lunes, 19 de enero de 2015

Autobiográfica

Nací el día primero de septiembre del ya concluido año de 1904. Procedo de tocayo. Mi madre se apellidó como mi padre, y se llamó Josefa. Mi afición a la literatura, creo yo, es heredada. Más de cuatro parientes míos, de la generación de mi padre hicieron versos. He aquí, como ilustración, unos muy breves, debidos a Efrén Hernández, el viejo:


Bien sé que el triste acento que el náufrago
   envía
de la distante playa do el viento lo arrojó,
destemplará los tiernos acordes de alegría
que con sus plectros de oro te brinda
    ilusión.

Y sé también que quiso sus íntimos pesares
dejar en el olvido y despertar su fe,
y enviarte el entusiasta cantar de sus
    cantares,
más dulce que las notas del idílico rabel.

Mas ya cuando el santuario del alma se
    convierte
en ruinas bajo el beso amargo del pesar,
las liras enmudecen y al soplo de la muerte
la luz de la esperanza se apaga en el altar.

Para ahora yo he llegado a una edad que él no llegó a alcanzar por haberle faltado a él, para ello, nueve años. Yo entonces tenía catorce, y quedé a afrontar la vida bajo mi cuenta y riesgo desde entonces. Así se explica que haya ido y venido tanto en tantas direcciones sin atinar ninguna. Primero  fui aprendiz de botica, después mozo del mismo juzgado en que mi padre había  sido juez, y en lo que sigue, y por el orden mismo en que lo apunto: aprendiz de zapatero, aprendiz de platero, dependiente en tienda de ropa, etc. Y mientras tanto fui pagando materias de preparatoria, aprovechando que allá en León admitían que uno estudiara en su casa a la hora que pudiera, y luego solicitara examen a título de suficiencia.

Vine a México a inscribirme en la Facultad de Derecho en el año de 1925. Ahí estudié hasta 1928. Quise dejar esos estudios, por haberme parecido vacío y sin meollo de sustancia verdadera lo que ahí se aprende. De aquella experiencia aún conservo la impresión de que los espaldarazos de los títulos universitarios no son más que un fraude. Especialmente por lo que respecta a licenciados, médicos, maestros y doctores en derecho, artes, filosofía, letras, ya que el don de juicio, la inteligencia creadora, la inquietud metafísica, son dones que se traen de nacimiento, y ni los más conspicuos representantes al uso de la autoridad universitaria sabrían distinguir un verdadero agraciado, de un simple anotador de fechas de nacimiento de autores, de lomos de libros y otras bagatelas, acerca de filósofos o artistas.

En mi formación no cuento, pues, sino la preparatoria, y la escuela, a mi modo de ver, aún más importante, de la vida directa, del contacto con los hombres de carne y hueso, y con los libros buenos y el mundo.

El resultado ha sido:

Algunos cuentos, algunos versos, una pieza de teatro, dos novelas, y un libro ya casi terminado, de ideas y de definiciones. De los cuales se han editado hasta ahora, los siguientes: 

Tachas, cuento publicado por la Secretaría de Educación en el año de 1928.

El señor de palo, cuentos, Editorial “Acento”, 1932.

Cuentos, Edición de la Universidad, 1941. (Aquí se incluyen los cuentos antes mencionados, y otros cuatro).

Entre apagados muros, versos. Edición de la Universidad Nacional Autónoma de México de 1943.

La paloma, el sótano y la torre, novela, 1949.

Cerrazón sobre Nicómaco, ¿cuento largo; novela corta? Edición del autor, 1946.

Y varios, incluyendo crítica, en diarios, libros hechos en colaboración como Ocho poetas mexicanos, y revistas.

Efrén Hernández


http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=15&Itemid=99999999&limit=1&limitstart=1


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