sábado, 27 de diciembre de 2014

Angie

Era tarde-noche, me encontraba en el estudio frente al ordenador, con una hoja en blanco y la imaginación del mismo color. Estaba sola en casa, los chicos habían salido con sus amigos.





Una voz que provenía de la cocina me saco de mi letargo, era la radio, el locutor hablaba de algo y anunciaba la próxima canción. En ese momento reconocí la estación, no sé, cómo se llama, pero ahí pasan baladas de los años 60 ó 70, me recuerda a una estación de radio que oía mi madre, cuando yo era una niña, creo que se llamaba “Radio Capital”. 

En fin, la canción empezó a sonar… “Penélope, con su bolso de piel marrón  y sus zapatos de tacón  y su vestido de domingo. Penélope se sienta en un banco en el andén  y espera que llegue el primer tren meneando el abanico.  Dicen en el pueblo que un caminante paró  su reloj  una tarde de primavera. "Adiós amor mío  no me llores, volveré  antes que  de los sauces caigan las hojas.  Piensa en mí  volveré por ti..." 

Siempre que la escucho, recuerdo a mi querida Angie.

La conocí cuando tenía unos dieseis años, ella tenía como unos setenta y pico o más. Era pequeñita de estatura, delgada tirándole a pellejo pegado al hueso; su rostro, manos y pantorrillas estaban marcados por las manchas de la edad. 

Vestida con ropa de los años cuarenta o cincuenta, que decir de su maquillaje, toneladas le cubrían el rostro, con labios rojos que dibujaban una mueca de amargura y los ojos pintados con líneas negras y gruesas, recordando a Cleopatra. Su cabellera la traía peinada en un chongo con miles de pasadores para el pelo y embadurnado de laca, parecía una peluca de plástico.

Esa mañana en que la conocí, llegó corriendo, es un decir, acompañada su bolsa de mano y una bolsa de plástico, de esas que se ocupan para ir al mercado.

- “Buenos días, buenos días”

Fue su saludo. Dirigiéndose a su escritorio, en donde deposito todo su cargamento. 

De la bolsa de plástico, saco sus zapatillas de pulsera muy altas, se despojo de sus zapatitos de piso. Una vez puestas, se levantó para asentar bien sus pies. Sus tobillos nadaban dentro de las pulseras… también sus pies.

Nuevamente se sentó, abrió uno de los cajones de su escritorio, saco una cafetera eléctrica, en ella  vertió un sobre de café de grano. Nuevamente, de la bolsa de mandado sacó un “bolillo”. Una vez que estuvo el café, se sirvió y empezó a desayunar.

Al darle una mordida a su pan, levanto la mirada y me vio, me imagino la cara que tenía, pues ella me grito.

- ¿Qué me ves?

Asustada le dije 

- ¡Nada!  

Apenada y asusta, me agache. Una compañera me dijo que estaba “loca”  no me le acercara.

Pasaron los días, siempre la observaba, no podía evitarlo, era una mezcla de curiosidad y pena. 

Esa mujer tenía algo, me comentaron que se había vuelto loca por esperar a un novio, después de esa información, mi curiosidad más se exalto.

Un día, llego corriendo muy asustada, directo al escritorio de la “Señorita Cortés”, una mujer de la misma edad que Angie, sólo que más arregladita, muy seria y de buenos modales, nunca entendí lo de “Señorita” pues era viuda.

El caso es que, Angie entre sollozos, decía que un “viejo” la estaba siguiendo, la Señorita Cortés, le decía:

- ¡Ya cálmate, es tu imaginación! 

- ¡No te juro que es verdad, siempre me molesta! 

En eso estaban las dos, cuando entra un hombre mayor, como de unos setenta y pico de años, saludando a todos con un:

- ¡Buenos días! 

Todos le respondieron. 

Era el Ingeniero Gustavo M., trabajaba en el cuarto piso. 

Se dirigió directo al escritorio en donde estaba la Señorita Cortes y Angie. 

Se coloco al lado de Angie, ella sólo se encogió con miedo. La señorita Cortés se río, diciéndole al ingeniero.

- ¡Deje de asustarla, mire como ésta! 

- El ingeniero se ríe y dice- ¡Lichita, que puedo hacer, es muy bonita! 

Todos se rieron de la “puntada” del ingeniero, sólo Angie y yo, no reímos.

Angie, salió llorando de la oficina. La seguí directo al baño, cuando entre, estaba llorando y hablando sola. 

Me acerque, diciéndole si la podía ayudar, ella levanto su cara, sus ojos estaban enrojecidos con lágrimas, sentí tanta pena. 

Me empezó a relatar como ese “viejo feo” la molestaba, también de su preocupación de que su novio se enterara. Al  oír eso exclamé

- ¿Su novio, Angie?  

- Sí –me respondió y añadió- Él fue a su tierra pero está por llegar a México, mira me escribió una carta.

De entre sus ropas, saco un bulto de cartas amarillentas, amarradas con un listón. Desato el nudo, tomo la de encima y me la entrego.

La carta estaba fechada el trece de abril de mil novecientos cincuenta, firmada por un tal Kenshi. El tipo, le decía cuanto la quería y la extrañaba. Que las cosas marchaban bien. Era posible que a fin de año ya pudiera regresar a México.

Terminé de leer la carta, levante la vista, la cara de Angie estaba resplandeciente, sus ojos le brillaban llenos de ilusión. Me dijo. 

- ¡Ves, a fin de año llega! 

No sé que, le sucedía, estábamos en 1980.

- Sí,  ya pronto llegará - que otra cosa podía decirle. 

Regresamos a la oficina, ella feliz tomo su correspondencia y salió a repartirla. Me fui a mi escritorio, sentía susto, tristeza e indignación. 

Elvia, mi compañera, me observaba y comento.

- ¡Te enseño las cartas, verdad! 

- Sí 

- Dice Lichita que, si existió dicho novio e incluso se hablo de boda pero por problemas familiares tuvo que regresar a Japón, mantuvieron por algún tiempo correspondencia hasta que él dejo de escribir. Angie se aferro a que volvería, así pasaron los años y ella sigue esperándolo.

- ¿Qué pasa con su familia? ¿Por qué no hacen nada para ayudarla?

- No tiene familia, sólo una hermana inválida más grande que ella.

A partir de ese momento, me hice su amiga, desayunábamos juntas, con su clásico café y bolillo con otras cosas que yo llevaba. 

Me permitía leer sus cartas y ver las fotografías de su novio. A la salida nos íbamos juntas, yo a la escuela y ella a su casa. 

En ocasiones llegó emocionada a la oficina, su novio le había escrito… una vez más, me ensaña las cartas.

Siempre con la esperanza de que Kenshi, llegara para diciembre, hablaba de su boda y lo emocionados que, estarían sus padres 

¡Vivía en el pasado!

Un día por cuestiones de trabajo, tuve que salir de la oficina, cuando regrese con otros compañeros, vi muchas personas al lado de la puerta  de entrada de la oficina y una patrulla en la calle junto con una ambulancia. 

Le preguntamos al vigilante que sucedía, él me echo una ojeada y dijo que, una motocicleta habían atropellado a Angie, al querer atravesar la calle. Cuando llegó la ambulancia, ella estaba muerta.

“… No vendrá, él la espera en sus nubes al sol en ese mundo que ayer tan sólo fueron dos en ese mundo que triunfó el amor…”

Descansa en paz, mi linda María de los Ángeles Blancas.


Lunaoscura

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