miércoles, 3 de mayo de 2017

Coexistencias

Eran apenas las ocho de la mañana, Jorge despertó ansioso, con el pensamiento fuera de su cuarto. Su imaginación se fue por la puerta del balcón y bajó muy abruptamente hasta el suelo, allá, donde el mundo ocurría sin detenerse mientras él pensaba una y otra vez la misma cosa.

La luz del sol resplandecía tenuemente entre tableros y puertas otorgando una calidez a la fría habitación. Sus muebles eran pocos, apenas si llenaban el espacio entre los muros blancos. 

Se sentó antes de incorporarse, reflexionando sobre los acontecimientos recientes. El silencio solo era interrumpido por el leve ruido de la calle. Su habitación estaba en perfecto orden, así como todo lo de su departamento. Era un hombre bastante organizado, intelectual y muy nervioso. Sobre el escritorio se veía su ordenador, una libreta de apuntes y un par de libros que dejo a medio leer el día que se quedó sin trabajo.

Se levantó y fue hacia la cocina para intentar comer algo, sin embargo, el arroz y el pescado no le apetecían en ese momento. Estuvo sentado a la mesa toda la mañana, sin siquiera tener la mínima intención de levantarse hasta que alguien llamó, sin embargo, no atendió.

Habían pasado una semana sin que hubiera hablado con alguien, ni siquiera había salido del departamento. De vez en cuando iba al escritorio, prendía el computador y revisaba algunas ofertas de trabajo. Después lo apagaba y regresaba a la sala, sin siquiera darle un breve vistazo a sus redes sociales.

A menos que lograra encontrar trabajo en una empresa con prestigio, no había mucho más que hacer.  Se sentía fastidiado, y los días los pasaba pensando constantemente en la situación. A veces caminaba, pero no había muchos lugares a donde ir.

Solo había una salida, y había estado sobre la pequeña mesa del comedor todo ese tiempo. Una pequeña daga muy afilada y algo curva resplandecía constantemente, como si lo llamara.

Era un poco después del mediodía cuando tomo la daga, se puso en cuclillas y la colocó apoyándola sobre estómago. Pensó un breve momento sobre la situación y de nuevo dejó la daga sobre la mesa. Se incorporó, abrió la puerta de la terraza, subió al barandal, miró hacia abajo y se liberó.

Los titulares del periódico del día siguiente habían aumentado unas decenas de número más al conteo de suicidios del año. Unas páginas más adelante, se leía un anuncio solicitando personal para recoger cuerpos suicidas, fuera de eso, no había ninguna otra solicitud de empleo.

Ese mismo día, en otra parte del mundo.  El sol estaba en lo más alto del cielo, azotando con brusquedad a la tierra y elevando la temperatura de manera extremosa.

George, despertó porque habían llamado a la puerta un par de veces de manera intempestiva. Así que no tuvo más remedio de levantarse de la cama, se asomó por la ventana sin que lo viera quien fuera que llamara a la puerta.

Era un cobrador más que, al ver la negativa para abrir, echo por debajo de la puerta un sobre con una advertencia de pago urgente. Él se acercó a la carta, la tomó y la tiro al bote de la basura, donde estaban por lo menos una veintena de cartas más con ultimátum amenazantes.

El calor era sofocante, pero lo que más resaltaba en el ambiente era un olor profundo a moho, comida echada a perder y sudor, haciendo una mezcla bastante recalcitrante que lastimaba las fosas nasales.

Había ropa por toda la habitación desperdigada entre los muebles que se acumulaban, pero sin orden o propósito. La cama estaba distendida y el baño desaseado. La cocina parecía un campo de batalla y el cesto se desbordaba con basura.

Después de dejar el sobre en su lugar, regresó a la puerta y salió, no sin antes echar un vistazo para saber si alguien seguía ahí. Tomo el periódico del piso, y regresó a su refugio. Se sentó a la mesa, retiro con el brazo la basura tirándola al piso y colocó el periódico.

Duró unos cuantos minutos ojeando la sección de clasificados, a pesar de la gran cantidad de ofertas de trabajo, no había nada que pudiera cumplir con su perfil. Aventó el periódico a un lado y se dirigió al refrigerador, que inmediatamente cerró de un golpe.

Tomó su teléfono móvil e intentó hacer un par de llamadas, pero no hubo respuesta. Ningún conocido o amigo estaba dispuesto a invitarlo a comer o si quiera pasar el rato a su lado.

Se sentía perdido, sin rumbo. No le quedaba nada que pudiera comer ni dinero para comprar absolutamente nada.

Las deudas estaban sobrepasándolo y no sentía que hubiera ninguna salida. Ni siquiera sus hermanos quería tener que soportar el peso que era mantenerlo, ya no, habían pasado por eso ya mucho tiempo y no lo harían más.  La renta estaba por vencerse y no tendría a donde ir. 

Todo era un cúmulo de cosas que lo cubrían ahogándolo, su desesperación lo había hecho llorar sin consuelo por las noches, pero ahora estaba cansado, desgastado hasta el extremo.

Ya no quería seguir soportando esa situación, así que se dirigió al baño, abrió el grifo con agua caliente y regresó a la cocina. Tomó un cuchillo del fregador y regresó al baño. Se sentó bajo la regadera y mientras el agua fluía hacia la coladera, un rojo brillante lo saturaba. No hubo llanto, ni gritos, solo un sonido constante de líquidos cayendo y escurriéndose entre la tubería.

Días después, los periódicos ponían en sus contraportadas un titular algo sensacionalista: Terminó con su vida en funesto acto de cobardía. Sus familiares están destrozados y lloran su pérdida.


Lunaoscura

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