno, pero al fin, y con pavor, escucho un roce, como de pies que se movían con sigilo. Su oído ya estaba muy sensible, por la falta de visión y por el miedo que sentían. El sonido de los pasos se alejaba en dirección al baño.

-       ¿Qué es lo que está pasando? ¿Hay alguien acá? ¿Qué carajo quiere de mí, por qué no me habla o me mata, que pretende? ¿Estoy ciega y todos estos ruidos son producto de mi imaginación? ¿Hay alguien que está jugando conmigo?

Despacio, se movió hacia la mesa. Su sentido de la orientación estaba mejorando bastante, ya era capaz de acordarse la posición de cada cosa. Toqueteó la mesa hasta que encontró el encendedor y lo tomó. Era la hora de la verdad. Posicionó el pulgar y lo bajó en un movimiento rápido. Sintió el “chic” pero no vio nada, ni siquiera la chispa.

-       Estoy ciega, estoy ciega, maldición, maldición.

Probó nuevamente, se dio cuenta de que no era el mismo ruido que siempre. Acercó el encendedor a su oído, y pulsó solamente el botón que expulsa el gas, pero le llegó un ruido casi inexistente. El encendedor agonizaba. La única alternativa que le quedaba para conseguir luz se iba y no volvería jamás.

Su respiración era cada vez más rápida, y su corazón volaba. Dudaba de todo, no sabía qué era lo que estaba pasando, y no tenía forma de saberlo. Siguió tratando obsesivamente de prender el encendedor, sin respuesta.

-       Un momento, ¿por qué no veo la chispa?

Pasaron unos minutos, y no se atrevía a moverse de donde estaba. Agradeció al cielo tener los sentidos del tacto y del oído, porque sin ellos ya se habría vuelto completamente loca. Sintió una sed terrible quemándole la garganta, y se movió apenas unos centímetros hasta alcanzar la tarja. Abrió la llave de agua fría, pero el ruido a metal fue lo único que escuchó, en vez del esperado sonido del agua fluyendo. Tocó la llave del agua caliente, pero tampoco hubo respuesta.

-       ¿Tampoco hay agua? ¿Qué es lo que está pasando?

Se sentía mal, muy mal. Estaba desesperada, definitivamente, algo terrible estaba pasando. No tenía salida, estaba totalmente perdida. Lloraba, ahora sabía que definitivamente alguien o algo estaba en la casa, y estaba jugando con su mente, haciéndolo desesperar para hacer quien sabe qué.

Súbitamente, se dio recordó que traía su móvil, podía llamar a alguien y pedir ayuda. Marcó metódicamente el número de familiares y amigos, pero siempre se escuchaba el “tututututu” tan característico, que indica que el número no está en servicio.

Finalmente, y con cierta reticencia a hacer el ridículo, marcó el número de la policía. El alma le volvió al cuerpo cuando escuchó la rutinaria voz de un operador contestándole.

-       911 ¿Cuál es su emergencia?
-       Hola –Respondió Martha aliviada por escuchar una voz humana pero todavía nerviosa-. Creo que hay alguien en mi casa.
-       Ok, quédese tranquilo y escóndase en donde pueda.
-       ¿Van a mandar una patrulla?
-       Sí, en estos momentos va a salir una hacia allí, solamente espere y no me cuelgue. Está conversación será grabada por precaución, señorita.
-       -Mandela lo más rápido que pueda, estoy muy asustada, en serio.
-       -Sí, se le nota en la voz –repuso su interlocutor -. Trate de calmarse y cuénteme que está pasando.
-       Martha le contó una versión minimizada, mucho más verosímil, y cuando llegó al punto de que no veía ninguna luz, ni la proveniente de afuera, la voz del oficial le respondió, extrañado -. ¿Abrió la persiana y no vio luz afuera? Pero si son las cuatro de la tarde, mujer…

Todo el nerviosismo que había logrado ahuyentar volvió en esas palabras. Empezó a respirar rápido, como si tuviese un ataque de asma. Sí estaba ciega y todo lo demás era producto de su imaginación, esto lo confirmaba.

-       Señorita, ¿todavía está ahí? –dijo la voz del operador-. ¿Señorita?
-       -Sí, sí, estoy acá –respondió Martha, devastada –. Creo que me volví ciega.
-       Escúcheme atentamente, señorita. Hay una forma médica y segura de saber si perdió la visión o no. Si tiene bicarbonato de sodio cerca, échese un poquito en el ojo. Si perdió la visión le va a arder un poco, no se preocupe, y si puede ver no le arderá absolutamente nada. Créame, un tío mío lo hizo una vez. Hágalo y vuelva, no colgaré.

Estaba desesperada, y el policía habló con total seguridad, así que supuso que tenía razón. Fue hasta la alacena, y sacó lo que supuso era bicarbonato. Dudó un poco, pero decidió probar una pizca y estuvo segura de que era bicarbonato y no otra cosa. Se echó una pizquita en la mano, abrió el ojo y se lo puso.

El dolor recorrió desde el ojo hasta el cerebro. La cornea le ardía como si se la hubiesen prendido fuego con un soplete, e inmediatamente comenzó a gritar de sufrimiento. Se fue rápidamente hacia la tarja para enjuagarse, pero otra vez, la llave se obstinó y no salió ni una gota. Restregándose el ojo, se acercó al teléfono. Tanteó hasta encontrar el cable que salía desde la parte de atrás. Estaba arrancado.

-       Jajajaja, ¡que imbécil! –sonó la voz del operador- No puedo creer que lo hayas hecho, en serio.
-       ¿Quién eres, hijo de puta? ¿Qué quieres de mí?
-       Soy el que decide cómo vas a sufrir. Soy el encargado de que sufras. Lo único que quiero es que me temas, y que desees no haber existido.
-       ¿Todavía no te das cuenta de donde estás? -Respondió una voz mucho más grave que la que había escuchado anteriormente - Estoy cerca, muy cerca -en ese momento, Martha escuchó la puerta del baño cerrarse de un portazo- Nos vemos pronto, –hizo una pausa -bueno, yo te veré a ti solamente. Suerte con tu ojo.

Cada vez se escuchaban más ruidos en la casa. Sillas que se caían, puertas que se cerraban, pasos y respiraciones agitadas, cada vez más cerca. Recostada en el suelo en posición fetal, agitada y llorosa, sentía como su cordura se escapaba.

-       Por Dios, si por lo menos tuviese una luz, y pudiese ver un objeto, ver cualquier cosa, lo que sea. Pero quizá… quizá sea mejor, por lo menos, el tormento se limita a la incertidumbre, al sonido y al horrendo dolor en el ojo.

Rezó apenas audiblemente. Había dicho un par de palabras cuando una voz lúgubre llenó la casa, quitándole la poquísima esperanza que aún tenía.

-       ¿A quién le rezas? Dios no te va a escuchar acá. ¿Por qué no te tanteas el brazo izquierdo, a ver qué encuentras?

Aterrorizada, comenzó a tocar su brazo, despacio fue bajando hasta la mano, y antes de llegar a la muñeca sintió una ondulación como una cicatriz, que iba en diagonal pasando por la vena.

-       ¡Así es Martha! Te suicidaste hace mucho, mucho tiempo. Este es el castigo que se les da a los suicidas. Desde que llegaste me divierto viéndote sufrir lo mismo día, tras día, tras día. Es muy divertido ver como reaccionas. Una vez hasta me hiciste frente, pero acá no hay salvación posible. Cuando te duermas te vas a olvidar de todo esto, y a los pocos segundos te vas a despertar y vas a sufrir exactamente lo mismo, pero sin recordar nada. Tienes que pagar tu pecado y estás condenada. Sufrirás ahora, y vas a seguir sufriendo por los siglos de los siglos. Amén”

Cuando terminó de escuchar esto, Martha sintió como su cordura se partía en cientos de pedazos. Escuchó amén, y comenzó a reír histéricamente, mientras proseguía el castigo por su rebeldía. Desde ninguna parte, otra risa lo acompañaba, lúgubre y malvada.

El psiquiatra Castillejos sonrió y miró a su colega.

-       Hicimos buen trabajo, colega. El comandante estará más que satisfecho con esta nueva cámara de tortura. Cronometre el tiempo que tarda en quebrarse y mande un equipo de limpieza.

A pocos metros, Martha, el sujeto de pruebas número treinta, se suicidaba presa de la locura.


Lunaoscura