lunes, 29 de mayo de 2017

Fantasía intima

El silencio ocupa cada rincón de mi pensamiento. Apenas podía ver la habitación con la tenue luz de la calle, que rasgaba las paredes como araños. Suspiré girándome para no verlas, intentando conciliar el sueño, pero todo fue en vano, recordé al hombre que había visto cuando paseaba por la calle. Aquellos ojos oscuros, sus labios y su voz…

Él hablaba y yo hipnotizada, preguntándome ¿Cómo será más allá de lo que me muestra? Lamentablemente, no se logró llegar a más, solo fue una banal conversación de dos desconocidos, que luego siguen con sus vidas.

Embeleso, mi mano se ocultó bajo las sábanas, imaginándome situaciones morbosas y complacientes. Sentí mi cuerpo en llamas y gemí llevándome los dedos a la boca.

Sentía los espasmos apoderándose de mi cuerpo, provocándome oleadas de éxtasis una y otra vez, hasta que dejé que mi mente explotase y sus cenizas se esparcieran por la habitación.

Abrí los ojos, pude ver a ese hombre desvaneciéndose delante de mí, como un fantasma evaporándose en la nada. Volví a la oscuridad de mi cuarto oscuro y a mi absoluta soledad. Suspiré de nuevo, y me dejé llevar por el sueño que me engullía como aquel silencio que lo engullía todo, incluso a mí.


Lunaoscura

En medio de la nada

Eyes 1946, Escher
Desconcertado caminaba en medio de la nada, rodeado de la más profunda oscuridad. No sabía en dónde estaba, lo único que recordaba era un fuerte dolor de cabeza, un estrépito y un destello de luz. Camino por ese lugar, por un tiempo indefinido, hasta que observo que al fondo había una luz. Acelero el paso, parecía que no avanzaba, o al menos esa era la sensación que tenía.

Finalmente, llegó, cauteloso se asomó. Por un momento, la luz le cegó la visión, una vez que sus ojos se adaptaron, vio que era una estancia grande, al fondo podían observarse varios arreglos florales y veladoras. En ese lugar estaban sus familiares y más allegados. Quiso acercarse a ellos, para preguntar qué es lo que estaba pasando, pero nadie lo veía ni le oía.

Ansioso y con una frustración que iba en aumento, se quedó parado en el umbral de luz. ¿Qué estaba pasando? Haciendo un esfuerzo, trato de recordar las últimas horas.

Se había levantado a las cinco de la mañana, como todos los días, se había preparado para ir al trabajo… No, no había sido así… Tenía mucho tiempo que no iba a trabajar, estaba enfermo… 

Todo era tan confuso en su mente, los recuerdos se le confundían, pero estaba seguro de que algo importante había ocurrido. 

En tanto, observaba el ir de venir de las personas en la estancia. Algo le llamo la atención. En un rincón de la sala estaba su hijo, era evidente que estaba llorando, trato de acercarse a él, pero se le adelanto su esposa. Se sentó al lado de muchacho, lo abrazó tratando de consolarlo. Él observaba la escena, sin comprender que es lo que estaba pasando, cuando, su hermano se aproximó a la pareja y con voz entrecortada, dijo: Mi más sentido pésame.

Al escuchar esas palabras, sintió un dolor intenso en la cabeza, una ráfaga de calor le invadió el cuerpo. Con miedo se internó en la sala, esquivando a las personas llegó al centro de la estancia. Sobre una base de metal estaba un ataúd. La parte superior estaba levantada para que los deudos pudieran despedirse.

Todo le daba vueltas, no tenía el valor de acercarse. Lentamente avanzó, cuando estuvo a la vista el rostro del muerto. Sintió un baño de agua helada.

Un sinfín de emociones lo invadieron. Los recuerdos le golpearon de momento. Esa mañana, lo despertó su esposa para darle el medicamento, minutos después, intento de nuevo conciliar el sueño, pero no pudo. Se levantó y se dirigió a la cocina, donde sabía que estaba Aurora, su esposa. Unos cuantos pasos antes de llegar a la puerta, escucho susurros y sollozos.

Cuidadoso, se acercó para escuchar la plática. Andrés, su hijo mayor, le explicaba a su mujer, sobre la necesidad de amputarle las piernas, porque la gangrena estaba invadiéndole y era la única forma de salvarle la vida. Aurora, mascullaba, debe haber otra solución. Tu padre no lo va a permitir.

Lentamente se alejó, sentía… nada. No acababa, de digerir la noticia. Conforme los minutos pasaban, la desesperación le hizo presa. No, él no terminaría sus días postrado a una silla de ruedas. ¡Primero muerto que tullido!

Con gran determinación, espero que todos en la casa hubieran salido. Se dirigió al garaje, ahí guardaba su revolver. Lo cargo y se dirigió a su jardín. Jalo una silla y la puso en medio de sus rosales, por unos minutos observo el lugar. Cuánto trabajo invertido para dejarlo así. Cuántos momentos pasó con su familia. Todo le parecía tan lejano. Una detonación, callo sus recuerdos.

Había muerto. Su frustración aumentaba por momentos, al mismo tiempo que lo hacía su resignación. Él veía como sus familiares y más allegados estaban presentes en su funeral. Quería acercarse a ellos, dirigirles algunas palabras, pero nadie le veía ni le oía. Llegó a preguntarse, por qué no se le permitiría un último adiós para todos sus seres queridos. De nada sirvieron sus lamentos.

Acongojado, se preguntaba qué iba a hacer a partir de ese momento. Ya no tenían ningún valor sus experiencias vividas y, aunque recordaba sus sueños, poco a poco dejó de darles importancia. Sin temor alguno, llegó a pensar que Aurora le olvidaría pronto. De todos modos, él ya no era parte del mundo.

De pronto, notó que algo le privaba de sus movimientos. Lo más curioso es que no había nada ni nadie próximo a él. Por más que lo deseaba, era incapaz de moverse un milímetro. 

Más tarde, le era más difícil observar a las personas. Poco a poco, la oscuridad se iba apoderando de él, de la misma forma que la tinta oscurece el agua. 

Enseguida sintió un escalofrío, lo que le causó desconcierto, nunca más iba a sentir hambre, sed, dolor, ni cualquier impulso o sensación natural en todo ser viviente. Tuvo conciencia que había llegado el fin, había llegado la nada.

- ¡De nada sirve permanecer donde ya no perteneces! - chilló una voz carente de piedad.

No podía ver quien pronunciaba esas palabras, pero varias veces resonaron. Su inmovilidad desapareció, aunque todavía se sentía dominado por esa sensación de escalofrió. 

Descubrió que estaba en un vacío. Se mantenía firme y, sin embargo, no parecía que estuviera sobre un suelo. Tampoco había nada a su alrededor; al menos, eso era lo que captaba su vista. Sin pensarlo más, comenzó a caminar por aquella oscuridad infinita, sin saber dónde se encontraba ni tener un lugar de destino.

- ¿Será este sitio tan sombrío, el cielo? —se preguntó.

- Me temo que no. Qué ingenuo… ¿Acaso esperabas un paraíso? -respondió la voz.

- ¿Quién eres? -preguntó afligido y un poco molesto.

- No soy nadie. Igual que tú -contestó el ente con firmeza.

Antes de poder articular palabra, un ente con vestimentas negras y con el rostro cubierto con una capucha, se plantó delante de él. Después... la nada.


Lunaoscura

domingo, 21 de mayo de 2017

Una noche cualquiera

A veces creo que vivo fuera de mí cuando estoy a tu lado. Tu sonrisa llena de todo ese material del que están hechos los sueños, lo nubla todo, tiene el poder de centrar mis sentidos en ti.

sábado, 20 de mayo de 2017

Amor enajenado

Fue como si de repente me encontrara en otro lugar desconocido y a miles de kilómetros. Un simple roce, y toda la realidad dejó de tener sentido.

No se trataba de nada físico, era algo más, quizá solo la sensación de calor que me transmitía. Era como si todos mis deseos tan recónditos que ni yo misma sabía poseer, se materializaran allí mismo. Me quedé helada, dejando que se me escapara. Él, el hombre perfecto, el ideal.

Su imagen no se borró de mi memoria. Por eso semanas después, sentada en una cafetería del centro, me bastó una mirada para reconocerlo. Esas manos, esa sonrisa… y, sobre todo, su aroma.

Traté de contener el aliento para evitar el efecto narcótico que su olor me producía, pero la fascinación persistía. Nunca hubiera creído que un sentimiento tan ilógico pudiera arrebatarme la razón así, y allí estaba. O ya no. Se había escapó de nuevo.

Sin saber por qué, algún oculto lugar de mi mente me impulsaba a volver una y otra vez al mismo bar. Y así transcurrieron los días hasta que, de nuevo, lo vi. Esta vez estaba preparada. Una y mil veces había ensayado cómo forzar el encuentro. ¡Todo en balde!  Mi cuerpo no respondía a las órdenes. Allí estaba impotente, observándole cómo se alejaba por tercera vez.

Se marchó. No sé si por descuido o con intensión, había dejado en su asiento un pañuelo. Mi primer impulso fue correr tras él para devolvérselo, pero tras recapacitar un momento y ver que nadie más se había percatado, lo cogí y lo guardé con mucho cuidado. No lograba entender cómo el resto del personal no se sentía, como yo, arrastrada sin pudor por esa presencia sobrehumana.

Noches enteras pasé en vela, aspirando el suave aroma que desprendía la prenda. Fragancia que, a mi pesar, se iba desvaneciendo día tras día. Me imaginaba cómo sería su vida, su trabajo en una aburrida oficina, su casa, las compañías que pese a mi egoísta envidia frecuentaría… Y un día salí a buscarlo.

Frecuenté la cafetería en que lo vi la segunda vez, y allí lo esperaba, vagando durante horas por entre las concurridas calles. Sin resultado. Tampoco aparecía por el bar, y yo me negaba a imaginar cuán desdichada iba a ser mi vida si no tenía por lo menos la oportunidad de contemplarlo una vez más.

Pero el destino siempre me ha sido propicio y, cuando más desesperada estaba, apareció de nuevo. Fue en las escaleras del metro, cuando yo me lamentaba de otra tarde de infructuosa búsqueda.

Como un autómata, lo seguí sin atreverme a romper la barrera de la distancia que nos separaba. Y así pasó el tiempo, yo fui averiguando dónde trabajaba, dónde vivía, cuáles eran sus amistades. Hasta que ya no pude resistirlo más. Y me acerqué a hablarle.

-       Disculpe usted, ¿se le ha caído esto?
-       ¡Mi pañuelo! Creí que lo había perdido. Muchas gracias. - Esa sonrisa, era como un amanecer de invierno, como un torrente desbordado. Pero esta vez era para mí. Solo para mí.

Hay un margen de tiempo sobre el cual poco podría decir, salvo que empecé a cruzarme con él a menudo, siempre a las mismas horas, en los mismos sitios. Al principio solo nos saludábamos, poco después empezamos a hablar. Me justifiqué diciendo que trabajaba por su zona, que tenía conocidos por allí.

Un día, algo había cambiado en él, algo que yo no era del todo capaz de detectar. Era algo que menguaba su atractivo, incluso me atrevería a afirmar que afeaba su figura.

Tardé en percatarme de que se trataba de su loción, aquel día debía haberlo olvidado. Desde aquel momento, las imperfecciones llegaron una detrás de otra, como un aluvión que, aun queriendo yo prestar ojos ciegos, continuaba cayendo imperturbable. Un día un pequeño grano, otro las mejillas abultadas de no dormir. Su piel no era tan tersa como yo había imaginado en un principio, ni tan finos sus labios.

El desconcierto llegó a su punto álgido el día que, habiendo quedado con él para tomar algo, se marchó un momento al baño. ¿Al baño? Traté por todos los medios de borrar esa imagen de mi cabeza.

Aquel día nos besamos. Un beso que no supo a nada más que a eso, a beso. Ni me elevé a las nubes ni se detuvo el tiempo. Mi fascinación se había truncado ya no en confusión, sino que rallaba prácticamente en el fastidio, en asco.

Frustración. Media botella de ron y me presenté en su casa. Bajó en bata y pantuflas. No pude resistirlo más. Sentí tanta rabia, tan gran decepción… Una vez más la vida me demostraba su carencia de significado, sus falsas promesas.

Me invitó a subir a su departamento, estando adentro, me empujo contra la pared. Sus jadeos empezaron a hacerse más intensos. Por fin. Por fin llegaba. También se incrementó la fuerza de sus acometidas, destrozándome casi de forma literal. Me pareció increíble cómo la ausencia total de placer dejaba lugar solo al daño de su brutalidad. En un último asalto le hundí la navaja que traía guardada en el abrigo. No sé realmente por qué.

Así ocurrió todo, señor juez.



Lunaoscura

Magia banal

Estoy escribiendo este relato sentada en la fría banca del parque. Son las ocho de la mañana y delante de mí hay una veintena de personas, a mi espalda cada vez son más los que se unen para ir al “matadero”.

Trabajé durante treinta y ocho años en una multinacional. Estaba al tanto de los beneficios que generaban, pero, aunque amasaban cada año más dinero, hicieron un recorte y me tocó recoger mis cosas e irme a la calle.

Con el despido se acabó el trabajo y el compañerismo. Esos con los que compartías desayunos y conversaciones a diario, en cuestión de minutos, son desconocidos.

Llevo un par de meses buscando trabajo, ahora no es como antes que recorrías las empresas con currículo vite en mano y llamando puerta por puerta bien temprano, para dar imagen de persona trabajadora. Ahora se hace por internet, te apuntas a ofertas de empleo abusivas que suman más de mil solicitantes dispuestos a trabajar diez horas por una remuneración mísera.

Por otra parte, tengo un serio problema, soy una persona optimista. El mundo no está hecho para nosotros los “alegres”, todo es negativo, pero yo veo las cosas desde un prisma de colores el cual no me deja ver por donde ando y siempre acabo estrellando mi cara con la cruda y pésima realidad.

No tengo un centavo, voy a comer con mi familia porque tengo que elegir entre hacer las compras o pagar el transporte para ir a las entrevistas de trabajo, que están en la otra punta de la ciudad y que nunca me llaman para darme respuesta.

Es diciembre, y me parece a mí que la única “Navidad” que va a pasar por casa este año serán un par de tequilas con limón que me pienso beber a mi salud.

No quiero hacer el mal, solo trabajar, pero últimamente me ronda la idea de delinquir, ya sabes, robar en el supermercado, colarme en el transporte público y esas cosillas.

Mucha gente me amonesta y me dice.

-     Has de ser honrada y trabajadora. Pero los honrados siempre son pobres y para ser trabajadora necesito un empleo.

Dada las reprimendas, decidí ser honrada, a ver qué pasaba y donde me llevaba el destino. Pues bien, el destino ha traído hasta mi puerta al hombre del gas, al de la luz y al presidente de condóminos con el maldito talonario.

Me gustaría que todos ellos, fueran tan optimistas como yo, así podría entregarles, unos pagarés hechos a mano sobre unos posts amarillo y que confíen en que algún día se lo pagaré, pero ya les he dicho antes, vivimos en un mundo de pesimistas, o sea, que, o me hago la muerta en casa sin hacer ruido para que crean que no estoy, o cojo mis desgracias, mi mala suerte y las meto en las maletas de mi desesperación.



Lunaoscura

Interinidad

Existen días en los que pensamos que no sucederá nada en especial, sin embargo, son días decisivos, dónde el factor sorpresa se adelanta un paso.

En cierto modo tememos a lo desconocido, aquello a lo que no podemos anticiparnos con ciertas estrategias, pero seguirá siendo más poderoso el sentimiento de conocer una realidad palpable que se muestra cuesta arriba con un destino sin altibajos y sin calendarios para las sensaciones.

Molestarse en sentir desesperación no tiene cabida. La angustia, no puede quedarse a vivir y la desolación siempre está escondida. Es mejor cualquier gesto de silencio. Leve movimiento. Insonoro. Suficiente para encaminar unos pasos sin rumbo que dejen huellas tras de sí.

De todos modos, será más complicado respirar si los recuerdos son borrosos. Ahora se engaña la mirada en el límite de lo vulnerable, lejos de lo razonable, será más sencillo.

Dudando de todo lo que es perdonable. Reaccionar a destiempo o hacerlo mal. Poner freno a esas decisiones que marcarán singulares caminos en horizontes difusos. El arrepentimiento, no existe, o está alterado por una culpa tolerada.

Necesitar escuchar un TE QUIERO para hacerlo creíble. Caminar firme y serena, de cara al viento inexpresivo, frío e hiriente de un futuro adiós.


Lunaoscura

lunes, 15 de mayo de 2017

Me hubiera gustado…

Me hubiera gustado hacerle entender que cuando se trata de querer no existen límites, y no me refiero precisamente a las acciones, si no a las personas.

Me hubiera gustado hacerle entender que no importaba si había querido a muchas o pocas mujeres, lo importante era el aquí y el ahora.

Me hubiera gustado hacerle entender que no por malas experiencias el resultado sería siempre el mismo, que no importaba si fallaba alguna vez, si no, que fuera capaz de darse cuenta.

Me hubiera gustado hacerle entender que las palabras “querer” y “perfecto”, jamás irían juntas. Pero más que todo, me hubiera gustado hacerle entender que yo lo quería y solo eso importaba.


Lunaoscura

Trazos ligeros

En esta hoja en blanco llena de voces, quiero delinearte con trazos ligeros. Quiero traerte y dejarte acá, para que estés hoy y siempre, como yo te veo ahora. Para que los años no te cambien, para que no llegue un día en que me pregunte. ¿Eres tú, el mismo de entonces?, ¿es esa la sonrisa, la que yo adoraba?, ¿eres tú, este desconocido, el que un día amé?

Te dibujo en esta hoja, te dejo para siempre. Para leerte y encontrarte cada vez que te busque. Estás igual, hoy, mañana y siempre. Y yo, te querré de la misma manera, como te quiero en este instante, porque mi amor queda guardado junto a ti en esta hoja.

Quedará grabado mi amor, mi locura, esta locura que, todos me inventan porque quiero eternizar en un papel tu imagen y mi amor.

Esta locura y mis sueños. Todo lo mío, todo lo tuyo y, todo lo nuestro que, hoy es hermoso, y mañana…

¿Qué será, mañana?



Lunaoscura

martes, 9 de mayo de 2017

RECUENTO

Haciendo un balance de mi vida gané y perdí. No importa, cuantas veces haya caído, ni importa las heridas recibidas, me levante siguiendo mi destino. He pagado el precio de vivir a mi manera. Qué más da, sigo aquí dándole pelea a la vida. No me atan ni odio ni rencor, mi fe no tiene dogmas. La esperanza, mi eterna compañía. Así que continuaré libre como el viento.


Lunaoscura

Muchacho

(Para mi hijo Edmundo)

Guerreando su individualidad,
regresando a la cuna,
el adolescente oscilando va.

Rebelde de voz cambiante,
de mirada tierna,
surge del niño su identidad.

Los tiempos de papilla,
quedaron atrás,
palitos y plastilina,
una etapa más.

Como espiga tierna te yergues,
ante la vida,
lleno de esperanza e incertidumbres.

Llegó que intentes volar,
abre tus alas con libertad,
surca seguro el horizonte.

Me invade la nostalgia,
al verte a la distancia,
seguro conquistando al mundo.
Anda mi niño, ve a vivir
que la vida es hermosa,
si la sabes conducir.


Lunaoscura

Dudas

Son tantas preguntas
que abruman la razón, y
enlutan al corazón.

No se trata de ego engreído,
son esas deletéreas mentiras
susurradas a un alma anhelante.

La condena

Cuando en el corazón hay una pena,
la melancolía se vuelve castigo
que asfixia todos los sueños, y
la noche es su condena solitaria.

Cuando una pena, invade el alma,
se estrangula la luz de la mirada, y
la esperanza se encandila en el olivo 
errando el norte sin hallar su morada.

Cuando un corazón sangra,
el resplandor de los días se esfuma
en una mirada pérdida en la duda
de aquel que ha extraviado su alma.


Lunaoscura

miércoles, 3 de mayo de 2017

Página en blanco

Una página en blanco, es la oportunidad para obviar el absurdo y abandonarse en un mar de razonables incoherencias.

Esas que emanan del más hondo sentir de amor o desamor, qué más da, escribir con el corazón roto y los ojos llorosos o con el peso del mundo sobre los hombros. Ese puñado de inquietudes, son una expresión de humanidad.

Quien no haya tenido frente a sí un papel despojado de garabatos, lamentablemente ha carecido de posibilidad de dejar que la imaginación chispee. Logrando que los vínculos inconexos se unan más allá de las apariencias.

Es denegar al olvido su cordura y al futuro su insistencia. Tratando, simplemente de Ser de vez en cuando… Es lo único que me hace no morir.


Lunaoscura

Coexistencias

Eran apenas las ocho de la mañana, Jorge despertó ansioso, con el pensamiento fuera de su cuarto. Su imaginación se fue por la puerta del balcón y bajó muy abruptamente hasta el suelo, allá, donde el mundo ocurría sin detenerse mientras él pensaba una y otra vez la misma cosa.

La luz del sol resplandecía tenuemente entre tableros y puertas otorgando una calidez a la fría habitación. Sus muebles eran pocos, apenas si llenaban el espacio entre los muros blancos. 

Se sentó antes de incorporarse, reflexionando sobre los acontecimientos recientes. El silencio solo era interrumpido por el leve ruido de la calle. Su habitación estaba en perfecto orden, así como todo lo de su departamento. Era un hombre bastante organizado, intelectual y muy nervioso. Sobre el escritorio se veía su ordenador, una libreta de apuntes y un par de libros que dejo a medio leer el día que se quedó sin trabajo.

Se levantó y fue hacia la cocina para intentar comer algo, sin embargo, el arroz y el pescado no le apetecían en ese momento. Estuvo sentado a la mesa toda la mañana, sin siquiera tener la mínima intención de levantarse hasta que alguien llamó, sin embargo, no atendió.

Habían pasado una semana sin que hubiera hablado con alguien, ni siquiera había salido del departamento. De vez en cuando iba al escritorio, prendía el computador y revisaba algunas ofertas de trabajo. Después lo apagaba y regresaba a la sala, sin siquiera darle un breve vistazo a sus redes sociales.

A menos que lograra encontrar trabajo en una empresa con prestigio, no había mucho más que hacer.  Se sentía fastidiado, y los días los pasaba pensando constantemente en la situación. A veces caminaba, pero no había muchos lugares a donde ir.

Solo había una salida, y había estado sobre la pequeña mesa del comedor todo ese tiempo. Una pequeña daga muy afilada y algo curva resplandecía constantemente, como si lo llamara.

Era un poco después del mediodía cuando tomo la daga, se puso en cuclillas y la colocó apoyándola sobre estómago. Pensó un breve momento sobre la situación y de nuevo dejó la daga sobre la mesa. Se incorporó, abrió la puerta de la terraza, subió al barandal, miró hacia abajo y se liberó.

Los titulares del periódico del día siguiente habían aumentado unas decenas de número más al conteo de suicidios del año. Unas páginas más adelante, se leía un anuncio solicitando personal para recoger cuerpos suicidas, fuera de eso, no había ninguna otra solicitud de empleo.

Ese mismo día, en otra parte del mundo.  El sol estaba en lo más alto del cielo, azotando con brusquedad a la tierra y elevando la temperatura de manera extremosa.

George, despertó porque habían llamado a la puerta un par de veces de manera intempestiva. Así que no tuvo más remedio de levantarse de la cama, se asomó por la ventana sin que lo viera quien fuera que llamara a la puerta.

Era un cobrador más que, al ver la negativa para abrir, echo por debajo de la puerta un sobre con una advertencia de pago urgente. Él se acercó a la carta, la tomó y la tiro al bote de la basura, donde estaban por lo menos una veintena de cartas más con ultimátum amenazantes.

El calor era sofocante, pero lo que más resaltaba en el ambiente era un olor profundo a moho, comida echada a perder y sudor, haciendo una mezcla bastante recalcitrante que lastimaba las fosas nasales.

Había ropa por toda la habitación desperdigada entre los muebles que se acumulaban, pero sin orden o propósito. La cama estaba distendida y el baño desaseado. La cocina parecía un campo de batalla y el cesto se desbordaba con basura.

Después de dejar el sobre en su lugar, regresó a la puerta y salió, no sin antes echar un vistazo para saber si alguien seguía ahí. Tomo el periódico del piso, y regresó a su refugio. Se sentó a la mesa, retiro con el brazo la basura tirándola al piso y colocó el periódico.

Duró unos cuantos minutos ojeando la sección de clasificados, a pesar de la gran cantidad de ofertas de trabajo, no había nada que pudiera cumplir con su perfil. Aventó el periódico a un lado y se dirigió al refrigerador, que inmediatamente cerró de un golpe.

Tomó su teléfono móvil e intentó hacer un par de llamadas, pero no hubo respuesta. Ningún conocido o amigo estaba dispuesto a invitarlo a comer o si quiera pasar el rato a su lado.

Se sentía perdido, sin rumbo. No le quedaba nada que pudiera comer ni dinero para comprar absolutamente nada.

Las deudas estaban sobrepasándolo y no sentía que hubiera ninguna salida. Ni siquiera sus hermanos quería tener que soportar el peso que era mantenerlo, ya no, habían pasado por eso ya mucho tiempo y no lo harían más.  La renta estaba por vencerse y no tendría a donde ir. 

Todo era un cúmulo de cosas que lo cubrían ahogándolo, su desesperación lo había hecho llorar sin consuelo por las noches, pero ahora estaba cansado, desgastado hasta el extremo.

Ya no quería seguir soportando esa situación, así que se dirigió al baño, abrió el grifo con agua caliente y regresó a la cocina. Tomó un cuchillo del fregador y regresó al baño. Se sentó bajo la regadera y mientras el agua fluía hacia la coladera, un rojo brillante lo saturaba. No hubo llanto, ni gritos, solo un sonido constante de líquidos cayendo y escurriéndose entre la tubería.

Días después, los periódicos ponían en sus contraportadas un titular algo sensacionalista: Terminó con su vida en funesto acto de cobardía. Sus familiares están destrozados y lloran su pérdida.


Lunaoscura

Trastes y más trastes

Amontonados en el lavadero, uno sobre otro, los trastes erigían una pirámide muy desarreglada. La pileta no contiene suficiente agua para lavar y enjuagarlos a todos, por eso la llave está abierta, una jícara se movía al vaivén del agua, y en un extremo esta un recipiente con jabón y un estropajo.

A Candelaria, le hubiera gustado que tan solo por una tarde no lavara tantos trastes, pero prefería que sus hijos hicieran la tarea, y luego, si les daba tiempo, recogieran su cuarto, jugaran un rato y durmieran temprano. Su esposo llegaba ya tarde de la fábrica, y, a Candelaria, el corazón no le permitía pedirle ayuda para lavar los trastes. Tenía que hacerlo ella, odiaba lavar trastes, pero cuanto más posponía la tarea, más de ellos aparecían en el lavadero.

El ruido de la casa llegaba hasta el patio, donde estaba el lavadero, los gritos de los niños, la televisión que miraba su esposo en la sala, y si prestaba suficiente atención, escuchaba el sonido del refrigerador.

Candelaria había sido la única mujer en una familia de varones, por eso su mamá se dio la tarea personal de enseñarle a ser una buena esposa, ella, según su madre, no necesitaba ir a la escuela, lo que si era importante conocer era como ser una buena mujer, saber cómo planchar, lavar, cocinar, y como atender a un hombre.

Sin embargo, ella siempre quiso ser doctora. Cuando era niña y tenía tiempo para jugar, le gustaba atrapar saltamontes, arrancarles una pata y luego intentar pegárselas, al final, después de la fracasada la cirugía, le provocaba tristeza ver que ya no podían saltar como antes, y decidía, que era su responsabilidad matarlos para que no sufrieran una pena mayor, esto le dejaba un sentimiento de haber hecho un buen trabajo, de haber ayudado a alguien.

Con manos expertas, primero separa la comida en una bolsa, desperdicios para el perro, y las tortillas enlamadas para las gallinas que tenía en un corral tras la casa.

Acto seguido, pone a remojar las cazuelas, teniendo cuidando que los vasos de vidrio queden primero para que no se rompan, enjabonaban los trastes por riguroso orden, primero los vasos, por gusto lavar todos cubiertos juntos, y después platos y cazuelas. Acumular varios trastes antes de enjuagarlos.

El agua del lavadero termina, en el tronco de un limonero. La noche empieza a arropar la totalidad del cielo, la casa ahora era gobernada por el silencio, ni gritos ni televisión encendida, la pila de trastes había desaparecido.

Solo había un plato, y un pequeño vaso, que tenía la seguridad que ya había lavado, se enjuagó las manos para retirarse el jabón, pero sus manos ya no eran las manos jóvenes y duras de hace años, quizá, pensó, que estaban muy arrugadas por pasar tanto tiempo metidas en el agua.

Mientras secaba sus manos, se decía para sí, “qué rápido pasa el tiempo cuando uno lava los trastes, que rápido crecen los hijos, que pronto se le muere a una el esposo, los padres, los sueños, que rápido se va la vida, pero nunca, nunca se terminan los trastes”.


Lunaoscura

Indulgencia

El sol entraba impávido y sin ganas por los opacos vidrios del ventanal, iluminando los vetustos muebles y envejecidos retratos que se percibían inmóviles entre la oquedad del recinto. Ahí donde estaban abandonados los silencios, enmudeciendo las voces de un ayer lejano.

En la fresca y ensombrecida estancia, meciéndose en un vaivén sin fin, un sillón ponía movimiento a una vida resignada a la espera impía del final.  Pedro, se apretujaba entre sus gastados huesos, entrecruzaba las piernas anudadas a cansancios sin senderos ni caminos. Liberaba, de tanto en tanto, un vaporcito caliente de su boca, dejándolo escapar en forzado respiro, sosegándole el pecho. 

Una manta cubría sus piernas, un abanico sin fuerza se empecinaba en acercarle bocanadas de aire en hitos de alivio que se expandía por sus endurecidos pulmones, lacerados conscientemente de humo y vahos que derrocharon vida.

Se imponía a trascender mientras discurría el tiempo, re inventando las horas, postergando el sueño para luego dejarse caer vencido. Allí solo, en la tediosa espera gastaba su excedente de tiempo, prolongando una vida inútil sin amor ni voces, atado a los silencios que vagaban como fantasmas por las habitaciones y descarnados muros teñidos de soledades y ausencias.

Desde cuándo se apagaron las risas y la infancia se hizo adulta para partir, Desde cuándo, lo dejaron solo con sus temores y arrepentimiento. Con el dolor enmarcado en un paisaje de vacíos de nadas.

Pedro estaba allí, entre santos y velas encomendando su vida a su Dios, glorificando angelitos de alas rotas, embelleciendo altares y vírgenes con atuendos de seda, contemplando cruces y flores descoloridas.

Con una mística comunión se entregaba al rezo, flagelando memorias, depurando pecados en aguas benditas, entrecerrando los ojos, esperando milagros ávidos de perdones y silenciando su conciencia. De rodillas, rezaba en voz alta para oírse, para sentir que su plegaria llegara a su Dios.

Aislado del mundo, sumergido y entregado a la voluntad de castigarse, pedía una señal, reclamaba a los cielos que lo liberaran de culpas. Con lágrimas vivas, pedía por su alma, por su carne, por sus demonios y el perdón.

En una casa a oscura y de rincones sin sombras ni latidos, su corazón palpitaba en el gran espacio que abarcaba su soledad.

Una endeble luz aún alumbraba sus vanas esperanzas, la luz de la vieja luna entraba, acentuando los silencios de la habitación, mostrando la inmensidad reducida a despojo de la hermosa sala.  Pedro, concentrado y entregado a la ferviente necesidad de la fe, imploraba en mudas palabras:

-       Dime, Dios, ¿me haces sufrir por lo que hecho? Mitiga el dolor. Regrésame lo perdido. Da por terminado el destino que tenías para mí. ¡Esto no es vida!

Solo los sonidos de la madera reseca y el balanceo cadencioso de los esqueletos desnudos sin savia ni follaje de los viejos y abandonados árboles de su jardín, daban una tétrica respuesta a sus suplicas.



Lunaoscura