Era una noche oscura y desolada, que se complementaba con los aullidos lastimeros de los perros. Adrián, caminaba por las calles extrañamente silenciosas y tranquilas, se dirigía a una fiesta a la que había sido invitado.
Ya cerca del lugar, cuando dio la vuelta en una esquina, le pareció ver con el rabillo del ojo, una silueta, que se asomaba desde uno de los árboles, pero le restó importancia, trato de convencerse que todo era un producto de su imaginación y de su agitada mente.
No obstante, comenzó a caminar apresurado, casi corriendo, de vez en cuando volteaba para mirar, todas las veces, veía lo mismo con el rabillo del ojo, una figura etérea que se asomaba desde detrás de algo.
Finalmente, llegó al lugar. En la entrada, se encontraba un hombre de aspecto cadavérico, que lo condujo a una estancia enorme. En ella, se encontraba un grupo muy variopinto, no obstante, todo se observaba tranquilo y normal.
Después de varios minutos, tres jóvenes con marcaras, entraron a la habitación, uno de ellos, dijo:
- ¡Bienvenidos al comienzo del fin de sus vidas!
En ese instante, una mujer hizo su entrada. Estaba elegantemente vestida e igualmente llevaba una máscara, su presencia era enigmáticamente hermosa. De piel blanca, como la nieve, de ojos oscuros con mirada profunda e inexpresiva y su cabellera negra, ondulaba al ritmo de una misteriosa brisa gélida.
Lentamente, caminó al centro del lugar, con una voz dulce y profunda, les dio la bienvenida y se disculpó por el comentario de su compañero. Inmediatamente, procedió a explicar el objeto de la invitación, de la siguiente manera:
- El motivo de su presencia, es que fueron elegidos para realizar un juego, en el entendido que solo uno de ustedes, será el perdedor o ganador –su voz denotaba cierta ironía- Bueno, todo depende, de lo que piensen, ¿qué viene después de la muerte?
Los presentes, sintieron un escalofrío que les recorrió la espalda, algunos, intentaron abandonar el lugar, pero los jóvenes les impidieron la salida.
La expectación y el miedo se reflejaban en los rostros de los asistentes. La mujer, nuevamente hablo.
- ¡Por favor, tranquilos, no hay nada que temer! Solo recuerden que, cada cual solo podrá encontrar en el más allá, aquello que él mismo forjó para sí.
Nuevamente, algunos intentaron salir, mientras otros, se petrificaron en su lugar.
La mujer sin inmutarse, dio unas palmas y un sequito de camareros desfilo con charolas y copas de vino. El ambiente, se envolvió en una melodía suave que produjo una especie de letargo en los presentes.
Durante horas, la velada transcurrió como si nada de lo dicho por la mujer, alterara a los invitados. Pasada la medianoche, la música dejó de escucharse y la mujer solicitó la atención de los presentes.
En tanto, Adrián, cerraba los ojos, un escalofrío se movía bajo sus parpados, era como sí en la muerte le hablara. Camino lentamente hacia atrás, sabía que esa era su última noche con vida.
Lentamente abrió los ojos, en el reciento ya no había más personas, sino sombras que tomaban formas distintas y caminaban hacia él. En un acto de sobrevivencia, salió corriendo del lugar.
Afuera, respiro profundamente y miro las copas de los árboles, en esos momentos se percató que había un profundo silencio, ese tipo de silencio que enfría el cuerpo y detiene el alma. Sabía que estaba en peligro.
En tanto, de la casa salía en su busca la mujer misteriosa, Adrián, entendió que era el momento en que debería reaccionar y empezó a correr sin mirar atrás.
Mientras corría, comenzó a ver una sombría figura en todos lados, en los tejados de las casas, dentro de los autos, incluso sobre las copas de los árboles.
Adrián, cansado y totalmente horrorizado, tropezó y cayó al piso sobre sus manos. Cuando trato de levantarse, alzó la mirada y allí estaba, esa etérea silueta, parada justo delante de él, sonriéndole y mirándolo fijamente, con unos ojos que recordaban a las mismas llamas del infierno.
Convencido de que había llegado el momento de su prematura muerte, cerró los ojos y esperó lo peor.
Sobresaltado y totalmente empapado en su propio sudor, se despertó. Miró a su alrededor y solo pudo apreciar la tranquilidad de su habitación.
Afuera, se generaba una tormenta ensordecedora y estrepitosa. Las gotas de agua chocaban contra las ventanas, parecían lágrimas que se deslizaban sobre un rostro de cristal.
¡Fue solo un sueño!, pensó, todavía algo alterado por la reciente pesadilla. Se levantó, se encaminó hasta el baño y se lavó el rostro. Bajo las escaleras, acompañado por el sonido de sus propias pisadas y de las gotas de agua chocando sobre el techo.
Entonces, escuchó música, era la misma que sonaba en esa casa… Se quedó ahí parado, en medio de la escalera, totalmente petrificado por el miedo, con la mirada perdida en el vacío y sus ojos totalmente inyectados en sangre. Su cuerpo comenzó a producir un sudor frío que bajaba por su rostro.
De repente, un relámpago iluminó toda la sala por apenas unos segundos, obligándole a cerrar los ojos. Cuando los abrió, no pudo dar crédito a lo que sus ojos veían, ahí estaban la mujer y sus tres acompañantes, danzando al ritmo de esa música.
Cuando sus piernas por fin se decidieron a responderle, se dio vuelta y subió las escaleras, se dirigió a la seguridad de su habitación. Cerró la puerta detrás de sí y se recostó contra ella.
Se dejó caer y hundió su rostro envuelto en lágrimas en sus manos mientras ese sonido diabólico le retumbaba en la cabeza. El pobre hombre, no pudo aguantar más y dirigió sus manos a sus oídos, introdujo sus dedos índices dentro de ellos, hasta llegar a lo más profundo, destrozando sus tímpanos, con la esperanza de acallar la música que lo atormentaba, pero fue en vano.
Días después, su cuerpo fue encontrado por la policía, debido a las denuncias de sus vecinos sobre el olor que provenía desde dentro de la casa. Un detective se acercó al cuerpo y le pregunto al perito que se encontraba tomando fotografías.
- ¿Qué tenemos aquí?
- Hombre joven de unos treinta y tres años. Su nombre era Adrián Lugo. Sufrió una arritmia general entre las tres treinta y las tres cincuenta de la mañana.
- ¿Arritmia general? ¿En un hombre de treinta y tres años? - dijo el detective con tono de duda.
- Sí. Al parecer, fue causada por un repentino ataque de pánico. También, parece que se destrozó los tímpanos con sus propias manos.
- ¿Qué llevaría a alguien a hacer algo así?
- Bueno, hay una razón bastante lógica.
- ¿Cuál?
- Era esquizofrénico. Encontramos sus medicamentos en la basura.
En ese momento, el detective, le pareció escuchar una melodía, casi imperceptible. No le dio importancia y siguió con su trabajo.
Lunaoscura
No hay comentarios:
Publicar un comentario