miércoles, 13 de septiembre de 2017

Otra oportunidad

La primera vez que se habían visto ya tenía algunos años. Esa noche, Fernando había salido de fiesta, y precisamente en ese lugar se reencontró con Martha. Sabía que no volvería a verla hasta después de varios años y no quería perder la oportunidad.

Después de la última ronda de tequilas, aquello fue un desastre. No leía bien sus gestos, estaba torpe y descoordinado. Por si fuera poco, era -y seguía siendo- una de las mujeres más hermosas que había conocido en su vida.

Después de aquel día pocas ocasiones volvieron a hablar. Ella decía que le costaba mantener el contacto. Él no terminaba de creerle del todo, pero, por suerte, iba a poder comprobarlo.

Le llamo para invitarle un café, Martha, parecía entusiasmada. En el último momento canceló. Le había surgido un imprevisto y le resultaba imposible acudir a la cita. Fernando se sintió desilusionado. Martha lo aplazó para el día siguiente por la noche y cambió el café por cerveza. Quizá sería más cómodo, pensó Fernando, en el caso de que se quedaran sin conversación la música de fondo y el alcohol les echaría una mano.

Fernando llegó diez minutos tarde, por suerte, Martha aún no había llegado. Acababa de pedir una cerveza, cuando ella apareció. Casi se ahoga de la impresión, llevaba un vestido azul, corto, sin mangas y ligeramente ajustado; marcaba estupendamente su figura. Cuando Fernando se acercó para darle la bienvenida, no vio ninguna expresión en su rostro que le indicara que había podido ver cómo reacciono al verla entrar.

-       ¡Hueles muy bien!
-       Al escuchar el comentario, Fernando recordó que dicen que cuando una mujer le expresa a un hombre que huele bien, ha ganado muchos puntos, pero cuando sí es lo primero que comentan, probablemente es porque no tiene nada mejor que decir sobre la primera impresión. Y eso es malo. - MMM… Gracias. Con el calor de esta haciendo es difícil.  

Comenzaron a hablar de cómo les había ido durante los últimos años. Martha, le comentó que se iba un año a trabajar fuera.

-        Te envidio, le dijo Fernando. - En realidad, envidiaba al hombre que fuera a conocer allí. Tuvo la genial idea de comentárselo, asumiendo que pensaría que estaba en plan de baboso y se lo tomara a mal. Extrañamente, Martha se ríe.

Segunda cerveza.

Entraron al tema de las parejas. Fernando, llevaba bastante tiempo soltero y lo llevaba bien. Se negaba a saber si ella tenía alguien esperándola en casa dispuesto a fastidiarle la fantasía. O lo que podría ser peor, ¿y si estaba soltera? Se atrevería a entrarle y, su imaginación se topaba con el muro de un rechazo. Soltera. Estaba soltera.

Primera copa.

Con un semblante de desencanto, Martha comentó que siempre había tenido mala suerte con los hombres. Siempre había pensado que esa ciudad tenía mucho que ver, no conocía ninguna mujer que hablara bien de ninguno por allí -algún día tendría que pensar en mudarse-. Los maldijo a todos. Del primero al último pasando por Fernando y su último espectáculo. En tanto él, solo podía pensar en besarla. Y eso que aún no había acabado la primera copa.

-       Perdona, pero me desconcentras-. Comento Fernando.
-       ¿Que te desconcentro? ¿De qué estás hablando? - respondió Martha, completamente desconcertada.
-       Sí, me desconcentras. He venido con la mejor de mis intenciones a hablar contigo porque hacía mucho que nos veíamos y tenía muchas ganas de verte. Antes de venir no paraba de darle vueltas a cómo desaproveché la otra vez y, lo siento, pero has venido espectacular y no puedo pensar en otra cosa. Voy a intentar seguir comportándome adecuadamente, pero espero me disculpes si erró en algún momento.

Segunda copa.

Se hizo un silencio incómodo. Menos mal que se había cambiado el café por cerveza y la cerveza por wiski y había música de fondo. Fernando no sabía en qué estaría pensando Martha y no quería saberlo. No supo distinguir si su cara era de preocupación, incomodidad, pero había que cortarlo. La cogió de la mano y dijo:

-       No te preocupes, esta es la última ronda, mañana tengo que regresar a la ciudad. Vamos a tratar de disfrutar lo poco que queda. - al tiempo que sonreía. Ella también sonrió y dio un sorbo.

Hablaron de frivolidades, de tonterías, de algún que otro proyecto de vida. Algo relativamente normal teniendo en cuenta la situación en la que se habían metido. La charla fue bastante amena e incluso se permitieron algo de contacto corporal sin que pareciera forzado. Fernando habían salvado el tropiezo y su monólogo anterior quedaría como otra más de sus excentricidades.

Fernando, observó con pena cómo el wiski tocaba cada vez más de cerca el fondo de la copa. Bonito mientras duró. Al menos podía refrescar su mente con nuevos recuerdos para las noches que, solitarias, siempre llegan. Tocaba el momento de la despedida. No quería hacerlo, se hubiera quedado contemplando aquel vestido toda la noche, pero no había manera de retrasarlo. Se levantaron y salieron del local.

-       Me ha encantado volver a verte-, dijo Martha.

Mientras, Fernando se recreaba en aquellos ojos negros y se dejó mecer por esa mirada, tan limpia y vibrante como siempre. Ni siquiera duró un segundo, pero lo disfruto como nunca. La sujetó de la cintura. Firme, pero con suavidad. Un beso en cada mejilla. Disfruto el roce de su piel, suave, tersa. Estaba loco por dentro, pero estaba todo hecho.

-       Ha sido un placer-. Se dieron las espaldas, no sin antes decirse que ya volverían a quedar cuando volvieran.

Un paso. La sensación de estar perdiendo algo irrecuperable, abrumo a Fernando. Pesaba tanto que el segundo paso era vacilante, inseguro, casi sin fuerza. Dos pasos. Ya está, no había oportunidad y ni siquiera intentarlo, era una estupidez.

-       ¡Ven! -  Dijo Fernando, mientras giraba.
-       Ella también se dio la vuelta. - ¿Qué has dicho?
-       Fernando, trago saliva y dio un paso hacia ella - Qué vengas. Sé que soy un estúpido y me vas a decir que no, pero no puedo irme sin ni siquiera decírtelo. - Otro paso. - ¡Ven!

-       Martha, sonrió. -Pensaba que no lo me dirías nunca, imbécil- Lo besó.

Fernando, pensaba que con los años la había idealizado, pero aquellos labios seguían siendo una delicia, seguía siendo un hombre con suerte.

Caminaron hasta el hotel donde se hospedaba Fernando, se besaron en cada lámpara, en cada portal, en cada esquina, casi en cada adoquín. Eran como par de adolescentes, y qué bien se sentía en volver de vez en cuando a ser adolescente.

Casi se devoraban el uno al otro en el ascensor. Eran como dos bestias salvajes que llevaban demasiado tiempo encerradas y querían salir. Fernando, abrió la puerta de la habitación. Ya adentro y cada vez más fogosos. La sujetó por las muñecas contra la pared.

-       No pienso repetir lo de la primera vez. – Dijo Fernando. -Vamos a darnos tiempo para disfrutarnos.

En el rostro de Martha y en aquellos ojos negros, se entremezclaban a la perfección, la frustración y el deseo.

Fernando, le desabrochó el vestido mientras sus lenguas jugaban entre sí en una perfecta danza orquestada, ensayada y a la vez soñada durante años. Mientras la ropa resbalaba por su, ahora desnudo, cuerpo, no podía más que maravillarse en la contemplación de aquella mujer, en su cuerpo, en su intelecto. Siempre he tenido suerte, murmuro.

La puso de espaldas contra la pared mientras sus manos recorrían cada centímetro de su piel. Beso su cuello mientras su cuerpo se pegaba al de ella. Quería que supiera que estaba más que preparado para llegar a más.

Ropa interior, al suelo.

Ya en la cama, ella bocarriba, se puso de rodillas y se quitó la camisa antes de volver a besarla. Primero en la boca. Su oreja, su cuello… Todo con suavidad, sin agobios, quería sentir y que ella sintiera. Siguió bajando por su abdomen…

Separó sus piernas y pudo observar aquel tesoro que le había estado vedado tanto tiempo. A ella se le escapo un ligero gemido. Estaba muy excitada y él también. Martha, parecía muy ocupada moviendo su cadera, pidiéndole más brío. No parecía haber límite. Con cada roce, un espasmo, con cada succión, un gemido.

Fernando, aumentó el ritmo según le indicaba el cuerpo de ella. Sentía como su espalda se retorcía en un intento por liberar tensión, pero no bastaba. Ya eran gritos lo que se oía.  Gritos que acompañaban a su nombre.  Una oleada de placer le recorrió todo el cuerpo y casi parecía hacerla levitar de la cama. Solo paró cuando pareció relajarse del todo.

Se tumbó junto a ella, sonriente. Sus ojos negros seguían perforándole el alma.

-       Martha lo besó y le sentenció- No pienses que aquí hay descanso- Mientras le quitaba los pantalones con las manos. Se colocó encima de él, de rodillas, y empezó a moverse con él dentro.

Las manos de Fernando recorrieron su espalda, clavándole las uñas cuando el movimiento de su pelvis era el correcto. Sus muslos comenzaron a tensarse.  Todo su cuerpo se retorcía, toda la energía se iba concentrando cada vez en el mismo sitio. Y entonces llegó. Un chispazo que empezó en su cabeza y recorrió con una fuerza inusitada su espalda, liberando toda la tensión dentro de su amante mientras aullaba de placer.

Esa noche lo que más hicieron en aquella habitación, fue darse otra oportunidad para amarse.


Lunaoscura

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