miércoles, 5 de abril de 2017

Lutos

Jarek Kubicki / Artophilia
Su deambular la llevó frente a esa casa deteriorada, en una calle gris con sabor a nostalgia. Una nostalgia salada y amarga que abandono una madrugada. No tiene la menor idea que hace aquí, no hay nada que quisiera recordar.

Lentamente se acercó a la derruida puerta de metal oxidado, todavía tiene los vestigios del color rojo óxido de sus tiempos mejores. Toca, esperando que nadie le abra la puerta, después de unos instantes, se escuchan unos pasos apresurados, el corazón se le paraliza, no sabe sí de miedo por los recuerdos que le hacen palpitan las cienes o porque ahí su padre se quitó la vida.

Abre la puerta, una mujer joven mal nutrida, con ojos interrogantes, le pregunta a quién busca. Esas palabras retumban en su cabeza

- ¿A quién busco? No buscó a nadie, no deseo ver a nadie - responde mentalmente.

En esos momentos, un chiquillo, se cuelga en una de las piernas de la mujer, y ella, lo retira con una mano, como si tratara de protegerlo de la desconocida. Forzada por la situación, le da su nombre. 

- Luz de Luna…- la mujer no parece inmutarse, más bien, le resulta indiferente- Soy la hija de José, el dueño de la casa. 

Su semblante cambia radicalmente, una expresión de pena, de condolencia, que a Luz le parece ajena.

La invita a entrar, las piernas le fallan, se le doblan las rodillas, el corazón le palpita desbocadamente, su cuerpo, se extrémese. El miedo y la ansiedad la envuelven.

La menuda mujer, hace un lado para que pase. El lugar, ha cambiado, ya no está el patio amplio, hoy hay cuartos alrededor del terreno, pero a la derecha, está la puerta que conduce la casa paterna.

El ambiente, es asfixiante, no puede respirar. Todas las sensaciones reaparecen, los recuerdos nublan sus ojos. María, así se llama la mujer, la observa y extiende su brazo en un gesto solidario. Luz, se gira hacia ella, su mirada es dulce y triste, como la mayoría de las mujeres de ese lugar lleno de miserias y desesperanza.

María, grita pidiendo las llaves de don José. Acto seguido, de una de las viviendas, sale corriendo un muchachito y le entrega un manojo de llaves.

María, toma la delantera y sin preguntar, introduce la llave en la cerradura. Luz siente que se desvanece, cuando escucha el clic y la puerta se abre.

En la medida que se adentra a la vivienda y observo las paredes humedecidas, miles de sensaciones vienen a su mente. El olor a moho que ahora invade la casa, remplazo el olor a la comida y las flores de su madre. 

En una de las paredes laterales de la puerta de la recamara, sigue el cuadro grande con el retrato de su abuela paterna, al lado un clavo chueco y, caído en el piso un cuadro con la imagen de San José, el patrón de los carpinteros.

Se sienta en la única silla, que parecía que había resistido el paso del tiempo y observa la ventana tras las cortinas que alguna vez habían sido blancas.

Las emociones empezaban a ser cálidas, hasta que, tras aquella ventana, las sombras que proyectaba la puesta del sol le jugaron una mala pasada… Algo, se quebró dentro de ella.

El tiempo había pasado y había destruido todo, pero el dolor no se había aliviado. Recordó la voz de su madre, suplicando y llorando… la impotencia y el dolor inundo su ser.

Saco fuerzas de cada músculo de su cuerpo para no salir corriendo de la casa. Porque esa casa de ambiguas evocaciones, le gritaba a tal punto de aturdirla. Pero, por más que doliera, tenía que hacerles frente a los demonios, había llegado hasta ahí para exorcizarlos.

El tiempo había transcurrido, sin que se hubiera dado cuenta, cuando observó su reloj, eran las doce de la noche, se encontraba a oscuras y completamente sola. 

Dio unos pasos en la penumbra, no necesitaba luz, aún recordaba el lugar. Del interior de la única recamara, un susurro se escuchó “Hija, acércate” Manteniendo la calma, camino con dirección a la recamara, lentamente, se aproximaba a la cama. “Hija, acércate”

Cuando dió el siguiente paso, la sensación de una mirada oscura, fija y triste la invadió. Unos labios secos esbozaban una débil sonrisa. En el tercer paso. “Hija, perdóname” y ese único sentimiento de ver a la persona que más deseo que la amara y al que más temió la consumió hasta los huesos. En el cuarto paso. Ahí estaba, la mirada de su padre y no dejaba de escuchar, “hija, perdóname”. 

Estaba preparada para lo que pudiera decirme. Ya no era una sensación, ahí estaban los ojos de su padre, sintió como la tomo con firmeza la mano y, después su aliento cerca de su rostro, mientras me susurraba “a donde me vaya, siempre te voy a cuidar”. 

Cada fibra de su ser gritaba, gritaba palabras inyectadas de odio. ¿por qué, dime por qué? Su mano dejó de hacer fuerza, la mirada de su padre, fue del desconsuelo más profundo. 

Un ruido proveniente de la puerta, la asusto, era María que había escuchado los gritos y asustada fue a ver qué pasaba. Cuando Luz de luna, volvió la mirada a la cama, solo había una cama desvencijada.

Después, de una leve explicación a María, Luz salió de esa casa llena de lutos, había terminado el suplicio, se había liberado de sus demonios.


Lunaoscura

No hay comentarios:

Publicar un comentario