Un
desvelado gato maúlla, un viejo reloj, recuerda su arduo trabajo, sus campaneos,
tañen en un lúgubre concierto.
Las
sombras se mezclan con los ruidos y todo se va convirtiendo en un auténtico
caos. Carlos, da vuelta a la cerradura de su departamento, sus movimientos son torpes
y pesados, su rostro denota más años de los que en realidad tiene.
Sus
huesudas manos buscaron el apagador, enciende esa fría luz blanca, procedente
de esos focos ahorradores. Se sienta en un sillón de aquella salita de estar,
suspira, su mirada es triste y vacía, más bien hueca.
Desde
hacía ya varios días, recibía una llamada, exactamente a las tres de la mañana.
El teléfono no dejaba de sonar hasta que contestaba, cuando lo hacía, solo
lograba escuchar una respiración, una respiración cansada que se ahogaba en sí
misma, como si se tratara de alguien que está exhausto o a punto de
desfallecer.
Estaba
francamente preocupado, al principio creyó que se trataba de una broma, pero ya
era demasiado. La sexta noche no pudo dormir en lo absoluto, permaneció inmóvil
frente al teléfono, esperando que el timbre sonara de nuevo.
Llegó
el momento, el reloj marcó las tres de la mañana, en la pantalla pudo ver el
número 5-5-6-6-6-3-3-3. ¡Eso no era posible!, el número que aparecía, era de su
teléfono.
Inmediatamente,
pensó que seguramente estaba mal configurado el aparato, lo revisó como
intentando reparar algún desperfecto que no existía.
El
timbre del teléfono no dejaba de sonar. El sonido empezó a molestarlo y a la
vez comenzó a sentir miedo, mejor dicho, un terror indescriptible.
Intentó
contestar, pero no pudo, algo se lo impedía, las manos le comenzaron a sudar
copiosamente y su cuerpo se estremeció como si algo malo le fuera a pasar y su
garganta estaba tan seca que no podía tragar saliva.
Salió
corriendo del departamento, no podía permanecer un momento más ahí, no pensaba
en nada, solo quería alejarse, sabía que iba por él, él era el blanco de las intenciones,
cualquiera que fueran estas.
Podía
escuchar la respiración, esa maldita respiración estaba tras su espalda, no dejaba
de resoplar. Tengo que escapar, se decía, ¡ya no lo soporto!
No
tenía la menor idea de cuánto tiempo había estado corriendo, pero empezaba a
salir el sol, y el alumbrado público se iba apagando poco a poco.
Busco
un teléfono público, tenía que hablarle a su amigo Benjamín, para que fuera a
recogerlo, a unos cuantos pasos estaba uno, descolgó la bocina, coloco algunas
monedas y comenzó a marcar, ¡no puede ser!, susurró, en el teclado numérico no
estaba el número cuatro, no es que se lo hubiera quitado algún vándalo,
simplemente no estaba, nunca existió, quiso alejarse de aquel artefacto, pero
algo le decía que era la única oportunidad que tenía.
Intento
relajarse, mientras marcaba vinieron a su mente escenas perturbadoras, estaba
seguro de que le podía ocurrir cualquier cosa. Sonaron dos tonos, descolgaron
el auricular, pero de su boca solo salía una respiración entrecortada, una
respiración agitada y ahogada en sí misma, mientras escuchaba por el altavoz,
un grito desgarrador que le paralizó por completo.
Lunaoscura
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