jueves, 29 de junio de 2017

Llegas tarde

Mario Estrada, llevaba más de veinte años como investigador de homicidios, era el responsable de la persecución de un homicida serial que aterrorizaba a la ciudad. No obstante, sus intentos de anticiparse al delincuente, no acababa de comprender su modus operandi ni su perfil psicológico, ya que sus víctimas no presentaban coincidencias. Era un homicida temperamental.

Una tarde que llegó fastidiado y frustrado a su oficina, se puso a reconsiderar seriamente la continuidad en su profesión. Cuando el teléfono, lo sacó de sus pensamientos. Tomó el auricular, al otro lado se escuchó una voz profunda y sarcástica que, sin mediar más palabras, le dijo:

-       Una vez más llegas tarde a la escena del crimen… ¡no me extraña para nada!, siempre te llevo una extraordinaria ventaja. ¿Qué te parece la cuerda que coloqué desde las muñecas hasta el cuello de esa linda chica? Sufrió mucho por tu culpa, ya ves con qué frecuencia, metes a las personas en tus problemas.

De un solo movimiento se incorporó de su asiento, he hizo señales a su equipo para que rastrearan el origen de la llamada. En tanto.

-       ¿De qué problemas hablas? Vamos a hablar para buscar una solución, esas pobres mujeres no tienen la culpa. ¿Dime tus condiciones?

-       Sin hacer caso a las palabras del detective, el sujeto continuaba- El próximo martes trece, ejecutaré a mi víctima número veintisiete, dos días más tarde a la veintiocho, y tres días después de esta a la veintinueve. Esta vez te haré llegar unas pistas para que puedas encontrarlas con tiempo, sí, con tiempo para detenerme antes de acabar con mis víctimas treinta y treinta y uno.

-       ¡Vamos, dime tus condiciones y terminemos con esto!


-       Te preguntarás por qué te daré la oportunidad de contenerme antes de los crímenes treinta y treinta y uno, ¿verdad?

-       Si aclárame – dijo Mario- Se trata de aquellas personas que te esperan todos los días, a quienes no les das la oportunidad de disfrutar de tu compañía cuando más lo necesitan. ¿Está claro que todo es por tu culpa?

Al escuchar esa sentencia, Mario sintió un vuelco en el corazón, era indudable que se trataba de algo personal.

-       No sé de qué hablas ni a quienes te refieres. Dime qué te hecho para que tortures a esas personas.

-       Quizás cuestiones mis actos, y no solo eso, hasta mis misivas. Por cierto, las palabras que escribí en el estómago de la chica también son para ti, considéralas un complemento de esta llamada. 

Te debo la relación que tienes con cada una de ellas. Lo haré en distintas entregas, como las novelas de antes, ¿recuerdas?… Pronto tendrás noticias de mí, ¡claro!, unos días después de cada crimen.

-       ¡No cuelgues!… ¡Te prometo que te encontraré!

Solo es escucho el sonido de la línea telefónica. Mario, pregunto si habían podido rastrear la llamada. No, no lograron ubicarla.

Los homicidios se realizaron en las fechas programadas. Con cada homicidio, había una pista que Mario y su equipo fueron armando. Se aproximaba la víctima treinta, cuando por fin tenían indicios del sujeto y las posibles víctimas.  Así que organizaron una cacería.

Mario avanzó a través del complejo abandonado. Las paredes, a medio caer, dejaban a la vista cables y conexiones de todo tipo; el suelo, levantado en muchos lugares, sostenía una gran cantidad de polvo y restos de la construcción. No había demasiados muebles, y los que quedaban, estaban en su mayor parte destrozados.

Se internaron en otra habitación, luego en otra, y así sucesivamente. El sudor resbalaba por la cara de Mario, se acumulaba en la nariz, y después caía sobre el suelo polvoriento.

Demasiado silencio. ¿Estaría muerto el homicida? ¿o simplemente había decidido aceptar su destino?

Dio otro paso. Un tintineo desvió su atención. Después un ruido ahogado y movimientos descoordinados.

-       ¡Granada! – gritó uno de sus hombres.

Pero para Mario y su equipo ya era tarde. Nunca cumpliría su promesa.


Lunaoscura

Las animas de la Venta

El viento gime envuelto en un halo húmedo y frío. Un portón es sacudido y golpea una pared no muy lejos.  Ariana, avanza penosamente rodeada de extrañas sombras que parecen observarle con hostilidad. Apenas puede ver hasta unos pasos delante de ella. Sus piernas flaquean.

Unos pasos más allá, se encuentra con dos enormes cuevas que se asemejan a dos cuencas vacías. En la parte de arriba, corre la avenida Camino Real a Toluca.

Decide seguir adelante pegándose a una de las paredes de la calle. Sus dedos recorren con rapidez las heridas del muro, palpando grietas, agujeros y deterioro. Un poco más adelante, hay una puerta entreabierta.

Ariana la empuja y consigue entrar en un estrecho pasillo. El viento aúlla al entrar en la casa y ella se estremece. Su corazón late desenfrenado.

La estancia está repleta de objetos extraños cubiertos de polvo y una alfombra descolorida. Uno de los objetos brilla a pesar del polvo que lo recubre. El objeto es cuadrado y tiene algo parecido a dos cuernos metálicos sobre él.

Decide llevarse consigo aquella cosa, pero descubre que pesa bastante. Ariana tira de ella y la levanta, cuando se dirige a la puerta algo tira de ella y se la arrebata de las manos. El objeto estalla en pedazos y diversos objetos caen sobre una puerta que es arrancada del enmohecido marco.

Ariana grita y se encoje aterrorizado, pero pronto descubre que nadie va a atacarle. No sin cierta dificultad consigue arrancar una cuerda de la caja cuadrada y brillante, pero ahora, ya no es ni cuadrada ni brillante, está hecha pedazos.

Camina sobre la puerta caída y entra en una pequeña habitación de paredes blancas, llena de velas, veladoras y flores marchitas, y con una ventana al fondo.

Se acerca a la ventana, solo ve la bruma parda y espesa. En ese momento, creyó escuchar unos susurros. En un primer momento no sabe lo que es, pero aguza el oído, y en efecto, se escucha una especie de letanía, recitada por varias voces.

Saca medio cuerpo por la ventana, e intenta ver a través de la neblina, una vez que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, enfrente de ella están las dos cuencas vacías, parecía que la observaban reprochándole su atrevimiento. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y desvía la mirada a la derecha, cuál fue su sorpresa, una especie procesión de varias personas que cantaban al unísono una oración, se iba acercando.

Silenciosamente, se oculta para no ser vista. Minutos después, una veinte de personas vestidas de negro y cubiertas con velos negros y de un caminar lastimero, desfilaban frente a ella, para perderse en el fondo de las cuevas.

Una vez, que entraron, un silencio profundo invadió el espacio por unos segundos, para que acto seguido, gritos, llanto y lamentaciones se escucharan junto a un ruido de metal retorciéndose y un sonido sordo.

A Ariana, la sangre se le heló en las venas. Así que era cierto, siempre había pensado que la historia era un cuento de niños, pero ahora no podía negar las evidencias. Las lágrimas brotaron de sus ojos. Eran las almas en pena de las personas que habían fallecido en el descarrilamiento del tren de la Venta en mil novecientos cincuenta y tres.



Lunaoscura

martes, 20 de junio de 2017

Las brujas

Aquella tarde como todas las demás llegué cansado y adolorido a casa. Mi jefe, como cada día, había estado gritándome por lo mismo de siempre y, como siempre, me había obligado a realizar trabajo extra, o sea, ¡un día normal!

Lo que más apetecía, era llegar a mi cama, acariciar a mi perro y tirarme a ver televisión, pero este día no sería posible.

Me quité los zapatos para no hacer ruido y subí a mi habitación. Me desvestí rápidamente y cogí mi esquijama negro del armario. Después la escopeta y me dirigí a la cocina, necesitaba provisiones.

Poco a poco recorrí las habitaciones hasta llegar a la escalera. Subí a la azotea y bebí trago tras trago todas las cervezas con las que me aprovisione.

El tiempo pasaba, la luz se desvanecía en el ocaso. No sabía si aguantaría el equilibrio o caería, pero si eso sucedía, sería por una buena causa, pensé.

Una voz dentro de mi cabeza, susurro “Shhh, que vienen, están a punto de llegar…”

Se alertaron mis sentidos, no veía ni oía nada, hasta que al final las vi. Las brujas volaban sobre sus escobas y se acercaban a gran velocidad. Llevaba dos semanas esperando este momento. Cargué la escopeta, apunté como pude, y sin vacilar, le disparé a una cuando sobrevoló sobre mi cabeza...

Lo siguiente que recuerdo, es la extraña sensación de estar atado y unos seres diminutos, vestidos de blanco… Supongo que fui hechizado con uno de sus maleficios.


Lunaoscura

Una noche de verano

Martín se dirigía como todos los días a su casa, pero esa noche tenía algo especial, una brisa gélida acompañada de una densa neblina la envolvía y la calle estaba totalmente desierta, cosa que no era normal porque estaban en verano y generalmente las personas salían hasta tarde a la calle.

El único sonido que percibía era el retumbar de sus pasos sobre las baldosas, sin embargo, tenía una sensación de zozobra, una angustia lo invadía. Acelero el paso, de forma súbita un alarido sobrehumano, lo clavo al piso, un choque eléctrico le recorrió el cuerpo, el corazón se le acelero, sentía sus palpitaciones en el cuello y su respiración era entrecortada.

Lentamente giro la cabeza a la izquierda, la brisa se hizo más creciente, las hojas de los arboles hacían un chasquido agudo al chocar entre sí, no veía nada, pero unos pasos se acercaban a él. Un sudor frío le perlaba la frente y sentía que el corazón en cualquier momento se detendría.

Bruscamente, unas manos lo tomaron por los hombros, eran tan fuertes que le produjeron un intenso dolor. En un solo movimiento, lo giraron en su propio eje, Martín quedó de frente a un espectro.

El ser era impresionantemente fuerte, alto, pero no tenía rostro, vestía harapos desgarrados de lo que había sido una túnica negra. Unas lágrimas ardientes se deslizaron por las mejillas de Martín, el pavor se había apoderado de él y una certeza de final lo inundó.

Una voz profunda se hizo escuchar, “es hora de unirte a los demás”.

Martín, percibió el hedor que desprendía el monstruo, sintió desvanecerse, pero el ente no lo dejó caer, lo seguía sujetando fuertemente por los hombros. En un instante, unos alaridos desgarradores, invadieron el espacio, antes de perderse en la oscura nada, pudo observar que, se acercaban de todas partes cientos de ánimas descarnadas que extendían sus brazos hacia él.


Lunaoscura

viernes, 16 de junio de 2017

Olvido

La noche tiene sabor a nostalgia,
húmedas y frías campanas
lloran un adiós.

Sentimientos rotos en la soledad,
recuerdos marchitos;
lamento agónico de la realidad.

Karma

Una tarde Martha, se apostó en la entrada del edificio de departamentos en donde vivía con Mauricio, su marido, con la intención de seguirlo y pillarlo en alguna movida.

Mauricio, no tardó en aparecer, pero en vez de entrar al edificio continúo de largo con paso firme y decidido, Martha lo siguió con precaución.

No abordo su coche, si no siguió caminando por la avenida varias cuadras más, finalmente, dio vuelta a la derecha, se detuvo frente a un portón abierto y tras confirmar el número entró sin más dilación.

Martha, no comprendía lo que estaba pasando hasta que al doblar el primer tramo de las escaleras reconoció el lugar. Quiso gritar, pero de su garganta no salió ni un sonido.

Desesperada subió las escaleras, llegó, justo a tiempo para ver cómo Carlos abría la puerta de su departamento ante los insistentes timbrazos, y para contemplar la cara de incredulidad de su amante cuando su marido le clavó en el corazón un cuchillo.


Lunaoscura

Dejando ir…

Dejo ir aquellas aves de plumaje multicolor que con candor e inocencia me iniciaron en el camino del amor, con los que provee las primeras salinas gotas de perdida. Le digo adiós, aquel ser que despertó el deseo de perpetuar de mi paso en este mundo. Hoy solo hay dos hebras de luz de mi ser y su ser. Liberó, aquellos quereres con los que descubrir lo fuerte que era para iniciar una vez más, a pesar, de las cicatrices y desconsuelos.

Aprendí que todo se marcha, todo nos deja seguir. Lo que algún día tuvo comienzo tiene su fin. Cuánto camino hicieron mis pasos, hoy solo somos lluvia en un río de mil recuerdos. Les doy su libertad, en un acto de amor infinito por mí, sabiendo que me harán florecer en su recuerdo, es el momento de aligerar la carga para dejar espacio al nuevo mañana.


Lunaoscura

miércoles, 7 de junio de 2017

Contrición

La noche cubría con su manto de oscuridad al cielo. En mi rostro, siento la brisa gélida, susurrando palabras en un idioma tan antiguo como el tiempo. La luz de la luna, es lo único que iluminaba el bosque, justo como a mí me gustaba, de modo que salí de mi guarida, las ruinas de esta vieja casa abandonada. El silencio era lo único que se oía, un silencio tenso e incómodo.

Encubierto con las sombras, cruce a gran velocidad el bosque, sin hacer ruido al pasar entre el follaje, sintiendo el aliento glacial de la noche en mi piel. Me sentía libre, me sentía yo mismo en mi elemento, a pesar de que apenas se podía ver, mis ojos estaban adaptados a esa oscuridad. Era el dueño de la noche.

Llegue al lindero del bosque, un poco más abajo, estaban las luces de los faroles y de las casas del pueblo. Una corriente tibia llegaba hasta mí, traía consigo ese olor que revoluciona mis sentidos, ese dulce aroma ferroso que me hacía perder el control.

Desbocado me dirigí al pueblo, atraído por el aroma. Al llegar, mi descontrol aumento, los olores eran muchos, más variados, más específicos, y me relamía los labios, de solo pensar.

Camine por las calles más oscuras para no ser descubierto. Algunos humanos salían de los bares, con música estridente, olían a alcohol y a tabaco, reían entre ellos y paseaban por la calle dando tumbos.

¡Qué asco! Así no se podía disfrutar de una cena decente, venas llenas de alcohol y pulmones apestando a humo… cada día los humanos se empeñan en estropearse más y más, pensé.

Seguí errando por esas calles en busca de algo más apetecible, más sano. De repente, mi olfato detectó un aroma bastante apetecible. Perseguí el rastro, unas calles más abajo, hallé a una chica joven, que salía de otra taberna, pero a diferencia de los otros, olía de manera exquisita.

Sigilosamente fui tras ella, al principio no pareció percatarse de mi presencia, eso me empiezo a aburrirme, de modo que decidí jugar un poco con ella, a pesar de que mi madre me decía siempre que “con la comida no se juega”.

Intencionadamente, hice ruido con mis pasos para que me escuchara, unos segundos después, ella se vuelve. Me ve quieto bajo la luz de una lámpara, mirándola de reojo. Ella sigue caminando, pero esta vez un poco más rápido, yo repetí la jugada un poco más adelante. La tercera vez, se dio cuenta de que la estaba siguiendo e intentó despistarme girando bruscamente en la esquina de una calle.

¡Ahora comenzaba el juego!

Me deslicé por las calles con movimientos felinos, pasando de vez en cuando cerca de ella, y otras veces lejos, para despistarla aún más. Ella, empezaba a ser presa del miedo, echó a correr con todas sus fuerzas en cualquier dirección. He de decir que, para ser una simple humana, corría bastante rápido, pero, aun así, no lo suficiente como para superarme.

Logré llevarla a un viejo almacén que había a las afueras del pueblo. Ella se metió en él pensando que lograría esconderse, se refugió tras unos montones de cajas que había en una esquina.

Su respiración era entrecortada, jadeaba de cansancio, y la sangre bombeaba con más velocidad por sus venas. Podía escuchar los latidos de su corazón desde mi posición.

La boca se me hizo agua cuando la sorprendí por detrás, cogiéndola de los brazos y empujándola hasta la pared. Apreté mi cuerpo contra el suyo, sintiendo sus formas femeninas y el temblor de su cuerpo. Ella intentaba, sin éxito, gritar para pedir auxilio, yo disfrutaba del momento, olí su cuello, deslicé mis labios por él, seguramente ella pensaba que la iba a violar.

-       ¡Po… por… favor…!

Su voz apenas era audible, sollozaba y temblaba de terror, yo sonreía ante su impotencia y su debilidad… Mi sonrisa se borró, como si un témpano de hielo, se la hubiera llevado, la miré a los ojos. Eran los ojos más hermosos que jamás había visto, de un color verde esmeralda, empañados por las lágrimas que afloraban de su interior.

Me detuve, no fue solo su belleza, sino su mirada. Suplicaba que le perdonara la vida. Aunque no me había hecho nada, suplicaba mi perdón… ¡A mí!

No pude continuar, no pude matarla, la solté, ella cayó al suelo y se echó a llorar. Miré por un momento mis manos, empezaba a aterrarme de mí mismo.

Los momentos siguientes fueron algo confusos. Solo recuerdo que le pedí perdón. Acto seguido corrí, corrí con todas mis fuerzas, tan rápido como el viento. No volví a mi guarida, no volví a mi bosque, solo corrí, intentando huir de lo que me había convertido.

En aquel pueblo dejé al monstruo que había poseído mi alma y mi cuerpo, y juré que nunca volverlo a dejarlo salir, aunque esa fuera la causa de mi muerte.

Durante algún tiempo vague como un alma en el purgatorio, hasta que, en un acto de contrición, ingrese a esta comunidad de hombres del Señor.


Lunaoscura

Epifanía

La tarde era sofocante, las lluvias de los días anteriores y el calor del verano, me asfixian. Huyo al balcón de mi departamento, en un acto de franca rebeldía, hoy no tejería con los hilos de la rutina.

Ante mis ojos esta el Periférico, en su continuo flujo y reflujo, un río interminable de ruidos de motores y cláxones. Esta vía se había considerado la solución de vialidad para la Ciudad de México, craso error, la mancha urbana se la había devorado convirtiéndola en un gran estacionamiento.

Una mujer camina a toda prisa sobre la avenida Observatorio, es de edad mediana y tez morena. No obstante, su prisa, en el trayecto se va acicalando, es obvio que acude a una cita.

Se detuvo en uno de los puentes que cruzan Periférico. Respiro profundo, alació su pelo, y comenzó ascender. Con cada escalón conquistado, volteaba como esperando ver algo.

Se detiene en el primer descanso y echa una mirada a su alrededor. Continua hasta estar sobre el puente, nuevamente divisa el panorama.  Al llegar al otro extremo del puente, lo descendió a toda prisa, me hizo suponer que llegaba tarde a su compromiso.

Durante varios minutos, miraba una y otra vez los autos que se acercan, aparece en su rostro un pequeño destello de esperanza, para inmediatamente dar paso al rictus de disgusto que ha marcado su rostro los últimos treinta minutos al descubrir que ese que viene no es a quien espera y que pasa de largo.

Me da una enorme tristeza. La han dejado plantada. Los minutos pasan, el porte de la mujer va menguando, la desesperanza la inunda, así como las lágrimas que anegan sus ojos.

Veo entonces que un auto convertible se aparca al lado de la mujer. De él desciende un hombre muy alto y musculoso. A pesar de la distancia, noto claramente que tiene la tez morena, una barba de candado y unos ojos que refulgen como el fuego mismo.

Se acerca a ella y le tiende elegantemente la mano. Ella mira hacia todos lados intentando encontrar la salida.  El hombre sigue allí, quieto, como si algo lo mantuviera adherido al suelo.

Ella duda un instante. Tiende su mano al aire, él la toma y con un ágil movimiento la guía al auto, caminan unos cuantos pasos, repentinamente ella, detiene la marca.  El hombre sorprendido, articula algunas palabras, ella esta con la cabeza gacha y su postura denota abatimiento.

Él le levanta la cara, es evidente la tristeza de ella. Después de un breve intercambio de palabras, el hombre se aleja y sube a su auto. La mujer por unos minutos, se queda quieta, no hay ninguna expresión en su rostro, solo su mirada se pierde a la distancia.

Poco después, inicia el recorrido de regreso. No vino nadie por ella.

Estoy a punto de bajar corriendo para abrazarla, para decirle que la entiendo, cuando, desde el interior del departamento, una voz inconfundible, grita:

-       ¿Qué estás haciendo?

Y estoy a punto de contarle lo que acaba de suceder, pero me contengo.

-       Nada. Viendo los autos.

Elvira, me dijo más de una ocasión que, las epifanías son de quien las viven, y de nadie más.



Lunaoscura

martes, 6 de junio de 2017

Sibilina

La calle respiraba fuego, húmedos cuerpos deambulan en la noche, en que mis pasos temblaron ante tu puerta. La luna nos envuelve en la blancura del anonimato.

Tú no te rendías, pero mis artes luciferinas surtían finalmente su efecto. Caíste como Adán, ante mi dulce veneno. Cuando la luz empieza a despuntar, vuelve a ti la culpa y te encierras en tu atalaya de cristal, arrepentido por quebrantar tus mandamientos. 

Más yo, Eva sin principios, serpiente tejedora de mágicos ungüentos, luché contra esas huestes tuyas del miedo. Y vencí al maldito hombre desdichado que tiene que elegir entre el amor y el deber, ese Lancelot que llevas dentro.

Hoy, que tu pecado ya ha sido perdonado, vuelvo a sentir que la calle respira fuego y la luna llama al anonimato. 

Lunaoscura

Esperanza

Tenía las manos llenas de ilusiones. Sus ojos eran vivos, chispeantes, creía y confiaba en su suerte. Solo soñaba con tocar una estrella, cada día intentaba volar un poco más alto, siempre hacia arriba, siempre hacia el cielo. Su existencia era un paseo de anhelos, de besos claros, de amores y desamores, de llantos, pero nunca de vacíos.

Más en un instante, cayó de esa emoción de sentirse viva y se hundió en el fango de la rutina. Se sintió sucia, cruel, vencida. Intentó volver a ser su recuerdo, más no pudo, no la dejaron.

Su sonrisa se transformó en una mueca, sus ojos se tornaron opacos y sus manos ya no sostenían los efímeros sueños. Con desesperanza, se retiró a una prisión con barrotes de melancolía, pero era asaltada continuamente por entes de los que manaban palabras envenenadas de una falsa comprensión y un acartonado afecto.

Decidió desertar de la mentira. La encontraron abrazada a su muñeca preferida, con una sonrisa en los labios. Hoy, existe como un recuerdo que apaga la cólera de una tarde cualquiera, en la que ya no está ella.



Lunaoscura

Eclipse

Aún no sé si fui yo,
la culpa se extravió,
desperté y la nada;
beso del silencio.

Una lagrima a un costado,
un vació enfermo
se impregnó de soledad;
espacio suspendido.

Quién te dijo
que era insensible yo;
maquillando cicatrices
entre llamas de dolor.

Lo confesabas en tu descenso,
presentimiento en lo incierto,
para escapar existen pretextos;
desinfectando recuerdos.


Lunaoscura

La última vez

Deambulando entre las calles oscuras, mi mente trajo esos días que mi soledad fue sorprendida con un amor fugaz e inesperado.

Estaba consciente que solo había sido una fantasía, porque nos habíamos conocido a destiempo, pero no puedo negar que dejó en mí una huella imborrable.

Había pasado tiempo, y no deseaba buscarlo o querer saber algo de su vida, pero la vida, no tenía los mismos planes.

Una tarde, recorriendo esos lugares que alguna vez me ilusionaron, y deseando encontrar bajo su cielo las musas perdidas en estos años estériles. Necesitaba descansar, después de una larga caminata, por eso entre en un pequeño restaurante.

Me ubique en una mesa lejos del bullicio de los comensales, buscaba la privacidad de pasar inadvertida. Después de algunos fallidos intentos para pedirle el menú al empleado, alguien se apiadó de mí y vino en mi salvación.

Al levantar la mirada para ver quién era el buen samaritano, mi corazón dio un tumbo en mi pecho. Esto no era una simple casualidad, esto era obra del destino que volvía a unir a las almas gemelas.

Su mirada se iluminó al verme y, yo no pude reprimir mis sentimientos que, rápidamente trajeron a mi mente el recuerdo de ese último encuentro. Aquellas sensaciones volvían a recorrerme, nunca pude olvidar el sabor de sus besos, ni el calor de su cuerpo.

Obvio, nosotros ya no éramos los mismos, pero estaba segura de que seguíamos unidos por esa poderosa energía que alguna vez nos unió.

Sin pensarlo, me levante para abrazarlo.

-       ¡Es el abrazo más deseado en todos estos años! - dijo a mi oído apretándome fuerte contra su pecho. - Te he echado mucho de menos.

Me contuve para no besarlo. Seguía igual como yo lo recordaba, con ese aire misterioso y sereno que siempre me atrajo.

Se sentó junto a mí, ordenó vino para acompañarme.  Yo estaba nerviosa y lo percibió.

Me invito a beber de su copa, mientras su mano buscó mi rostro, sus dedos se fueron deslizando suavemente por mi cuello buscando tranquilizarme, pero solo logró que recordar sus caricias en la intimidad.

Mientras hablábamos como si hubiese sido ayer la última vez que nos vimos, me di cuenta de que este tiempo alejados no hicieron desaparecer la pasión entre nosotros.  Lo deseaba mucho, quería salir urgentemente del lugar y quitarme esas ganas de él. 

-       ¡Hace mucho calor aquí! – dije- Necesito aire fresco.
-       Está lloviendo... ¿quieres ir a mi casa?

Nuestras miradas se entendían, sabía lo que deseaba.  Mi pasión por ese hombre era más fuerte que los compromisos que tenía. Me dejé llevar por mis instintos.

Salimos del lugar, buscando ese refugio para amarnos. Me sentía feliz... muy feliz, como hacía mucho tiempo no lo era...

La noche fría y borrascosa hizo su magia, caminamos por esas calles solitarias bajo la lluvia helada. En cada oscuro rincón que encontrábamos, nos deteníamos para besarnos y tocarnos. Cada beso, hacía que una oleada de escalofríos invadiera mi cuerpo y mi alma.

-       ¡Llegamos! -dijo- abriendo la puerta e invitándome a pasar.

Entramos a una sala de estar. Me quité el abrigo húmedo, el frío comenzaba a calarme los huesos y necesitaba calor.

-       Quítate todo. Quiero verte desnuda y ven conmigo aquí.

Puso unas mantas sobre el piso de madera y comenzó a sacarse la ropa. Camine desnuda hacia él buscando el abrigo de sus brazos. Lo besé, eran los besos más deseados y apasionados que hacía tiempo no daba.

Colocó sus manos en mi cintura, me atrajo hacía su cuerpo, envolviéndome en su calor. Sentí su virilidad contra mi pubis frotándose con firmeza y suavidad, ahora éramos una sola piel bailando en la lubricidad. 

Estaba sedienta de su amor, me dejé amar. Me amo de punta a punta, cubriendo mi cuerpo con besos, sin dejar nada por explorar... Tomé las riendas y cabalgué sobre mi amado, mirándome en sus ojos embelesados ante los vaivenes de mi cuerpo. Se aceleraba, hasta que una ráfaga ardiente se esparció por mi vientre, haciéndome estallar de placer y quedar tendida sobre su cuerpo.

Mientras mi corazón recobraba la calma, lentamente me recosté bocaabajo y él comenzó a besar mi espalda, sabía muy bien que me encantaba. Seguimos probando todas las delicias amatorias que añorábamos como si fuese la última escena de amor.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, entre mis deseos y los suyos, solo sé que estuve hasta que terminé exhausta y dormida entre sus brazos, agradecida por volver a encontrarlo, tal vez, por última vez.



Lunaoscura