viernes, 9 de diciembre de 2016

Un día cualquiera

Como cada día, Salvador se levanta masticando la almohada. Se revuelve en la cama y de un golpe apaga el despertador. Bosteza, se rasca los legañosos ojos y echa un vistazo a su mujer, la que finge que no ha escuchado la alarma.

Se inclina y le susurra al oído que van a llegar tarde, la mujer se levanta para ir a preparar un desayuno rápido. Por su parte, Salvador ocupa el cuarto de baño, se ducha y se afeita. Una vez que ha terminado, se dirige a la cocina, coge la taza de café que con esmero le ha preparado Santa y bebe rápido.

Listo para emprender la partida, furtivamente, su mujer cae sobre él y le ajusta la corbata. En tanto, una cabeza morena y despeinada aparece en el umbral, al tiempo de que una de sus manos, cubre un sonoro bostezo.

Salvador, pasa por su lado y le toca la cabeza, el chico, hace una mueca de aburrimiento y murmura algo inaudible. Con un gesto, se despide de ellos.

La noche anterior recibió una llamada de uno de sus proveedores, así que diligentemente, se dirige en su busca. Después de un recorrido tedioso, llega a su destino. Un edificio de fachada deteriorada, llena de pintas de pseudos artistas callejeros.

Toca a la puerta con vigor y espera. En el interior, se escucha ajetreo, un ojo desconfiado se asoma por la mirilla. En cuanto lo reconoce, abre la puerta y lo invita a pasar. Como todo un buen anfitrión, don Roque, le invita una cerveza, Salvador la rechaza, está trabajando.

Sin cortapisas, Salvador, le pide que le muestre la mercancía. Las facciones de don Roque, se endurecen y con voz de trueno, ordena que le traigan el maletín que está en la habitación contigua.

Segundos después, un individuo mal encarado, entra con un maletín negro, viejo y sucio en una de sus manos y la otra mano por detrás de la espalda. Una vez que lo depósito sobre una mesa, Salvador lo abre y comprueba la calidad del producto.

Asiente y saca un fajo de billetes de su chaqueta, los cuenta delante de su proveedor. Mientras este, se relame de avaricia. Una vez terminado el negocio, ambos se despiden.

Es tarde, el sol se ha ocultado, pero el día le está saliendo redondo, ha vendido casi todo.

Divisa una cabina telefónica en la esquina y decide llamar a su esposa, para decirle que no lo espere para cenar, es que, cuando se siente que la estrella de la suerte está brillando, se tiene que aprovechar. Santa, se preocupa, por supuesto, pero entiende que el trabajo de su marido es duro.

Justo cuando cuelga el teléfono, ve doblar la esquina a una señora mayor. Ella, esboza una sonrisa en su arrugado rostro. En cuanto llega a su altura, le da dos besos y le pregunta por la familia. Salvador, responde con sinceridad y con una extraordinaria labia, consigue redirigir el tema hacia su mercancía. Como era de esperar, consigue venderle algo.

Por fin y después de unas cuantas visitas, se ha terminado la mercancía. En tal sentido, decide regresar a su casa. Satisfecho, va pensando que sí las cosas siguen funcionando tan bien, quizás le compre a su hijo esa consola nueva que tanto pide, y quizás le dé una sorpresa a su mujer. Sonríe.

Se interna en aquel barrio, en el que la mitad de las bombillas no encienden y las prostitutas se agolpan en cada esquina. Ante ese paisaje, no puede dejar de sentir mortificación por su hijo, que terminara de crecer en ese barrio tan miserable y peligroso.

Mientras camina, contempla con sorpresa, como un astroso se acerca a un tipo sentado en un banco. No ve lo que hacen, pero sí, el juego de manos.

Una vez que el yonqui se ha alejado lo suficiente, Salvador, es quien se acerca. El tipo levanta la mirada y se encuentra con unos ojos fieros y brillantes que lo observan. Le pregunta si tiene de la buena, y esté asiente, llevándose la mano al bolsillo, escarba y saca una pelotilla de plástico transparente, en cuyo interior se observa un polvo blanco. Le asegura que es de la buena y le insta a llevarse un poco.

Salvador, mete la mano en su chaqueta, pero en lugar de dinero, lo que aparece es el cañón de una pistola. Sin pensarlo dos veces, vacía el cargador en el pecho del fulano, apenas se inmuta cuando el cuerpo inerte se estrella duramente contra el suelo. Se da la vuelta y, continua el camino a su casa donde su familia lo espera. Se le escapa un suspiro, mientras se dice que, al fin de cuentas, fue un día cualquiera.



Lunaoscura

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