En
la distancia se oye un lamento. Un grito lastimero, que estremece el alma y
provoca un incontenible escalofrío de amenazador terror.
José
abre de golpe los parpados, dejando ver unos ojos tremendamente enrojecidos,
cegados por la luz de la lámpara de mesa, que impregna toda la estancia con una
brillante luz amarillenta. El hombre gira la cara hacia un lado para evadir la
molesta luz, incorporándose sobre la cama.
Esas
agobiantes escenas de desesperación que se proyectaban en sus sueños no eran
normales. Pero eran tan reales, tan palpables, tan mortales, que ya se había
sentido morir varias veces, estaba prácticamente convencido de que la
sensación, llegado el caso sucedería realmente.
Porque,
además, en el fondo de su alma sabía que la verdad no podía ocultarse
eternamente y cuando fuese develada, el vengador acudiría para matarlo. Lo supo
desde la noche en que hubo cometido el crimen, aunque hubiese acontecido bajo
el influjo del alcohol, no dejaba de ser un crimen.
Después
de unos minutos y algo relajado ya de la agitación después del sobresalto, José
vuelve a tumbarse pesadamente en la cama, la cual le responde con un chirriar
de resortes.
-Otra
vez la misma pesadilla –dice para si con voz entrecortada-. Necesito dormir
alguna hora seguida, si no quiero que se me vaya aún más la cabeza. Pero no podría,
aunque quisiera. Genial, estoy volviendo a hablar solo…
Tras
unos minutos de inmovilidad, busca en el primer cajón de la mesita de noche,
protegiéndose con una mano los ojos de la luz. Finalmente saca de entre las
cosas un botecito, somníferos, y se queda mirando de cerca la etiqueta unos
instantes.
-Maldición,
no quiero acabar enganchado a esta porquería.
A
pesar de ello, abre descuidadamente el bote, cayendo algunas pastillas sobre la
cama. Una vez recogidas, las sopesa en la palma de la mano, y sin contarlas
exactamente se las lleva a la boca. El sueño se apodera de él transcurridos
unos minutos.
La
lámpara quedo encendida, y a José le parece, sin saber si ya es parte del sueño
o de la vigilia que las sombras que produce se alargan eternamente por el piso.
Las pesadillas regresan nuevamente, pero los sedantes no le permiten despertar.
José
está claro que no pode cambiar el destino, la suerte estaba echada y las cartas
a la vista de todos. Resultaba inútil pretender cambiar los designios. Esperó, a
que su ejecutor llegara. No tardó mucho.
Cuando
ambos se vieron, ni el traidor ni el inocente dijeron nada. Ni una palabra de
súplica o un gesto de perdón. Nada, ni preguntas ni respuestas. Solo unos gritos
desgarradores cuando su verdugo le perforó la piel una y otra vez con el
cuchillo. Moría ante los ojos del que había sido su mejor amigo, quien lo
observaba acumulando en un mismo sentimiento el odio y los celos que sentía
hacia él, y el amor y el deseo que sentía hacia ella… entonces, escucho la
alarma del reloj. Y despertó.
En
tanto, los vecinos del edificio comentan de los gritos desgarrados que se
escuchaban cada noche.
Lunaoscura
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