Saúl,
trastabillaba por la calle silenciosa y húmeda. Llovía, era lo único que podía
asegurar con certeza esa noche. Su recorrido lo llevó a un abandonado quiosco, sin
saber bien que, hacia ahí, pero no le importaba en lo más mínimo.
Lo
habían despedido, y su mujer lo había dejado. El cúmulo de acontecimientos que
le ocurrían en su vida, lo lanzaron de cabeza al vicio.
Las
gotas de lluvia que se filtraban por el desvencijado techo, se mezclaban con
las lágrimas de un pobre viejo que no tenía ya nada que perder.
La
luz de la Luna se convirtió en su única acompañante, una Luna llena, de esas
cubiertas de malos presagios que, con su cara amorfa le miraba con malicia,
como recreándose de sus problemas y absolviendo lo poco humano que le quedaba.
Después
de unos minutos, continúo andando por un camino de tierra que lo condujo a un
lote baldío.
Miró
al cielo, algo le había llamado la atención. Lo único que vio fue una nube que
tapaba a la luna, mientras lo que lo rodeaba quedaba en completa oscuridad. Instintivamente,
diviso hacia el quiosco y en un acto reflejo comenzó a camina, pero entonces ocurrió.
Una
luz cegadora junto con una sensación de absorción, lo pasmado y le hizo
tropezar cuando daba un par de pasos hacia atrás.
Su
primera reacción fue pensar que se trataba de un asalto, es que así, se llevó las
manos a la cabeza y encogió las piernas, preparándose, como otras tantas veces,
a recibir los golpes, los cuales nunca llegaron.
Después
de unos minutos, levanto la vista, ahí estaba una luz que parecía estarlo
observando, con temor se incorporó, calado hasta los huesos, sin poder quitar
la mirada de ese foco que, parecía invitarle a acercarse. Finalmente, se acercó.
A la
mañana siguiente, se despertó en ese mismo paraje, seco y con la misma ropa, el
sol era radiantemente extraño, sin saber por qué, se echó a correr.
Cuando
llegó a su casa, no podía dar crédito. No estaba. En su lugar un armatoste se
erguía macizo y amenazador. Un chico con extrañas vestiduras salió por una
puerta, no podía dejar de observarlo, no entendía lo que sucedía.
El
joven que, también lo miraba, se acercó.
–
¿Tiene algún problema, señor?
– No…
Sí… No lo sé. Mi casa… Estaba aquí ayer mismo… No sé qué…
–
¿Qué calle busca?
– Yo…
No sé. Soy el ayudante… Bueno, el antiguo ayudante del herrero y…
La
mirada del joven se tornó irónica y pareció sonreír.
– ¿Ha
estado usted bebiendo, acaso?
No pudo
más que mirar hacia el suelo y callar.
–
¿Por qué no se acerca al pueblo a preguntar, a ver si alguien le puede ayudar? Es
todo el camino recto en esa dirección.
Saúl,
le miro en silencio y temeroso asintió. Dio la vuelta y comenzó su marcha.
Tenía que encontrar a alguien que le ayudara, eso era todo.
Cuando
se acercó lo suficiente, no pudo más que abrir la boca y lanzar una exclamación.
¡Ese
no es mi pueblo!
Un
montón de edificios enormes se cernían ante él. Gigantescos, como hechos por
titanes. Desconcertado, iba andando, cuando un monstruo metálico se lanzó sobre
él. Un brazo le agarró y le salvó la vida por escasos milímetros.
– Pero,
¿qué hace? ¿qué le pasa? ¿quiere que le maten o qué?
La
mujer que era su salvadora se alejó mientras gritaba.
– ¡Estúpidos
borrachos! ¡Vagos, todo el día bebiendo hasta que alguien los atropella y le cargan
la culpa!
Saúl
la veía alejarse, cuando giro la cabeza se dio cuenta de que, frente a él,
había un escaparate lleno de pantallas con personas encerradas en su interior.
Música diabólica que parecía provenir de ninguna parte.
En
ese instante, tuvo todo claro, una exclamación abierta y sincera, salió de sus
labios.
¡Es
el día del juicio final y voy a ser juzgado!
Un chiquillo
que pasaba a su lado que, al oírlo, se rio de él abiertamente.
– ¡Cámbiese
abuelo! ¡Que el siglo XVI dejó de estar de moda hace tiempo!
¿Siglo
XVI? ¿Cómo?
–
Perdone jovencito, ¿en qué año estamos?
Una
carcajada fue la respuesta, pero al ver la cara de seriedad que debía de tener,
el niño respondió.
– 23
de noviembre de 2020.
Saúl,
se le quedo mirándole, no podía dar crédito. Si no se equivocaba, el día
anterior había sido martes 22 de noviembre de 1504.
¡No
podía ser!
Trató
de explicarse, trató de hacerlo con empeño, pero lo único que consiguió es que
unos tipos lo agarraran, y tras pasearlo por un montón de lugares, le acabaron
encerrando en una casa en la que, le tenían todo el día atiborrado de unas
cápsulas de colores.
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario