viernes, 24 de noviembre de 2017

Compañero

Halo que ciñe las sobras de mi corazón,
rayo que fulgura en la oscuridad
en un etéreo olvido más acogedor.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Así…


No quiero cambiarte,
te acepto con tus imperfecciones
y debilidades,
pero siempre te pediré
que persigas tus sueños
y me alientes a seguir los míos.

La sala de juntas

El tiempo transcurría, ella se mantenía impaciente en el descanso de las escaleras dando vueltas. Al tiempo, en su cabeza rondaba una idea que pronto se convirtió en una obsesión.

¿Cómo puede ser posible?”, pensaba mirando su teléfono móvil. Las siete y treinta de la tarde. No llega, ¡no viene! ¿Será que no le gusto? Después de todas las miradas, las insinuaciones, las caricias disfrazadas… ¿Me habré equivocado con él? Hubiese apostado que estaría aquí antes de la hora, dispuesto a hacer todo cuanto le pidiera. ¡Pero no!, ni siquiera se ha llamado. Las siete y cuarenta y cinco. ¿Y si se ha marchado? Aquella posibilidad se hizo fuerte en su mente hasta convertirse en un argumento irrefutable. ¡SE HA MARCHADO!”.

Decidida, se dirigió a la puerta que comunicaba con las escaleras, las subió en un santiamén. Empujó la puerta que daba al recinto de trabajo, atravesó el espacio por el camino abierto entre los escritorios. Suspiró con alivio al ver a Mario sentado frente a su mesa de trabajo. Éste la vio venir, notando cierta preocupación en su rostro que se trasladó también al suyo, al vislumbrar el esfuerzo que supondría dar explicaciones.

-       Pensé que habíamos quedado - lanzó la recriminación a bocajarro sin preocuparse de que la oficina también tenía oídos.

-       Es que…

-       ¿No te gusto? -Sintió cierta desidia en su compañero, notando de rebote, una punzada en el corazón- Pensé que me deseabas. ¡No me has quitado ojo desde que entré en esta oficina!

-       Yo…

-       ¿De verdad no has querido verme? ¿De verdad? -El dolor se mezclaba con desesperación- Pues para que sepas… -Ella bajó la voz agachándose hasta la altura de Mario, que continuaba sentado- Lo habríamos hecho en las escaleras -a Mario se le salía el corazón de su sitio-. Sí, en las escaleras. Te hubiera dejado besarme hasta el último rincón de la piel, te hubiera dado placer salvajemente hasta que suplicaras basta. Pero no, no has estado.

-       Es que…

-       No hace falta que pongas excusas, ha quedado suficientemente claro.

-       No es eso. Tengo un informe urgente que tengo que presentar -se excusó Mario -Llevo corriendo desde las cinco para terminarlo a tiempo.

-       ¿Entonces ibas a ir?

-       ¿Cómo no voy a ir? Llevo soñando con esa posibilidad desde hace meses. Y aún no puedo creerme que estés aquí, de pie a mi lado tras haberme dicho… -Tragó saliva- No me lo creo, aunque me pellizques.

-       ¿En serio ibas a venir?

-       ¡Claro! Pensé que acabaría, pero se me complicó. Dame cinco minutos.

-       Te daré mucho más -Se envalentonó mordiendo suavemente el lóbulo de la oreja - Ahí tienes tu pellizco. ¿Estás soñando?

-       Más de lo que imaginas…

-       Te espero en la sala de juntas.

Mario se embobó observando el balanceo de sus caderas, mientras iba camino a la sala de juntas, tardando unos segundos en volver al trabajo que aún tenía pendiente. Unos minutos después, tras confirmar que no tenía errores, envió el informe.

Se levantó de su asiento, hizo acopio de valor, no tardó en llegar a la puerta que comunicaba con la sala de juntas.

-       ¿Hola? -Susurró. No hubo respuesta- ¿Estás aquí? -Llamó con los nudillos a la puerta, sin resultado. Mario sujetó el picaporte, lo giró y entreabrió tímidamente la puerta como quien no sabe si le espera una fiesta sorpresa tras el umbral - ¿Estás aquí?

-       Esta vez sí que has venido - Saludó al recién llegado apoyada contra la mesa de juntas y ofreciendo, sin desearlo, una visión tan contradictoria como desconcertante. Desnuda de cintura para arriba con los pechos suplicando un reconocimiento manual aparte de visual, posando con la falda amenazando con caerse al suelo -Mario se mantenía petrificado ante el paraíso carnal que se abría ante sus sentidos.

-       ¿Te vas a quedar ahí en la puerta?

-       N… No.

-       Pues pasa -Ella liberó la falda del escaso lastre que ofrecía su cuerpo, y ésta resbaló instantáneamente al suelo imitando. -No te imaginaba tan tímido.

-       Y no lo soy -desmintió Mario con un fino hilo de voz. “¡NO LO SOY!”, gritó para sí.

Mario cerró la puerta despacio tratando de hacer el menor ruido posible y se detuvo unos segundos para encontrar la manera de atrancar la entrada. No la había, por lo que ambos tendrían que asumir la posibilidad de que les atraparan en plena faena, jugándose, sin que hubiera alternativa, su puesto de trabajo. Además de la reputación de ella, si es que no estaba enterrada ya tras el aluvión de cuchicheos que habían dejado en la oficina.

-       ¿Tienes miedo de que nos encuentren? – Pregunto ella, al tiempo que con gestos le instaba a acercarse - El peligro me excita. ¿A ti no?

-       Cuando me juego el trabajo no tanto -Mario se aproximó a la chica saboreando el momento a pesar del peligro. Como se evidenciaba, el riesgo no le era tan molesto- Aunque ahora no puedo pensar en eso.

-       ¿Y en qué piensas?

No necesitó responder con palabras. Mario empezó por el cuello y acabó directamente en la feminidad de ella, tras haber dado pequeños mordiscos en la cintura que le despertaron una mezcla de cosquillas aderezado con escalofríos de tal intensidad que fue incapaz de esconder los gemidos por más que se mordió el labio inferior. No estaba preparada para tal cascada de placer. Tampoco para lo que vendría a continuación.

-       ¡PAR…! ¡PARAAA…! - Gimió ella entre espasmos-.

-       ¿Quieres que pare?

-       ¡SÍÍÍ…!

Mario hizo caso omiso a las súplicas de la chica. Los espasmos aumentaron de intensidad disminuyendo el tiempo entre ellos, hasta que el vértigo se dejaba notar anticipando un orgasmo sin frenos, Mario se detuvo hábilmente dejándola con las ganas removiendo su insatisfecho deseo.

-       No, mejor no -dijo ella-. No me siento nada cómoda aquí. ¿Y si viene alguien?

-       Nadie va a venir –Mario la tomó de la mano. Después, trató de cerrar la puerta-. Deja que cierre.

-       En serio, mejor lo dejamos para otro día —las palabras carecían de lógica para Mario, e incluso para ella, pero así le salieron—. O podemos quedar en mi casa.

-       ¿Me vas a dejar con las ganas?

Mario, descendió su mano hasta la entrepierna de ella, acariciando suavemente. Ella, le agarró la mano sin demasiada delicadeza instándolo a cejar en sus intenciones.

-       Lo dejamos para otro día - Besó a Mario en los labios suavemente, sin presión, como si entre ellos debiera permanecer la más casta de las relaciones. Él se sintió incapaz de reaccionar al rechazo-. Tengo que marcharme. Tienes razón, no me gustaría que nos pillasen en la sala de espera de la oficina.

-       Pero…

-       Mañana nos vemos. -Diciendo esto, se medió vestía rumbo al elevador. -



Lunaoscura

Pesadilla

De pronto me di cuenta, que me encontraba en un paraje desolado, nada se encontraba en el lugar ni personas ni casas, solo una soledad oscura y profunda envuelta en un viento gélido. Camine por una vereda hasta encontrarme frente a una casa desconocida. Me acerque con sigilo, la puerta era de madera, grande y pesada, toque varias veces sin obtener respuesta. Estaba a punto de alejarme, cuando el rechinido de bisagras oxidadas me detuvo. La puerta se abrió lentamente, como invitándome a pasar.

Entre a una habitación amplia y vacía. En la pared de enfrente había una puerta, la abrí y salí a un pasillo todo blanco. Avancé cautelosamente, escuché un chirrido detrás de mí, me volví, alguien se aproximaba. Tenía el cuerpo cubierto por una sábana blanca, como si se tratara de un fantasma, de esos que se ven en las películas infantiles. Era ridículo, pero me eché a correr por el pasillo hasta encontrar otra puerta, cuando agarré el picaporte, el fantasma estiraba sus brazos hacía mí, entre y cerré de un golpe la puerta.

Al girarme, me invadió un vértigo repentino, casi caigo, estaba en la parte alta de una escalera. Baje lentamente, desde la puerta hasta la base de la escalera no había más que unos cincuenta centímetros, no obstante, era terriblemente empinada, descendía y descendía hacia una oscuridad que no me permitía ver el fondo.

Cuando finalmente llegue al fondo, inexplicablemente un viento helado me dada en la cara. Turbado, trataba de encontrar una explicación, pero estaba verdaderamente aterrado que las ideas no acudían a mi cabeza. Levante la mirada, buscando una respuesta y pude observar un cielo atestado de nubarrones grises, fue cuando me di cuenta de que estaba al borde de un acantilado y frente a mí, se erguía majestuosa una enorme montaña.

Esto debía ser una horrenda pesadilla, no había otra explicación, pero en qué momento me quede dormido. Estaba echó un lío, hasta donde tenía conciencia, me dirigía a mi casa en el subterráneo. Seguro, me quede dormido, tenía que despertar de esta pesadilla. Me pellizqué el brazo, sentí el dolor, pero seguía en el lugar.

¡Diablos, que broma es esta!

Me arrimé al borde del acantilado y me fui inclinando poco a poco, si estaba soñando, seguro que no me haría daño y terminaría el suplicio, pero el miedo pudo más y retrocedí… era demasiado real.

No tenía más que dos opciones, una era arrojarme al abismo o subir y enfrentarme con el fantasma. Decidido, subí por la escalera. El fantasma me esperaba, lentamente se irguió cuan largo era. Aunque me invadía el terror, grite y me arrojé sobre él. Agarré la sabana y la jalé violentamente. No hay palabras para describir lo espantoso que era. El engendro, furioso me lanzo un golpe, era tan potente que sentí un dolor muy fuerte en el hombro. Retrocedí unos pasos más asustado. Si era un sueño por qué sentía dolor.

El ente avanzaba hacia mí, cuando una luz invadió la habitación y una voz anunciaba el arribo a la estación Zócalo y varias personas se arremolinaban en la puerta de salida del tren. Todo había sido una pesadilla, respiré aliviado. Me incorpore de inmediato, tenía que salir de ahí, cuando me percate que en mi mano tenía aferrada una sábana blanca y el hombro me dolía horriblemente.


Lunaoscura

Amor condicionado

Te brindo mi amor con una condición.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Tú y yo

Me estremezco de solo pensar
que cada segundo que pasa
es un momento menos;
cada instante una experiencia
y, no obstante, todo puede acabar.

Benito

Son las cinco de la mañana, el gruñido de sus tripas, le hacen abrir los ojos. Aún está oscuro, amodorrado se estira sobre su cama improvisada, fija la mirada al techo del zaguán que le ha dado cobijo, jala las cobijas, tiene frío y se cubre hasta la boca. Otro día más, otro día de sobrevivencia.

Después de un buen rato de no pensar en nada, se incorpora y de su maleta saca un peine, ante todo es la presencia, de otra manera nadie de dará la oportunidad de ganarse unos cuantos pesos para comer.

Una vez acicalado, se levanta y empieza a recoger sus pertenencias, un envoltorio de cobijas, cartones y su maleta. Se dirige al estanquillo de don Sebas, para encargárselas. De ahí se dirige al mercado, a ver quién de los locatarios necesita un cargador.

A las ocho de la mañana, exhausto por el demoledor trabajo, tiene en su poder unas monedas que le permiten tomar un atole y un tamal para mitigar el hambre.

Con la barriga llena, deambula por la plaza buscando latas de refresco vacías u otra cosa que llevar a vender al depósito de desechos. El día pasa velozmente y tenía que asegurarse la comida y algo para la cena.

Mientras pepenando, su mente lo lleva a otros tiempos, donde no tenía que humillarse recogiendo lo que otros tiran. Ese tiempo, donde tenía trabajo, familia y un hogar. Mientras los recuerdos lo avasallaban, sus manos se crispaban en los desperdicios y sus ojos se humedecía con lágrimas de frustración e impotencia.

Cómo pudo creer que esa empresa podía duplicar su dinero, que iluso. Él no había sido el único defraudado, muchos apostaron y lo perdieron todo. De nada sirvió las denuncias, las manifestaciones para exigirle a la autoridad que tomara cartas en el asunto. La respuesta era la misma “Había una laguna en la legislación que le impedía tener injerencia en el asunto, pero haría todo lo posible de tomar las medidas necesarias para dar solución”.

El tiempo paso, y él fue perdiendo todo en forma paulatina hasta quedar solo y sin un centavo en la calle. Debido a las ausencias laborales, lo despidieron, por la falta de ingresos, no tuvo forma de enfrentar las deudas, lo que trajo la pérdida de su hogar y finalmente, su familia cansada y agobiada por la miseria, se había ido a vivir a la casa de sus suegros.

Mientras las autoridades proclaman a los cuatro vientos, que estaban para garantizar a todos y cada uno de los ciudadanos una vida digna, alimento, casa y trabajo para satisfacer sus necesidades, dado que era un Estado de derecho que respetaba y defendía los derechos humanos de cada hombre, mujer y niño. Mientras Benito con un sentimiento de fracaso, terminaba sus días rodando por las calles.


Lunaoscura

jueves, 9 de noviembre de 2017

El turista

Cansada de su reclusión, decidió salir a distraerse, anduvo por las calles del centro de la ciudad, hasta que decidió entrar a ver una exposición de pintura en uno de los tantos museos del lugar. Deambulo sin rumbo por las salas sin que nada atrapara su atención.

Hasta que un cuadro la atrajo. Seres oníricos que fusionados con la luz y el sonido creaban un algo único, sumergiendo al espectador a un análisis de las posibilidades creativas que habitan en el ser humano. Estaba tan absorta que, no se percató que a su lado estaba otro cautivo. Accidentalmente, su cara se impactó en el pecho del hombre. Ambos desconcertados, y ella apenada le ofreció una disculpa.

El hombre, con una mala pronunciación del español, le intentaba decir que no había problema, e intento entablar una conversación, pero Ariana estaba tan confusa que se retiró de la sala.

Él la siguió, le causaba cierta jocosidad su turbación. Salas más adelante, nuevamente se acercó a ella. Ariana, no le quedó otra que aceptar la charla, así que ambos recorrieron la galería.

Eran un poco más de las seis de la tarde, cuando salieron y empezaba a oscurecerse. El sujeto, a media lengua, como se dice en México, la invitó a tomar un café. El hombre era simpático, así que aceptó la invitación.

Ariana lo llevó a “Noma”, un cafetín que de suelo a techo es gris, y donde se puede ver al maestro panadero haciendo lo suyo, así como los costales de harina, la báscula, los ingredientes, el horno y el carrito donde ponen las charolas repletas de pan salado y bizcochos. Tomaron asiento, de tal manera que tuvieran una vista de todo el local y del espectáculo que ofrecía la panadería.

Durante unos minutos, el hombre se dedicó a admirar el lugar, su semblante reflejaba curiosidad y fascinación. Ariana estaba divertida, y recordaba que esa misma actitud tuvo cuando visitó por primera vez el lugar. Una empleada se acercó para entregarles la carta.

Él procedió a presentarse. Su nombre era Adriano Abadinchi, originario de la provincia de Berona, Italia, y estaba de vacaciones, además aclaro que su español era muy malo. Ariana, no podía dejar de reírse con esa presentación. Imitándolo, procedió a presentarse. Ariana Hurtado, originaria de la Ciudad de México, vivía y trabaja en el lugar, y su italiano era pésimo. Ambos, no dejaban de reírse.

Las horas transcurrieron sin darse cuenta. El idioma en ningún momento fue un obstáculo para la comunicación y para que la pasaran estupendamente.

Caminaron unas cuantas cuadras, hasta que ella le preguntó dónde se hospedaba. Adriano, le informó que, en el NH del Centro Histórico, a poca distancia de la catedral Metropolitana. ¡Perfecto!, vamos en sentido contrario, argumento Ariana. Ambos al mismo tiempo, giraron sobre sus pasos, lo que motivo una ráfaga de carcajadas.

Sin prisa ni tardanza, llegaron a la entrada del Hotel. Adriano estaba expectante, sería que ella se quedaría con él. No se atrevía a preguntarle, sin ofenderla, pero no fue necesario. Ariana, le extensión la mano y se despidió cortésmente, deseándole que disfrutara de sus vacaciones.

Desconcertado, Adriano le agradeció su compañía y observó cómo se alejaba por la avenida. Por un momento, se le helaron las ideas. Ella estaba a punto de girar por una esquina, cuando se echó a correr para alcanzarla.

Le tocó el hombro, mientras le decía espera. Ariana, tenía cara de sorpresa y susto -sería otro loco mal pensado- pensaba para sí.

Una vez que Adriano recuperó la compostura, le pidió permiso para acompañarla a su casa.

-       ¡No! Cómo crees, no es necesario. Además, vivó lejos de aquí y tú no conoces la ciudad.

-       Pedimos un taxi que nos lleve y me regrese. Hubo un incómodo silencio, hasta que finalmente él, dijo- ¿Alguien te espera?
-       Sí y no
-       ¿Cómo está eso, de sí y no?
-       Sí me esperan, pero no quién crees, sino mis hijos.
-       ¡Tienes hijos! -su asombro era inminente.
-       Sí tengo dos. ¿Te molesta?
-       No, no solo que me toma de sorpresa.
-       ¿Por qué? ¿Qué te imaginaste?
-       No, nada. Te puedo llevar a tu casa- su voz se oía segura.
-       Bajo ese entendido, me puedes acompañar a mi casa.

Ambos caminaron sobre la avenida, a la caza de un taxi. Por fin pudieron abordar uno. Ariana le dio instrucciones al chofer para dirigirse al sur de la ciudad. Durante el trayecto, platicaron más a fondo de sus actividades y aspiraciones. No se podía negar, Adriano alegraba el espíritu de Ariana.

Finalmente, el taxi se estacionaba enfrente la casa que Ariana le indicó. Nuevamente, ella se despedía y agradecía la atención del hombre, pero esta vez, Adriano no le soltó la mano y le pidió su número telefónico y la oportunidad de volverla a ver.

Ariana, se puso nerviosa, era muy desconfiada con ese tipo de acercamientos, por un momento dudo y miles de estrategias cruzaron por su mente. Levantó la vista y se tropezó con la mirada del hombre que la observaba fijamente con una expresión de súplica.

-       Está bien, este es mi número -le extendió una tarjeta de presentación- En cuanto, a salir, tal vez, recuerda, yo no estoy de vacaciones, yo vivo aquí y tengo deberes.

-       Cierto, pero nos organizamos, te parece- su felicidad era evidente.
-       - Esa reacción, le estrujo el corazón a Ariana- Claro, nos organizamos.

Bajo del vehículo y lo observó alejarse por la calle solitaria y oscura. Abrió la puerta de su casa. Sus hijos ya se habían ido a dormir. Subió a su recamara con una sensación de angustia -en que lío se había metido- pensaba.

La mañana, transcurrió como de costumbre, entre trabajo, casa e hijos. Seguía en la oficina, cuando recibió la llamada de Adriano que, la invitaba a cenar. Contundentemente, declinó la invitación, tenía otros planes con sus hijos y eran impostergables. El silencio de hizo, Adriano no decía nada, ella pensó que ya no volvería a llamarla, pero craso error.

-       ¿Me puedes invitar? Me gustaría conocer a tus chicos.
-       - Pasmada- Ariana no atinaba que decir- ¿Qué le iba a decir a sus hijos? ¿cómo lo presentaría?
-       Discúlpame, no quiero causarte problemas.
-       No, no es eso. Solo que me sorprendiste.
-       Okey, ¿dónde te veo?
-       ¿Cómo? -estaba evidentemente aturdida- En la entrada de la Catedral a las seis de la tarde.
-       ¡Perfecto! ¡Ciao!

Ariana, estaba sorprendida con el desparpajo del hombre, pero ese atrevimiento le causaba mucha gracia.

Cuando llego a la cita, Adriano ya estaba ahí, sonriente como un niño que lo llevaran de paseo. Ese hombre, tenía algo que a ella le encantaba y le daba confianza. Así las cosas, llegaron por los chicos, era un hombre tan encantador que se ganó la simpatía de los jóvenes. Fueron al cine y después a cenar. Adriano los llevó a su casa y regreso a su hotel.

De una forma misteriosa, Adriano se volvió en pocos días amigo de la familia, si no salía con Ariana, salía con los chicos. El penúltimo fin de semana, invitó a la familia al estado de Morelos. Había contratado un viaje y todo lo tenía listo.

Ariana se sentía profundamente agradecida, por la forma de tratar a sus hijos y a ella. Aunque, sabía que el siguiente fin de semana él regresaría a su país y la fantasía terminaría. No obstante, decidió disfrutar al máximo el tiempo que les quedaba.

Adriano, le pidió que el viernes fueran a cenar los dos solos como despedida, ella aceptó sin vacilaciones.  Durante la última semana, Adriano salió con los chicos y en otras salían los cuatro.

Llegó el viernes, y como lo habían acordado, saldrían los dos solos. Se quedaron de ver en el piso cuarenta y uno de la Torre Latinoamericana, Adriano había hecho una reservación en “Miralto”; Ariana odiaba las alturas, pero la ocasión ameritaba olvidar su fobia.

La cena, el vino y el panorama eran estupendos y que decir la compañía de Adriano, la vida le sonría a la mujer. Pasadas las doce de la noche, decidieron retirarse.  Caminaron, hasta el hotel, Ariana, sabía lo que continuaba, estaba tensa, pero dispuesta a vivir esa noche con ese hombre maravilloso.  Sin mediar palabra, subieron a la habitación.

Adriano, cerró la puerta con cuidado intentando no fijarse en sus manos que temblaban un poco por lo que iba a ocurrir. Se volvió para encontrar a Ariana de pie a su lado, con las manos entrelazadas, mirando a todos lados con las mejillas enrojecidas.

De vez en cuando sus ojos lo buscaban para desviarse tímidos, hacia otra dirección. Adriano, dio unos pasos hacia ella controlando sus movimientos pues, lo que menos quería, era asustarla en ese momento.

Levantó la mano para acariciarle la mejilla y notó la calidez de su nerviosismo. Se deleitó con la forma en que ella inclinó la cabeza hacia su mano, cerrando los ojos, invitándolo con la boca entreabierta al despertar del amor. Se enterneció ante su gesto pues, a pesar de ello, por sus manos sabía que temblaba como una hoja y quiso apaciguarla del único modo que iba a hacerlo.

Se inclinó y rozó con sus labios los de ella, caricia que la asustó antes de prepararse para la siguiente. Besos furtivos y rápidos se sucedieron, mientras sus corazones latían al unísono y los nervios daban paso a la pasión de sus cuerpos y sentimientos.
Adriano empezó a desabrocharle el vestido dejando cada vez un poco más de su piel al descubierto. Sintió ganas de darle la vuelta y besarla en todos esos puntos. Deslizó el vestido por los hombros y brazos dejando que este siguiera su camino hacia abajo.

Se apartó de los labios de ella, queriendo contemplarla más, pero no puedo ni dar un paso atrás, ella se acercó a él buscando su protección, demasiado expuesta para su tranquilidad en ese momento.

Notó los intentos que hacía Ariana, por soltar los botones de los ojales de la camisa, con las manos temblorosas lidiaban con ello. Esperó paciente a que el último botón saliera acariciándole los brazos y produciéndole descargas en su cuerpo conforme se acercaba a los puntos más erógenos que iba descubriendo.

Cogió sus manos y las posó donde ella no se atrevía, dejando que su camisa se fuera apartando de su paso para hacerle compañía al vestido. Con las dos manos acunó su rostro y la cubrió de besos que se morían por probar de nuevo esos labios y su tersa piel.

Sus gemidos eran música angelical y esas manos que temían tocarle, lo acariciaban cada vez con mayor valentía, empezaban a encenderlo. La empujó con suavidad hacia el centro de la habitación deshaciéndose del sostén que quedó en el camino y, sin abandonarla, la tendió con cuidado sobre la cama, siempre los ojos fijos en los de ella para que se apoyara en él.

Siguió regalándole besos por todo el cuerpo, bajando por el cuello, dejándolos en los hombros para volver al centro y seguir descendiendo al corazón de sus pechos, tomándolos entre sus manos y recorriéndolos con los labios.  Percibió los intentos de ella por quedarse quieta, pero sabía que su cuerpo reaccionaba y, una parte, buscaba el alivio para esa necesidad que la embargaba, para esa humedad que estaría filtrándose a través de ella.

Continuó su camino. La besó sin exigirle y volvió arriba colocando su cuerpo sobre ella sin que tuviera todo el peso, pero sí para sintiera cómo la acariciaba con él. Ambos cuerpos estaban incendiándose juntos, volcando la pasión de su amor en los besos y caricias que los llevaban a querer más.

Adriano se apartó un momento para deshacerse de la ropa que le queda encima, mientras la contemplaba. Se dispuso a su lado, separándole las manos del rostro para encontrarse con sus ojos humedecidos y los besó bebiéndose sus lágrimas de nerviosismo, haciéndole saber que estaba ahí para ella. Buscó sus labios temblorosos y la sumió en la espiral de placer que ellos podían ofrecerle, mientras sus manos la recorrían cada vez más cerca de su feminidad.

La cabeza de ella se echó hacia atrás dejándose llevar a otro lugar, donde los colores brillaban y el cuerpo pesa como para moverse. Él se inclinó hacia su lóbulo, lo besó y acarició con la lengua. La instó a abrir las piernas y se situó entre ellas, sus manos buscaban las de ella para que notara una parte ya preparada para el momento culmen. Ella las retiró con premura en el momento en que lo notó y él rió ante la temeridad de ella. Volvió a intentarlo y, esta vez, su inquietud hizo que siguiera el contorno de esa parte de él que ardía en deseos por hacerla suya.

Se mantuvo en silencio y quieto. Cuando no pudo más, la tumbó sobre la cama. Empujando tan lentamente que parecía una caricia tan suave y gozosa que sacó de sus labios unos gemidos y una sonrisa de complacencia. Siguió avanzando. Una vez. Dos. Tres… Esa unión y el placer en ese momento, los llevó a un paraíso donde solo ellos podían acudir. Sus cuerpos y sus esencias se fusionaron en un único ser lleno de amor y sensualidad. El que ellos habían creado.

A las doce de la noche del día siguiente, Ariana y sus hijos despedían en el aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a su entrañable Adriano. Pero la historia, podría continuar, nunca se sabe…


Lunaoscura