Como cada
día, Salvador se levanta masticando la almohada. Se revuelve en la cama y de un
golpe apaga el despertador. Bosteza, se rasca los legañosos ojos y echa un
vistazo a su mujer, la que finge que no ha escuchado la alarma.
Se inclina
y le susurra al oído que van a llegar tarde, la mujer se levanta para ir a
preparar un desayuno rápido. Por su parte, Salvador ocupa el cuarto de baño, se
ducha y se afeita. Una vez que ha terminado, se dirige a la cocina, coge la
taza de café que con esmero le ha preparado Santa y bebe rápido.
Listo para
emprender la partida, furtivamente, su mujer cae sobre él y le ajusta la
corbata. En tanto, una cabeza morena y despeinada aparece en el umbral, al
tiempo de que una de sus manos, cubre un sonoro bostezo.
Salvador, pasa
por su lado y le toca la cabeza, el chico, hace una mueca de aburrimiento y
murmura algo inaudible. Con un gesto, se despide de ellos.
La noche
anterior recibió una llamada de uno de sus proveedores, así que diligentemente,
se dirige en su busca. Después de un recorrido tedioso, llega a su destino. Un
edificio de fachada deteriorada, llena de pintas de pseudos artistas
callejeros.
Toca a la
puerta con vigor y espera. En el interior, se escucha ajetreo, un ojo desconfiado
se asoma por la mirilla. En cuanto lo reconoce, abre la puerta y lo invita a
pasar. Como todo un buen anfitrión, don Roque, le invita una cerveza, Salvador la
rechaza, está trabajando.
Sin
cortapisas, Salvador, le pide que le muestre la mercancía. Las facciones de don
Roque, se endurecen y con voz de trueno, ordena que le traigan el maletín que
está en la habitación contigua.
Segundos
después, un individuo mal encarado, entra con un maletín negro, viejo y sucio
en una de sus manos y la otra mano por detrás de la espalda. Una vez que lo
depósito sobre una mesa, Salvador lo abre y comprueba la calidad del producto.
Asiente y
saca un fajo de billetes de su chaqueta, los cuenta delante de su proveedor. Mientras
este, se relame de avaricia. Una vez terminado el negocio, ambos se despiden.
Es tarde,
el sol se ha ocultado, pero el día le está saliendo redondo, ha vendido casi
todo.
Divisa una
cabina telefónica en la esquina y decide llamar a su esposa, para decirle que
no lo espere para cenar, es que, cuando se siente que la estrella de la suerte
está brillando, se tiene que aprovechar. Santa, se preocupa, por supuesto, pero
entiende que el trabajo de su marido es duro.
Justo cuando
cuelga el teléfono, ve doblar la esquina a una señora mayor. Ella, esboza una
sonrisa en su arrugado rostro. En cuanto llega a su altura, le da dos besos y
le pregunta por la familia. Salvador, responde con sinceridad y con una
extraordinaria labia, consigue redirigir el tema hacia su mercancía. Como era
de esperar, consigue venderle algo.
Por fin y
después de unas cuantas visitas, se ha terminado la mercancía. En tal sentido,
decide regresar a su casa. Satisfecho, va pensando que sí las cosas siguen
funcionando tan bien, quizás le compre a su hijo esa consola nueva que tanto
pide, y quizás le dé una sorpresa a su mujer. Sonríe.
Se interna
en aquel barrio, en el que la mitad de las bombillas no encienden y las
prostitutas se agolpan en cada esquina. Ante ese paisaje, no puede dejar de sentir
mortificación por su hijo, que terminara de crecer en ese barrio tan miserable
y peligroso.
Mientras
camina, contempla con sorpresa, como un astroso se acerca a un tipo sentado en
un banco. No ve lo que hacen, pero sí, el juego de manos.
Una vez que
el yonqui se ha alejado lo suficiente, Salvador, es quien se acerca. El tipo levanta
la mirada y se encuentra con unos ojos fieros y brillantes que lo observan. Le
pregunta si tiene de la buena, y esté asiente, llevándose la mano al bolsillo,
escarba y saca una pelotilla de plástico transparente, en cuyo interior se observa
un polvo blanco. Le asegura que es de la buena y le insta a llevarse un poco.
Salvador,
mete la mano en su chaqueta, pero en lugar de dinero, lo que aparece es el
cañón de una pistola. Sin pensarlo dos veces, vacía el cargador en el pecho del
fulano, apenas se inmuta cuando el cuerpo inerte se estrella duramente contra
el suelo. Se da la vuelta y, continua el camino a su casa donde su familia lo
espera. Se le escapa un suspiro, mientras se dice que, al fin de cuentas, fue
un día cualquiera.
Lunaoscura
muy fuerte de la vida cruel lo tremendo llevado a lo cotidiano
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