Hasta hace tres días,
de acuerdo con el fechador de mi reloj, me encontraba en la caseta de
vigilancia de mi trabajo. Un cuarto blindado y equipado con cinco pantallas de
televisión que me permitían observar los principales accesos del edificio de
una importante empresa automotriz.
Unas dos horas más
tarde de mi hora de entrada, salí del cuarto de vigilancia para echar un
vistazo directo a aquellas zonas que no estaban cubiertas por los sistemas de
video. Estaba en el punto más lejano de mi recorrido cuando el terremoto azotó
la ciudad.
Jamás había sentido
uno tan fuerte, largo, y violento. Fue tal la energía del sismo que me arrojo a
unos cuantos metros. Permanecí en el piso, pues hubiera sido inútil, además de peligroso
intentar ponerme en pie.
Sentía las fuerzas en
choque atravesar mi cuerpo. Escuchaba los ruidos de cristales y plafones al
despedazarse, y el crujir de muros, trabes, y castillos. Miraba el vaivén de
las lámparas antes de que muchas de ellas se desprendieran de sus soportes y se
hicieran pedazos contra el piso.
La mayor parte del
plafón que recubría el techo cayó, cubriendo de un polvo blanco todo lo que
estaba abajo, dando al recinto un aspecto nebuloso.
Era evidente que los
daños infringidos, merecían accionar la alarma de sismo, y alertar al puesto de
control. Me puse en pie para ir al cuarto de vigilancia, pero apenas había avanzado
un par de pasos cuando se cortó la electricidad.
Eche mano a la
linterna que traía en el cinturón. Caminé, unos cincuenta metros para llegar al
cuarto de vigilancia, sorteando todo tipo de obstáculos, pero cuando quise
abrir la puerta simplemente no pude.
Me dirigí a la salida
más cercana, pero las escaleras se habían derrumbado. Además, recordé que yo
mismo había supervisado que fueran cerradas con gruesos candados.
Me senté en el piso
para examinar la situación con calma. No tenía duda de que la estructura del edificio
había sufrido daños mayores y, dada la magnitud del sismo, era razonablemente
esperar una réplica que muy bien podría terminar de derrumbar la maltrecha edificación.
Era urgente encontrar
una manera de salir. Con las puertas cerradas por candados, solamente podía abandonar
el lugar por el túnel que conectaba al edificio con la planta de ensamblado.
Sería un recorrido en la más completa oscuridad, no me resultaba muy atractivo,
pero no se me ocurrió una mejor opción.
Inicié la caminata, sin
embargo, no llegué a recorrer más que unos ciento cincuenta metros antes de
encontrar que el túnel estaba totalmente colapsado y no había manera de pasar.
Volví sobre mis pasos, y me dirigí al estacionamiento subterráneo.
Los muros y techos se
veían en mucho mejor estado, aunque había desprendimiento de materiales del
techo en varios puntos. Unos trescientos metros más adelante encontré una
salida de emergencia, misma que decidí explorar. Los mecanismos de apertura
funcionaron correctamente y pude salir.
Salí a un mundo
destrozado. La primera impresión que me golpeó al alcanzar la calle fue el
crepitar de incendios que no alcanzaba a ver. El humo y el polvo, me provocaron
el primero de muchos accesos de tos. Mi linterna no podía penetrar esa
combinación de gases. Esperaba oír sirenas, vehículos de emergencia, bomberos,
policías, dirigiéndose diligentes y presurosos a las zonas más castigadas por
el siniestro, pero solamente percibía el sordo rumor de incendios y explosiones
lejanas.
Con mi intuición como
guía, empecé a desplazarme por una avenida bastante ancha. Deseaba abandonar la
ciudad, pero me resultó extremadamente fatigoso recorrer unos pocos metros, la
visibilidad era muy limitada y el terreno por el que debía desplazarme estaba sumamente
accidentado.
Solamente los
carriles centrales de la avenida se encuentran libres de cascajo, las pocas
edificaciones que se mantienen en pies estaban incendiadas. Estaba
impresionado, pero lo que más me sorprendió fue el no ver a nadie, vivo o
muerto, en las tres horas que estuve fuera del edificio.
Varias veces traté de
utilizar mi teléfono móvil, pero solamente obtuve la indicación de que en la
zona en la que me encontraba no había servicio por parte de este proveedor.
Probé con la radio
que me dio la empresa, utilicé el modo de emergencia para transmitir simultáneamente
por todas las bandas del aparato, no logré respuesta alguna.
No sabiendo a donde
dirigirme, recolecté tantos alimentos y agua que pude cargar. También, frazadas
y ropa de abrigo para poder tolerar el frío que se hace a cada momento más
intenso.
Pasé los siguientes
dos días adecuando un lugar. No sé cuánto tiempo tardaran en llegar los
socorros, pero ya están muy retrasados.
Hace unos días, rebuscando
en los restos de la ciudad, encontré un puesto de periódicos. Ahí, el titular
de un tabloide, llamó mi atención.
“La NASA lanzó el
jueves por la noche una sonda espacial llamada OSIRIS-REx para perseguir un
asteroide oscuro y potencialmente peligroso llamado Bennu, que se encuentra en
ruta de colisión con la Tierra”.
Leí de los pavorosos
efectos que tendría para el planeta, y en consecuencia para la humanidad, el
impacto de un asteroide de ese tamaño.
Bien, escribo esta
nota con la esperanza de que algún otro sobreviviente pueda encontrarla. En
este momento, es la una con cuarenta minutos de la mañana del once de
septiembre del 2046, me encuentro en lo alto de una pila de escombros que fue
todo lo que quedó de esta construcción que debió tener unos quince metros de
altura.
Debido a la gran
cantidad de polvo y humo que hay en el aire se me hace difícil respirar y las crisis
de tos son más frecuentes, supongo que son un síntoma de asfixia. Creo que esto
podría matarme en algunos días.
Ahora somos una
especie de vías de extinción y se hace urgente buscar alguna región con el aire
menos contaminado.
Lunaoscura
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