Era una noche como tantas, Dante, se ocultaba
entre las sombras, parecía fusionarse con ese sitio tan sombrío, tan oscuro y
siniestro.
Una vez más estaba de caza, como
llevaba haciendo en sus largos e intensos años de vida. Su existencia superaba
los más de quinientos miserables años, siempre con la misma sed que lo consumía
y acompañaba.
Observaba, atrincherado en la
oscuridad a unas jóvenes que salían de un antro. Sus alegres y femeninas sonrisas,
lo envolvían en una melodía y el olor de su sangre, satura su cabeza, aumentando
su apetito y llevándolo a la locura extrema.
Con sigilo, fue tras ellas, no tenían
conciencia que un monstruo, esperaba la ocasión para atacarlas. Al dar vuelva
en una esquina, un vehículo estaba estacionado, todas excepto una, lo abordaron
perdiéndose en la lúgubre calle.
La mujer que se había quedado, perceptiblemente
agitada comenzó a avanzar con paso ligero, introduciéndose en un oscuro
callejón.
Dante, no perdió tiempo y la siguió
guardando distancia y calculando su próximo movimiento. No muy lejos de allí, estaba
otro vehículo estacionado; las luces de las intermitentes, se accionaron cuando
la mujer presionó el botón de mando. Por unos segundos, Dante quedó cegado,
pero antes que la mujer alcanzara la puerta, la sujeto por el brazo y la obligo
a girarse, quedando frente a frente.
El grito que amenazaba por salir de la
garganta de la mujer, fue silenciado por la amplia mano del vampiro y con uno
de sus brazos le rodeo la cintura. En tanto, en los oídos de Dante, retumbaba
el eco de los fuertes latidos del corazón y el correr de la sangre que era
bombeada a gran velocidad.
La mujer temblada, pero repentinamente
se tranquilizó, ya no intento soltarse ni mucho menos huir. Los ojos de Dante, brillaban
intensamente, reflejaban la luz de la luna que inundaba a la ciudad esa noche. Una
sonrisa ladeada cubrió su rostro de rasgos duros y a la vez, bellos. No se
podía negar, era un espécimen muy atractivo y hermoso entre los suyos, con su
larga melena y su cuerpo musculoso de casi dos metros de estatura. Nunca había
tenido problemas para atraer a sus víctimas.
Dante, estaba sediento, no podía
perder más el tiempo, le ardía la garganta y un fuerte dolor le carcomía las
entrañas. La tomó entre sus brazos y la llevó otro callejón de edificios
abandonados. Lentamente la dejó apoyada contra la fría y gris pared de un viejo
edificio. Se separó de ella, lo justo para poderla observarla, con lujuria en
su mirada, recorrió su cuerpo.
La joven, llevaba puesto un vestido
negro, de esos que se adhieren a la piel y dejan a la vista la forma de sus
redondas y numerosas curvas. Sus pechos no eran pequeños, pero tampoco
demasiado grandes. Aparentemente parecían firmes, pesados y presumiblemente de una
textura suave. Sus piernas eran largas, bien formadas, perfectamente definidas
y lo suficientemente fuertes como para poder aferrarse correctamente a sus
caderas cuando él la tomara. Inconscientemente se relamió los labios,
anticipando la gloria que vendría después, cuando finalmente la probase y se
fundiera con ella. Realmente había cazado una excelente pieza.
Se acercó a ella con paso decidido,
acortando los escasos metros que los separaban. Su enorme e imponente cuerpo
cubrió al de la joven, sus labios atraparon los de ella, fundiéndose en un
hambriento y urgente beso. Su lengua intentó abrirse paso en la boca femenina,
la cual no tardó en corresponderle y darle la bienvenida. Ambas lenguas
chocaron una con la otra, acariciándose y fundiéndose como si fueran una sola.
Un gemido de placer escuchó, la chica,
se arqueaba sensualmente con aquel beso tan apasionado e intenso. Su cuerpo
ansiaba más, necesitaba más, por eso se presionaba contra él. Su mano se posó en la nuca del vampiro, sus finos
y largos dedos se introdujeron en la cabellera masculina, entrelazando y
jugando con sus largos y espesos mechones. La otra mano, vagó perezosamente
hasta la altura del trasero de Dante, presionando más hacia ella, para sentirlo
más cerca.
Dante, no perdió el tiempo tampoco,
mientras su boca seguía devorando a la excitada mujer, una de sus manos atrapó
uno de sus redondos senos y jugó con él. Mientras, su otra mano, alcanzó uno de
sus desnudos muslos, instándola a subirlo. Más tarde, las piernas de la mujer se
aferraban a él como si le fuera a ir la vida en ello.
El vestido, se había subido lo
suficiente para dejar a la vista sus blancos muslos. Dante, terminó de plegar
la arrugada tela, hasta dejarla por encima de la cintura. El aroma de la femenina
lo golpeó de lleno, provocándole una reacción primitiva en los vampiros; sus largos
y puntiagudos colmillos salieron de sus encías para mostrarse en toda su
plenitud.
Estaba más que preparado para darse un
festín. Así como, su palpitante virilidad, pero todavía era tiempo, aún tenía
que degustar mejor a su presa.
Su experta lengua descendió lentamente,
bajo por el elegante y esbelto cuello de la mujer y alcanzó su escote. Ella, en
respuesta, arqueó la espalda hacía atrás, levantando más su pecho para que él
pudiera tener mejor acceso. Mientras, continuaba acariciándolo. Su agitada respiración
retumbaba en la calle, junto con sus débiles gemidos y jadeos.
Dante, tenía que silenciarla antes de
que su presencia fuera delata a algún transeúnte. Volvió a besarla, ahora con
más intensidad, con más urgencia, con más lujuria, en tanto, su mano acariciaba
el muslo desnudo, pero se volvió codiciosa y se atrevió a ir a más.
Cada vez bombeaban con más fuerza, las
venas de la mujer, llamándole, recordándole el sabroso sabor metálico que tenía
para su disfrute. Con un solo movimiento, comenzó a arremeter una y otra vez,
con largas y profundas embestidas, el placer era inmenso, solo era comparable
al éxtasis que se sentía cuando cumplía con sus deseos.
Cuando estaba a punto de alcanzar el clímax,
se acercó a su cuello y la mordió. Sus afilados colmillos perforaron
profundamente la piel, produciendo unos pequeños orificios por donde comenzaban
a salir la deliciosa sangre. Dante, tragó
con avidez, dejó que el espeso líquido rojo, se derramase por su garganta,
calmando su sed y apaciguando el dolor de sus entrañas. En ese momento, la mujer
llegó al clímax, no sintió dolor alguno, simplemente notó una sensación
electrizante que la hizo gozar de tal manera que aceleró la llegada de su éxtasis.
Una vez que se satisfizo, Dante, lamió
las pequeñas heridas para que cicatrizaran y se separó de ella. La mujer casi
pierde el equilibrio cuando se alejó de ella, estaba un poco débil. Caballerosamente,
Dante acompañó a la mujer a su vehículo. Sin mediar palabra alguna, Dante, se dio
la media vuelta, volvía a su vida cotidiana.
Lunaoscura
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