Cada jueves, la jauría de lobos
melancólicos, nos reuníamos en la zona vieja del sur de la ciudad, a cantarle a
la luna métricas rimas. Una de esas noches, la conocí, una dama de blancos
cabellos y gran distinción. Sentada con el cuerpo erguido, amable y cordial, tenía
un aspecto físico delicado sumamente agradable. La rodeaba una maravillosa
calma que ejercía un influjo especial. En un principio, pensé que era una de
esas excéntricas ricachonas que gustaba de los lugares raros. Se paró en el
escenario, declamo los más sensuales y tiernos versos, todos quedamos
embelesados con sus cantares. Después de unos momentos, la curiosidad me
aguijoneó, descarada e irreverente me dirigí a su lugar. Me observó con mirada
indulgente, invitándome a sentarme a su lado- ella rompió el silencio- ¿Usted
cree, que una anciana como yo, no puedo haber amado loca e intensamente, y
ahora en el ocaso de su vida, les rinda un homenaje a esos amores pasado? La
pregunta, me dejó sin ideas y menos una respuesta, al ver mi aturdimiento,
dibujo una leve sonrisa, me miró fijamente con sus ojos grises y claros, y
añadió: El juicio moral condena cualquier agresión a las buenas costumbres,
considerando un crimen a la pasión, y en cada pasión la causa para condenar, pero
querida, hay corazones tan apasionados que son subversivos toda la vida. Y
poniendo fin a la conversación en forma definitiva, aunque sin grosería ni
brusquedad, con aplomo, se levantó y me ofreció con amabilidad la mano. Después
de su presentación en el cubil, esa dama sensual y enigmática no volvió
aparecer, pero dejo una onda huella en mí.
Lunaoscura
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