sábado, 27 de junio de 2015

LA FARSA (1)

Mario Estrada, un hombre de cincuenta y pico años, desde niño, al escuchar las historias que su padre le contaba sobre los detectives como Sherlock Holmes, Dick Tracy o del mexicano Pancho Reyes, había decidido ser un detective cuando fuera mayor. En efecto, en la actualidad llevaba más de veinte años como investigador privado, reconocido en su medio por su profesionalismo y entrega, además de su indumentaria que lo caracterizaba, su inseparable gabardina negra.

Él, reconocía que su profesión no era como la época dorada de los grandes detectives, hombres vestidos de riguroso traje, gabardina y sombrero de ala ancha que arrastraban el cigarrillo de una comisura de la boca a la otra, en tanto se sumergían al mundo deductivo para resolver el crimen. En la actualidad, la realidad era distinta, en especial para los detectives privados, que a duras penas tenían clientes, a no ser de no ser por esposas o maridos celosos que desconfiaban de sus cónyuges o uno que otro obsesionad; el trabajo era mínimo daba para medio vivir. Cualquiera se pondría nervioso con esa realidad, pero Mario Estrada no, amaba su profesión.

Bajo esas circunstancias, no era raro que las cuentas se acumularan en el escritorio, situación que una tarde que llegó fastidiado a su oficina, se puso a reconsiderar seriamente la continuidad en su profesión. Cuando, de pronto el teléfono, sacándolo de sus pensamientos.

Tomó el auricular, al otro lado se escuchó la voz de una mujer, que sin mediar más palabras, pregunto:

- ¿Es Usted el señor Mario Estrada? 
- Sí, a sus órdenes.
- Entre palabras atropelladas y confusas, pedía una cita -¿Cuándo puedo verle?, se trata de un asunto de extrema urgencia.
- Mario percibió su angustia- ¿Le parece, mañana a las cinco de la tarde?
- ¡Perfecto, deme su dirección!
- Calle República de Argentina número quince, despacho tres, está cerca de la calle de San Ildefonso en el centro. 
- Lo anoté, mañana estaré ahí. ¡Muchas gracias y buena tarde!

Sin darle tiempo a nada, la mujer colgó. Estaba acostumbrado a ciertas rarezas de sus clientes, pero este asunto lo inquietaba, sus sentidos se alertaron. 

El resto de la tarde, trato de ocuparse en otras cosas, era inútil que en su mente repasaba el diálogo con la mujer. No había otra, que esperar al día siguiente.


Lunaoscura

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