Elena, leía un libro
y bebía una copa de vino blanco, una voz la interrumpió. Era un hombre que
articulaba palabras incomprensibles para ella, después de unos segundos.
- Disculpe, no
entiendo lo que me dice.
- ¿Debe de ser un
buen libro?
- No sé, necesito terminarlo.
- Lo siento,
- Deje de
disculparse, solo déjeme leer.
- Lo siento, tuve un
pésimo día
- ¿Qué tan mal? No
creo que peor que el mío.
- Me acaban de
despedir del empleo.
- Lo siento, en
verdad que fue peor que el mío.
- ¿Le puedo invitar
una copa?
- ¡No! ¡cómo cree! Ni
lo conozco.
- Por eso, vamos,
acepte. Mi nombre es Leonardo.
Diciendo esto,
Leonardo se sentó en la mesa contigua a la de ella, e iniciaron una plática
como si se tratara de un par de viejos amigos. Después de un buen rato, Elena
vio su reloj y pidió la cuenta.
- Disculpe, me tengo
que ir. Fue un placer platicar con usted. Deseo que su situación se mejore.
Estaba a punto de
levantarse para dirigirse a la caja, cuando Leonardo, le pregunto.
- ¿A dónde vas, si
puedes decirme?
- Tomó una clase de
literatura en la universidad.
- ¿Te puedo
acompañar?, y no te preocupes, tengo libre el resto de la tarde.
- Ella sonrió – Esta
bien vamos, tal vez aprendas algo.
Ambos salieron del
establecimiento y se dirigieron al metro, el trayecto no su muy largo, pero si
muy ameno. Después de una hora de clases, caminaron sin rumbo por los
corredores de la universidad, hasta que Leonardo, le invito un café.
Fueron a una pequeña
cafetería, ahí siguieron conversando, Elena se sentía libre en expresar su
forma de ver la vida y eso le agradaba bastante. En tanto Leonardo, disfrutaba
de la espontaneidad de ella.
Se había hecho tarde
y Elena tenía que ir a su casa, Leonardo la acompaño a tomar un taxi, le pidió
su número telefónico y una cita.
Pasaron varios días
sin que Elena recibiera la llamada, así que continuo con su rutina, a fin de
cuentas, la vida sigue y cada uno tenía sus compromisos y sus familias, solo se
había tratado de una eventualidad muy agradable y nada más.
Sorpresivamente, una
noche recibió la llamada de Leonardo, explicándole que había salido de la
ciudad, para hacer algunas entrevistas de trabajo, por eso el motivo de su
silencio, pero que la quería invitar a salir. Ella lo agradeció enormemente, no
podía negarlo, le daba mucho gusto volver a saber de él, y por supuesto que
aceptó la invitación.
La cita transcurrió
de lo más divertido, fueron a cenar y a bailar, se divertían como un par de
jovenzuelos. Leonardo, se ofreció a llevarla a su casa. Ella, dudo por unos
momentos, y lo miro fijamente a los ojos.
- ¿Por qué haces
esto?
- Somos adultos, ¿o
no?
- Sí, pero te estas
dejando llevar por las circunstancias. No sabemos nada del uno y del otro,
además…
- Él la interrumpo -
Es porque soy viejo verdad.
- No, eres un hombre
mayor que yo, pero eso no tiene nada que ver, lo que pasa es que esto terminará
en algún momento, y me pedirás tiempo, tu espacio y eso dolerá y no quiero
sufrir.
- Por qué te
anticipas a lo que no ha ocurrido. Merecemos disfrutar, no crees. Cuando llegue
el mañana, veremos.
Leonardo, guardo
silencio, en tanto a Elena se le derrumbaba las murallas y el miedo.
- Creo que me siento
más cómoda en la decepción, me asusta que tú quieras arrebatarme mi estatuto
quo… Me tengo que ir. – dio media vuelta para salir casi corriendo.
- Leonardo, la tomó
del brazo y la detuvo – ¡Vamos!, ¿qué podemos perder o sentir que ya no hayamos
pasado?
Elena mantenía la
cabeza gacha y así estuvo por varios minutos, hasta que por fin hablo.
- Dime, ¿cómo va a
funcionar esto?
- No tengo la menor
idea, solo sé que el otoño nunca es tan viejo como para dejar de vivir.
Lunaoscura
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