miércoles, 23 de noviembre de 2016

Cenit de media noche

Saúl, trastabillaba por la calle silenciosa y húmeda. Llovía, era lo único que podía asegurar con certeza esa noche. Su recorrido lo llevó a un abandonado quiosco, sin saber bien que, hacia ahí, pero no le importaba en lo más mínimo.


Lo habían despedido, y su mujer lo había dejado. El cúmulo de acontecimientos que le ocurrían en su vida, lo lanzaron de cabeza al vicio.

Las gotas de lluvia que se filtraban por el desvencijado techo, se mezclaban con las lágrimas de un pobre viejo que no tenía ya nada que perder.

La luz de la Luna se convirtió en su única acompañante, una Luna llena, de esas cubiertas de malos presagios que, con su cara amorfa le miraba con malicia, como recreándose de sus problemas y absolviendo lo poco humano que le quedaba.

Después de unos minutos, continúo andando por un camino de tierra que lo condujo a un lote baldío.

Miró al cielo, algo le había llamado la atención. Lo único que vio fue una nube que tapaba a la luna, mientras lo que lo rodeaba quedaba en completa oscuridad. Instintivamente, diviso hacia el quiosco y en un acto reflejo comenzó a camina, pero entonces ocurrió.

Una luz cegadora junto con una sensación de absorción, lo pasmado y le hizo tropezar cuando daba un par de pasos hacia atrás.

Su primera reacción fue pensar que se trataba de un asalto, es que así, se llevó las manos a la cabeza y encogió las piernas, preparándose, como otras tantas veces, a recibir los golpes, los cuales nunca llegaron.

Después de unos minutos, levanto la vista, ahí estaba una luz que parecía estarlo observando, con temor se incorporó, calado hasta los huesos, sin poder quitar la mirada de ese foco que, parecía invitarle a acercarse. Finalmente, se acercó.

A la mañana siguiente, se despertó en ese mismo paraje, seco y con la misma ropa, el sol era radiantemente extraño, sin saber por qué, se echó a correr.

Cuando llegó a su casa, no podía dar crédito. No estaba. En su lugar un armatoste se erguía macizo y amenazador. Un chico con extrañas vestiduras salió por una puerta, no podía dejar de observarlo, no entendía lo que sucedía.

El joven que, también lo miraba, se acercó.

– ¿Tiene algún problema, señor?

– No… Sí… No lo sé. Mi casa… Estaba aquí ayer mismo… No sé qué…

– ¿Qué calle busca?

– Yo… No sé. Soy el ayudante… Bueno, el antiguo ayudante del herrero y…

La mirada del joven se tornó irónica y pareció sonreír.

– ¿Ha estado usted bebiendo, acaso?

No pudo más que mirar hacia el suelo y callar.

– ¿Por qué no se acerca al pueblo a preguntar, a ver si alguien le puede ayudar? Es todo el camino recto en esa dirección.

Saúl, le miro en silencio y temeroso asintió. Dio la vuelta y comenzó su marcha. Tenía que encontrar a alguien que le ayudara, eso era todo.

Cuando se acercó lo suficiente, no pudo más que abrir la boca y lanzar una exclamación.

¡Ese no es mi pueblo!

Un montón de edificios enormes se cernían ante él. Gigantescos, como hechos por titanes. Desconcertado, iba andando, cuando un monstruo metálico se lanzó sobre él. Un brazo le agarró y le salvó la vida por escasos milímetros.

– Pero, ¿qué hace? ¿qué le pasa? ¿quiere que le maten o qué?

La mujer que era su salvadora se alejó mientras gritaba.

– ¡Estúpidos borrachos! ¡Vagos, todo el día bebiendo hasta que alguien los atropella y le cargan la culpa!

Saúl la veía alejarse, cuando giro la cabeza se dio cuenta de que, frente a él, había un escaparate lleno de pantallas con personas encerradas en su interior. Música diabólica que parecía provenir de ninguna parte.

En ese instante, tuvo todo claro, una exclamación abierta y sincera, salió de sus labios.

¡Es el día del juicio final y voy a ser juzgado!

Un chiquillo que pasaba a su lado que, al oírlo, se rio de él abiertamente.

– ¡Cámbiese abuelo! ¡Que el siglo XVI dejó de estar de moda hace tiempo!

¿Siglo XVI? ¿Cómo?

– Perdone jovencito, ¿en qué año estamos?

Una carcajada fue la respuesta, pero al ver la cara de seriedad que debía de tener, el niño respondió.

– 23 de noviembre de 2020.

Saúl, se le quedo mirándole, no podía dar crédito. Si no se equivocaba, el día anterior había sido martes 22 de noviembre de 1504.

¡No podía ser!

Trató de explicarse, trató de hacerlo con empeño, pero lo único que consiguió es que unos tipos lo agarraran, y tras pasearlo por un montón de lugares, le acabaron encerrando en una casa en la que, le tenían todo el día atiborrado de unas cápsulas de colores.




Lunaoscura

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