miércoles, 21 de febrero de 2018

Hasta que la muerte los separe

Como cada día, se levanta royendo la almohada. Se revuelve y para el despertador de un golpe. Bosteza a la vez que se rasca los legañosos ojos y echa un vistazo a su marido.

Se inclina y le susurra al oído que van a llegar tarde, él reacciona y se levanta para ir al baño, ella se va a la cocina a preparar un desayuno rápido. Después de unos minutos, y listo para la faena diaria, coge la taza de café que con esmero ella le ha preparado y bebe rápido.

En ese momento, una cabellera despeinada aparece en el umbral de la puerta, al tiempo que una mano le cubre un sonoro bostezo. Él pasa por su lado y le toca la cabeza a modo de saludo. El chico hace una mueca de aburrimiento y murmura algo inaudible. Con un gesto, se despide de ellos, tiene que trabajar.

Ella, observa como la puerta se cierra tras él, escena que se viene repitiéndose desde hace veinte años, suspira y continua con las labores propias de su oficio de madre y esposa.

Es tarde, el Sol se ha escondido, pero para él, el día le está saliendo redondo. Ya ha vendido casi todo. Decide llamar a su esposa para decirle que no lo espere para cenar, que llegará un poco más tarde.

Ella se preocupa, por supuesto, pero entiende que el trabajo de su marido es duro y que tiene que hacer cosas como esa de vez en cuando.

Justo cuando cuelga el teléfono, ve doblar la esquina a una señora mayor. Ella se fija también y esboza una sonrisa con su arrugado rostro. En cuanto llega a su altura, le da dos besos y le pregunta por la familia. Él responde con sinceridad y con una extraordinaria labia, consigue redirigir el tema hacia su mercancía. Como era de esperar, consigue venderle algo.

Por fin y después de unas cuantas ventas más, decide regresar a su casa. Si las cosas siguen funcionando tan bien, quizás le podrá comprar a su hijo esa consola nueva que tanto pide, y quizás le dé una sorpresa a su mujer. Sonríe.

Se interna en la barriada, en la que la mitad de las lamparas ya ni encienden y las prostitutas se agolpan en cada esquina. Ojalá el hijo no tuviera que terminar de crecer en un barrio como ese, es lo que piensa.

Mientras camina, contempla con sorpresa como un tipo desaliñado se acerca a él, mete la mano en su chaqueta y aparece es el cañón de una pistola. Sin pensarlo dos veces, vacía el cargador en su pecho y apenas se inmuta cuando el cuerpo inerte se estrella duramente contra el suelo.

El sujeto se inclina buscando en su chaqueta y los bolsillos del pantalón. Extraer el dinero, se da la vuelta y continua el camino. En las ventanas, la gente asoma su nariz, pero la vuelve a esconder en cuanto le reconocen.

En tanto, en su casa su familia lo espera, ese día era su aniversario de bodas, pero el destino había determinado que era el tiempo de separarlos.


Lunaoscura

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