domingo, 16 de abril de 2017

El día de Bennu

Hasta hace tres días, de acuerdo con el fechador de mi reloj, me encontraba en la caseta de vigilancia de mi trabajo. Un cuarto blindado y equipado con cinco pantallas de televisión que me permitían observar los principales accesos del edificio de una importante empresa automotriz.

Unas dos horas más tarde de mi hora de entrada, salí del cuarto de vigilancia para echar un vistazo directo a aquellas zonas que no estaban cubiertas por los sistemas de video. Estaba en el punto más lejano de mi recorrido cuando el terremoto azotó la ciudad.

Jamás había sentido uno tan fuerte, largo, y violento. Fue tal la energía del sismo que me arrojo a unos cuantos metros. Permanecí en el piso, pues hubiera sido inútil, además de peligroso intentar ponerme en pie.

Sentía las fuerzas en choque atravesar mi cuerpo. Escuchaba los ruidos de cristales y plafones al despedazarse, y el crujir de muros, trabes, y castillos. Miraba el vaivén de las lámparas antes de que muchas de ellas se desprendieran de sus soportes y se hicieran pedazos contra el piso.

La mayor parte del plafón que recubría el techo cayó, cubriendo de un polvo blanco todo lo que estaba abajo, dando al recinto un aspecto nebuloso.

Era evidente que los daños infringidos, merecían accionar la alarma de sismo, y alertar al puesto de control. Me puse en pie para ir al cuarto de vigilancia, pero apenas había avanzado un par de pasos cuando se cortó la electricidad.

Eche mano a la linterna que traía en el cinturón. Caminé, unos cincuenta metros para llegar al cuarto de vigilancia, sorteando todo tipo de obstáculos, pero cuando quise abrir la puerta simplemente no pude.

Me dirigí a la salida más cercana, pero las escaleras se habían derrumbado. Además, recordé que yo mismo había supervisado que fueran cerradas con gruesos candados.

Me senté en el piso para examinar la situación con calma. No tenía duda de que la estructura del edificio había sufrido daños mayores y, dada la magnitud del sismo, era razonablemente esperar una réplica que muy bien podría terminar de derrumbar la maltrecha edificación.

Era urgente encontrar una manera de salir. Con las puertas cerradas por candados, solamente podía abandonar el lugar por el túnel que conectaba al edificio con la planta de ensamblado. Sería un recorrido en la más completa oscuridad, no me resultaba muy atractivo, pero no se me ocurrió una mejor opción.

Inicié la caminata, sin embargo, no llegué a recorrer más que unos ciento cincuenta metros antes de encontrar que el túnel estaba totalmente colapsado y no había manera de pasar. Volví sobre mis pasos, y me dirigí al estacionamiento subterráneo.

Los muros y techos se veían en mucho mejor estado, aunque había desprendimiento de materiales del techo en varios puntos. Unos trescientos metros más adelante encontré una salida de emergencia, misma que decidí explorar. Los mecanismos de apertura funcionaron correctamente y pude salir.

Salí a un mundo destrozado. La primera impresión que me golpeó al alcanzar la calle fue el crepitar de incendios que no alcanzaba a ver. El humo y el polvo, me provocaron el primero de muchos accesos de tos. Mi linterna no podía penetrar esa combinación de gases. Esperaba oír sirenas, vehículos de emergencia, bomberos, policías, dirigiéndose diligentes y presurosos a las zonas más castigadas por el siniestro, pero solamente percibía el sordo rumor de incendios y explosiones lejanas.

Con mi intuición como guía, empecé a desplazarme por una avenida bastante ancha. Deseaba abandonar la ciudad, pero me resultó extremadamente fatigoso recorrer unos pocos metros, la visibilidad era muy limitada y el terreno por el que debía desplazarme estaba sumamente accidentado. 

Solamente los carriles centrales de la avenida se encuentran libres de cascajo, las pocas edificaciones que se mantienen en pies estaban incendiadas. Estaba impresionado, pero lo que más me sorprendió fue el no ver a nadie, vivo o muerto, en las tres horas que estuve fuera del edificio.

Varias veces traté de utilizar mi teléfono móvil, pero solamente obtuve la indicación de que en la zona en la que me encontraba no había servicio por parte de este proveedor.

Probé con la radio que me dio la empresa, utilicé el modo de emergencia para transmitir simultáneamente por todas las bandas del aparato, no logré respuesta alguna.

No sabiendo a donde dirigirme, recolecté tantos alimentos y agua que pude cargar. También, frazadas y ropa de abrigo para poder tolerar el frío que se hace a cada momento más intenso.

Pasé los siguientes dos días adecuando un lugar. No sé cuánto tiempo tardaran en llegar los socorros, pero ya están muy retrasados.

Hace unos días, rebuscando en los restos de la ciudad, encontré un puesto de periódicos. Ahí, el titular de un tabloide, llamó mi atención.

“La NASA lanzó el jueves por la noche una sonda espacial llamada OSIRIS-REx para perseguir un asteroide oscuro y potencialmente peligroso llamado Bennu, que se encuentra en ruta de colisión con la Tierra”.

Leí de los pavorosos efectos que tendría para el planeta, y en consecuencia para la humanidad, el impacto de un asteroide de ese tamaño.

Bien, escribo esta nota con la esperanza de que algún otro sobreviviente pueda encontrarla. En este momento, es la una con cuarenta minutos de la mañana del once de septiembre del 2046, me encuentro en lo alto de una pila de escombros que fue todo lo que quedó de esta construcción que debió tener unos quince metros de altura.

Debido a la gran cantidad de polvo y humo que hay en el aire se me hace difícil respirar y las crisis de tos son más frecuentes, supongo que son un síntoma de asfixia. Creo que esto podría matarme en algunos días.

Ahora somos una especie de vías de extinción y se hace urgente buscar alguna región con el aire menos contaminado.


Lunaoscura

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