viernes, 20 de octubre de 2017

El gato

Eran las doce de la noche, la calle lucía lúgubre, húmeda y fría, lo único que rompía el silencio, eran los pasos apresurados de Esteban. Al dar vuelta a la esquina, sintió un leve roce en la espalda que le impulsó a darse la vuelta. No había nadie, la calle estaba desierta.

El hombre andaba algo achispado. Se sentó a librar su malestar en una de las bancas de la Plaza Hidalgo. El ligero sonido de la fuente sonaba con más fuerza que los grillos que se escondían entre arbustos que le rodeaban. El agua que escapaba del surtidor componía una pacífica melodía.

Esteban, estaba concentrado en el agua cuando a unos metros creyó ver los pliegues vaporosos de un vestido de seda que se perdían tras el zaguán de una casa. Seguro que la chica que lleva ese vestido es guapísima, pensó, y movido por un cierto morbo y mucha curiosidad, se acercó a la casa.

El portón de madera estaba cerrado, pero la ventana enrejada de su derecha permanecía entreabierta. Se acercó con sigilo y entornó la vista para buscar la silueta de mujer en la oscuridad, pero el interior de la casa parecía estar en consonancia con el descanso de sus moradores.

Desilusionado, Esteban volvió a ocupar su asiento en la banca. Haría guardia en la plaza hasta que la muchacha saliera de casa y en cuanto la viera se acercaría a ella y desplegaría todos sus encantos.

Un dulzón olor a flores comenzó a nublar los sentidos del hombre. Ensimismado y cabizbajo, Esteban permaneció durante un par de horas en idéntica posición. Perdió la noción del tiempo y terminó por caer en los brazos de Morfeo.

El frío de la madrugada lo sacó de su letargo. Vencido por el sueño y la desgana, se disponía a marcharse cuando una voz femenina le sorprendió por la espalda.

-       ¡Nunca perdonaré tu traición! – le susurraba con tristeza.

Esteban se sintió desconcertado, no adivinaba de dónde provenían aquellas palabras, se giró bruscamente para buscar a su dueña, pero no la encontró. Su mente reprodujo de nuevo la frase. Eran tan parecidas sus palabras a las de Ariana… ¿qué sería ella? Si pudiera volver atrás, si hubiese actuado de otra manera…

Decidido se internó por la estrecha callejuela de donde provenía el susurro. Sintió frío, un frío que se agarraba a sus huesos y hacía de cada paso una proeza. Dos gatos gruñían en la saliente de la ventana por donde pasaba. Parecían que inquirían directamente a Esteban, este dudó en darse la vuelta y salir corriendo, pero volvió a vislumbrar el balanceo del vestido de seda al final de la callejuela. Era su oportunidad, no podía volver a perderla. Corrió con todas sus fuerzas al encuentro de la mujer. Sus pasos retumbaban como estridentes tambores que cesaron de tocar cuando volvió a encontrarse solo en la plaza.

-       ¡Sal mujer, da la cara y dime a qué juegas! – el silencio y el maullido lejano de los gatos fueron la única respuesta que recibió Esteban.

Su respiración era agitada y nerviosa. ¿Era real esa voz?, se preguntaba. Aquella noche estaba volviendo a reunirlo con Ariana, su amargo recuerdo. No podía permitirlo, retrocedió unos pasos con la intención de salir de aquel lugar y olvidarlo todo, pero en su pausada huida advirtió la sombra de una mujer en la que no había reparado antes.

Dudó, pero la curiosidad ganó la batalla. Se giró poco a poco, levantando su mirada desde el suelo hasta la pared que había tenido a sus espaldas. El rostro de una hermosa mujer de tez morena coronaba el dintel de la puerta. Era una imagen espeluznante, una hermosa cabeza despojada de lo que seguro había sido un precioso cuerpo. De su cuello tan solo colgaba un lazo rojo de seda que balanceaba la brisa. Aquella cabeza abrió sus ojos negros, desplegó sus labios y se dirigió frágilmente a Esteban.

-       ¡Esteban arrepiéntete, arrepiéntete de tus pecados!

No supo qué contestar. Un terrible sentimiento muy distinto al miedo hizo preso a su cuerpo. Era dolor, remordimiento, una sensación profunda de haber errado. Sintió el peso de su penitencia más fuerte que nunca, se dejó caer de rodillas y pidió perdón por primera vez. Con los primeros rayos de sol, el rostro de Ariana se fue desvaneciendo, dejando finalmente aquel dintel huérfano y en su lugar agazapado estaba un gato negro que con pericia saltó para alejarse ronroneando.


Lunaoscura