martes, 21 de febrero de 2017

Ablepsia

Era aun de madrugada cuando el despertador rugió, molesto e insistente. Martha sacudió la cabeza, con ese pequeño susto que sufrimos al despertarnos, y que se desvanece tan rápido que casi nunca lo percibimos. Todavía medio dormida, estiró la mano y apagó la alarma.

Giro su cuerpo y pensó “cinco minutos más”, pero después de unos segundos su conciencia la aguijoneó a levantarse. Retozó por unos minutos en la cama, deleitándose en el calor casi maternal de las sabanas. Abrió los ojos y se los restregó un poco, a la vez que bostezaba. Con la oscuridad que reinaba en el cuarto, era prácticamente lo mismo tener los ojos cerrados o abiertos, porque siempre dormía con la ventana cerrada le molestaba muchísimo la luz a la mañana.

Con una lentitud extrema se levantó, y sufrió un par de escalofríos mientras abandonaba su cama a esas horas de madrugada. Se calzó las pantuflas, y sin prender la luz mecánicamente salió de su habitación, se dirigió hacia la puerta, esquivando los escasos muebles que había en su camino con la destreza de la costumbre. Su casa estaba silenciosa y oscura como una tumba.

Se dispuso a atravesar el comedor para dirigirse al baño; caminó entre las sillas y la mesa, y entró al baño, más frío que de costumbre.

Apretó el botón, y el ruido fantasmal del agua yéndose quebró el silencio. Se dio vuelta y se lavó la cara, estremeciéndose cuando sintió el agua fría recorriéndole por el rostro.

Más despejada, notó que aún en el baño seguía sin ver absolutamente nada, como si tuviese los párpados cerrados. Miró hacia donde sabía que estaba la claraboya, pero la negrura era absoluta. Exploró la pared, recta, esquina, recta, puerta. Volvió la mano por donde había venido, y la bajó instintivamente, adonde sabía que estaba el interruptor.

Escuchó el clic y entrecerró los ojos esperando el fuerte golpe de la luz, pero la negrura seguía siendo total. Esperó unos segundos, como no entendiendo, y volvió a poner el botón en “apagado”. Dos segundos más, e intentó encenderla nuevamente, pero con igual resultado. Maldición, se quemó el foco – pensó-.


Salió del baño, cerrando detrás de sí la puerta, se dirigió hasta el interruptor del comedor, tanteando, llegó y presionó el botón, pero lo único que cambió fue el “clic” que rompió el silencio, nada más. Una duda se apoderó de ella.

-       ¿Pagué la luz este mes? Sí, sí, hace una semana. -Alternó el interruptor una docena de veces, con frustración, e insultando mentalmente a la compañía de energía eléctrica por el mal servicio que le daban-.

Tanteando, con las manos siempre adelante cual ciego primerizo, volvió a su cuarto. Pasó la mano sobre la mesa de luz hasta encontrar el celular; por lo menos podría usar la pantalla como linterna hasta buscar velas, o algo así. Tocó la pantalla táctil, y está no respondió.

-       ¿Cargué la batería? Sí, algo tiene que tener… roto no creo que esté, lo usé anoche…-  Impaciente, tocó un par de veces más, pero la pantalla no iluminaba absolutamente nada.

Hasta ese momento se dio cuenta, que la oscuridad era tan densa que no podía ver nada, pero literalmente nada. Colocó su mano a dos centímetros delante de sus ojos, y no podía verla. Nada, nada.

-       Bueno, no pasa nada. Seguramente el despertador se adelantó y todavía es de noche, por eso no entra luz desde afuera. El celular seguramente está roto, y las luces seguramente no andan porque hubo un corte de luz… si, seguramente es eso. Ni siquiera puedo ver qué hora es en el reloj… esta oscuridad es demasiado… demasiado oscura. - Era su monologo para calmar la ansiedad que empezaba a invadirla-

Martha, se sentó en la cama, mirando hacia adelante, pero sin ver nada en realidad. Siempre tanteando, buscó la tira que le permitiría abrir el postigo, para que, entrara un poco de luz, que obviamente tendría que haber.

Escucho el ruido de la contraventana subiendo, pero todo siguió igual de negro. Era imposible, siempre algo de luz hay en la calle, por mínima que sea. Además, sus pupilas estaban dilatadísimas, y podría detectar fácilmente hasta el más mínimo rayo de luz, por débil que fuese.

Empezó a preocuparse. Instintivamente, se llevó los dedos hacia los ojos, los cerró y los tocó. Sí, seguían estando ahí, donde debían. Respiró hondo y trató de tranquilizarse, pero simplemente no podía. Esta oscuridad no era nada natural, y realmente la asustaba hasta la médula.

-       Esto no está bien, no está nada bien. No puede ser que no entre luz de afuera… algo, algo tiene que entrar por poco que sea. Aparte, me siento un poco mal…, no tengo que dejar que esto me afecte. Dentro de poco va a volver la luz y va a ser todo normal. Ah, claro, soy una idiota. Si hubo un corte de luz, y hoy hay luna nueva, es obvio que no va a entrar la luz de afuera… pero, pero algo tendría que entrar, siempre un poquito hay, para por lo menos ver algo, por tenue que sea.

Interrumpió sus pensamientos y decidió ir a la cocina a buscar las velas. Tanteando paredes y muebles, llegó hasta la tarja. Extendió la mano hacia arriba y abrió la puertita. Tomó el paquete de velas.

Recorrió la mesa con la mano hasta llegar a la estufa, donde seguramente tenía un encendedor. Pasó los dedos por las hornillas apagadas, y de nuevo la mesa. De repente, un horror indescriptible la invadió, sintió que tocaba piel humana, como si fuese un antebrazo.

Retiró la mano instintivamente, retrocedió hasta que chocó la espalda contra la mesa. Cayó de rodillas, pero la adrenalina y el miedo que inundaban lograron hacerla levantarse en milésimas de segundo. Con el terror gritando en cada fibra de su cuerpo y chocando con todo lo que se haya en su paso, no se detuvo en su fuga.

Finalmente llegó hasta la puerta de entrada, palpó la pared hasta que encontró la puerta de metal, bajó la mano hasta encontrar el picaporte… el picaporte no estaba.

Empezó a sudar, y apoyó la espalda contra la puerta, a la vez que seguía tocando para ver si encontraba la manija. Comenzó a temblar. La puerta estaba totalmente lisa.

Lo único que percibían era el ruido de su respiración, rápida, agitada, y el frío de la pared que tenía a sus espaldas, nada más. Se sentó en el piso, moviendo la cabeza de un lado a otro, por la costumbre de poder y la desesperación de querer ver.

Pasaron unos de minutos, que a ella le parecieron eternos, trataba de encontrar una explicación lógica.

-       No toqué nada, fue mi imaginación. Estoy nerviosa… esta maldita oscuridad… Debe de haber sido un pedazo de carne que deje, una bolsa y como estoy asustada me pareció que era un brazo. Nada más. Nada más.

Siguió pensando, y se dio cuenta de que tendría que ir nuevamente por una vela.  A pesar de eso, siguió exactamente en el lugar que estaba. No se animaba a levantarse ni a hacer el más mínimo ruido, aunque ya había formado una explicación de que era lo que había pasado. Sin embargo, explicación racional o no, la verdad era que seguía ahí, agazapada, esperando un mínimo ruido.

-       ¡Ay Dios, ay Dios! No puede ser, no puede ser, no puede ser. Ya sé que es lo que está pasando. ¡Estoy ciega! Seguramente la habitación está plenamente iluminada y soy yo la que no puede ver nada, y las cosas que están pasando son solamente producto de mi imaginación. ¡No puede ser que me haya quedado ciega así, ¡es imposible totalmente!

Sollozó patéticamente un rato, al darse cuenta de que se había quedado ciega, y de que estaba haciendo el ridículo. Tantas cosas que no iba a poder hacer nunca más. Toda la tragedia se le desnudó de repente.

-       No puede ser que me pase esto, no a mí. Hasta ayer estaba bien, ¡Maldición! Creo que la única manera es prender la vela o el encendedor, para saber si yo estoy ciega o me están pasando esta serie de accidentes casi imposibles.

Se armó de valor, se levantó y comenzó a caminar, a ciegas al igual que desde que se levantó de la cama. Dio un par de pasos y ya estaba a punto de llegar a la mesa, cuando escuchó un sonido tenue, vago, como una respiración. El corazón se le detuvo.

Temblaba. Fue solo un momento que lo escuchó, pero la tensión que acumulaba hacía rato, la hizo colapsar. Se quedó paralizada, sin moverse, esperaba un golpe, una mordida, algo que la matara en cualquier momento y desde cualquier lado. Estaba indefensa totalmente, esperando su muerte.

Esperó un minuto. Dos. Tres. Cinco. Ocho. El tiempo se le hizo eterno, pero al fin, y con pavor, escucho un roce, como de pies que se movían con sigilo. Su oído ya estaba muy sensible, por la falta de visión y por el miedo que sentían. El sonido de los pasos se alejaba en dirección al baño.

-       ¿Qué es lo que está pasando? ¿Hay alguien acá? ¿Qué carajo quiere de mí, por qué no me habla o me mata, que pretende? ¿Estoy ciega y todos estos ruidos son producto de mi imaginación? ¿Hay alguien que está jugando conmigo?

Despacio, se movió hacia la mesa. Su sentido de la orientación estaba mejorando bastante, ya era capaz de acordarse la posición de cada cosa. Toqueteó la mesa hasta que encontró el encendedor y lo tomó. Era la hora de la verdad. Posicionó el pulgar y lo bajó en un movimiento rápido. Sintió el “chic” pero no vio nada, ni siquiera la chispa.

-       Estoy ciega, estoy ciega, maldición, maldición.

Probó nuevamente, se dio cuenta de que no era el mismo ruido que siempre. Acercó el encendedor a su oído, y pulsó solamente el botón que expulsa el gas, pero le llegó un ruido casi inexistente. El encendedor agonizaba. La única alternativa que le quedaba para conseguir luz se iba y no volvería jamás.

Su respiración era cada vez más rápida, y su corazón volaba. Dudaba de todo, no sabía qué era lo que estaba pasando, y no tenía forma de saberlo. Siguió tratando obsesivamente de prender el encendedor, sin respuesta.

-       Un momento, ¿por qué no veo la chispa?

Pasaron unos minutos, y no se atrevía a moverse de donde estaba. Agradeció al cielo tener los sentidos del tacto y del oído, porque sin ellos ya se habría vuelto completamente loca. Sintió una sed terrible quemándole la garganta, y se movió apenas unos centímetros hasta alcanzar la tarja. Abrió la llave de agua fría, pero el ruido a metal fue lo único que escuchó, en vez del esperado sonido del agua fluyendo. Tocó la llave del agua caliente, pero tampoco hubo respuesta.

-       ¿Tampoco hay agua? ¿Qué es lo que está pasando?

Se sentía mal, muy mal. Estaba desesperada, definitivamente, algo terrible estaba pasando. No tenía salida, estaba totalmente perdida. Lloraba, ahora sabía que definitivamente alguien o algo estaba en la casa, y estaba jugando con su mente, haciéndolo desesperar para hacer quien sabe qué.

Súbitamente, se dio recordó que traía su móvil, podía llamar a alguien y pedir ayuda. Marcó metódicamente el número de familiares y amigos, pero siempre se escuchaba el “tututututu” tan característico, que indica que el número no está en servicio.

Finalmente, y con cierta reticencia a hacer el ridículo, marcó el número de la policía. El alma le volvió al cuerpo cuando escuchó la rutinaria voz de un operador contestándole.

-       911 ¿Cuál es su emergencia?
-       Hola –Respondió Martha aliviada por escuchar una voz humana pero todavía nerviosa-. Creo que hay alguien en mi casa.
-       Ok, quédese tranquilo y escóndase en donde pueda.
-       ¿Van a mandar una patrulla?
-       Sí, en estos momentos va a salir una hacia allí, solamente espere y no me cuelgue. Está conversación será grabada por precaución, señorita.
-       -Mandela lo más rápido que pueda, estoy muy asustada, en serio.
-       -Sí, se le nota en la voz –repuso su interlocutor -. Trate de calmarse y cuénteme que está pasando.
-       Martha le contó una versión minimizada, mucho más verosímil, y cuando llegó al punto de que no veía ninguna luz, ni la proveniente de afuera, la voz del oficial le respondió, extrañado -. ¿Abrió la persiana y no vio luz afuera? Pero si son las cuatro de la tarde, mujer…

Todo el nerviosismo que había logrado ahuyentar volvió en esas palabras. Empezó a respirar rápido, como si tuviese un ataque de asma. Sí estaba ciega y todo lo demás era producto de su imaginación, esto lo confirmaba.

-       Señorita, ¿todavía está ahí? –dijo la voz del operador-. ¿Señorita?
-       -Sí, sí, estoy acá –respondió Martha, devastada –. Creo que me volví ciega.
-       Escúcheme atentamente, señorita. Hay una forma médica y segura de saber si perdió la visión o no. Si tiene bicarbonato de sodio cerca, échese un poquito en el ojo. Si perdió la visión le va a arder un poco, no se preocupe, y si puede ver no le arderá absolutamente nada. Créame, un tío mío lo hizo una vez. Hágalo y vuelva, no colgaré.

Estaba desesperada, y el policía habló con total seguridad, así que supuso que tenía razón. Fue hasta la alacena, y sacó lo que supuso era bicarbonato. Dudó un poco, pero decidió probar una pizca y estuvo segura de que era bicarbonato y no otra cosa. Se echó una pizquita en la mano, abrió el ojo y se lo puso.

El dolor recorrió desde el ojo hasta el cerebro. La cornea le ardía como si se la hubiesen prendido fuego con un soplete, e inmediatamente comenzó a gritar de sufrimiento. Se fue rápidamente hacia la tarja para enjuagarse, pero otra vez, la llave se obstinó y no salió ni una gota. Restregándose el ojo, se acercó al teléfono. Tanteó hasta encontrar el cable que salía desde la parte de atrás. Estaba arrancado.

-       Jajajaja, ¡que imbécil! –sonó la voz del operador- No puedo creer que lo hayas hecho, en serio.
-       ¿Quién eres, hijo de puta? ¿Qué quieres de mí?
-       Soy el que decide cómo vas a sufrir. Soy el encargado de que sufras. Lo único que quiero es que me temas, y que desees no haber existido.
-       ¿Todavía no te das cuenta de donde estás? -Respondió una voz mucho más grave que la que había escuchado anteriormente - Estoy cerca, muy cerca -en ese momento, Martha escuchó la puerta del baño cerrarse de un portazo- Nos vemos pronto, –hizo una pausa -bueno, yo te veré a ti solamente. Suerte con tu ojo.

Cada vez se escuchaban más ruidos en la casa. Sillas que se caían, puertas que se cerraban, pasos y respiraciones agitadas, cada vez más cerca. Recostada en el suelo en posición fetal, agitada y llorosa, sentía como su cordura se escapaba.

-       Por Dios, si por lo menos tuviese una luz, y pudiese ver un objeto, ver cualquier cosa, lo que sea. Pero quizá… quizá sea mejor, por lo menos, el tormento se limita a la incertidumbre, al sonido y al horrendo dolor en el ojo.

Rezó apenas audiblemente. Había dicho un par de palabras cuando una voz lúgubre llenó la casa, quitándole la poquísima esperanza que aún tenía.

-       ¿A quién le rezas? Dios no te va a escuchar acá. ¿Por qué no te tanteas el brazo izquierdo, a ver qué encuentras?

Aterrorizada, comenzó a tocar su brazo, despacio fue bajando hasta la mano, y antes de llegar a la muñeca sintió una ondulación como una cicatriz, que iba en diagonal pasando por la vena.

-       ¡Así es Martha! Te suicidaste hace mucho, mucho tiempo. Este es el castigo que se les da a los suicidas. Desde que llegaste me divierto viéndote sufrir lo mismo día, tras día, tras día. Es muy divertido ver como reaccionas. Una vez hasta me hiciste frente, pero acá no hay salvación posible. Cuando te duermas te vas a olvidar de todo esto, y a los pocos segundos te vas a despertar y vas a sufrir exactamente lo mismo, pero sin recordar nada. Tienes que pagar tu pecado y estás condenada. Sufrirás ahora, y vas a seguir sufriendo por los siglos de los siglos. Amén”

Cuando terminó de escuchar esto, Martha sintió como su cordura se partía en cientos de pedazos. Escuchó amén, y comenzó a reír histéricamente, mientras proseguía el castigo por su rebeldía. Desde ninguna parte, otra risa lo acompañaba, lúgubre y malvada.

El psiquiatra Castillejos sonrió y miró a su colega.

-       Hicimos buen trabajo, colega. El comandante estará más que satisfecho con esta nueva cámara de tortura. Cronometre el tiempo que tarda en quebrarse y mande un equipo de limpieza.

A pocos metros, Martha, el sujeto de pruebas número treinta, se suicidaba presa de la locura.


Lunaoscura

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