domingo, 7 de agosto de 2016

Dante

Era una noche como tantas, Dante, se ocultaba entre las sombras, parecía fusionarse con ese sitio tan sombrío, tan oscuro y siniestro.

Una vez más estaba de caza, como llevaba haciendo en sus largos e intensos años de vida. Su existencia superaba los más de quinientos miserables años, siempre con la misma sed que lo consumía y acompañaba.


Observaba, atrincherado en la oscuridad a unas jóvenes que salían de un antro. Sus alegres y femeninas sonrisas, lo envolvían en una melodía y el olor de su sangre, satura su cabeza, aumentando su apetito y llevándolo a la locura extrema.

Con sigilo, fue tras ellas, no tenían conciencia que un monstruo, esperaba la ocasión para atacarlas. Al dar vuelva en una esquina, un vehículo estaba estacionado, todas excepto una, lo abordaron perdiéndose en la lúgubre calle.

La mujer que se había quedado, perceptiblemente agitada comenzó a avanzar con paso ligero, introduciéndose en un oscuro callejón.

Dante, no perdió tiempo y la siguió guardando distancia y calculando su próximo movimiento. No muy lejos de allí, estaba otro vehículo estacionado; las luces de las intermitentes, se accionaron cuando la mujer presionó el botón de mando. Por unos segundos, Dante quedó cegado, pero antes que la mujer alcanzara la puerta, la sujeto por el brazo y la obligo a girarse, quedando frente a frente.

El grito que amenazaba por salir de la garganta de la mujer, fue silenciado por la amplia mano del vampiro y con uno de sus brazos le rodeo la cintura. En tanto, en los oídos de Dante, retumbaba el eco de los fuertes latidos del corazón y el correr de la sangre que era bombeada a gran velocidad.

La mujer temblada, pero repentinamente se tranquilizó, ya no intento soltarse ni mucho menos huir. Los ojos de Dante, brillaban intensamente, reflejaban la luz de la luna que inundaba a la ciudad esa noche. Una sonrisa ladeada cubrió su rostro de rasgos duros y a la vez, bellos. No se podía negar, era un espécimen muy atractivo y hermoso entre los suyos, con su larga melena y su cuerpo musculoso de casi dos metros de estatura. Nunca había tenido problemas para atraer a sus víctimas.

Dante, estaba sediento, no podía perder más el tiempo, le ardía la garganta y un fuerte dolor le carcomía las entrañas. La tomó entre sus brazos y la llevó otro callejón de edificios abandonados. Lentamente la dejó apoyada contra la fría y gris pared de un viejo edificio. Se separó de ella, lo justo para poderla observarla, con lujuria en su mirada, recorrió su cuerpo.

La joven, llevaba puesto un vestido negro, de esos que se adhieren a la piel y dejan a la vista la forma de sus redondas y numerosas curvas. Sus pechos no eran pequeños, pero tampoco demasiado grandes. Aparentemente parecían firmes, pesados y presumiblemente de una textura suave. Sus piernas eran largas, bien formadas, perfectamente definidas y lo suficientemente fuertes como para poder aferrarse correctamente a sus caderas cuando él la tomara. Inconscientemente se relamió los labios, anticipando la gloria que vendría después, cuando finalmente la probase y se fundiera con ella. Realmente había cazado una excelente pieza.

Se acercó a ella con paso decidido, acortando los escasos metros que los separaban. Su enorme e imponente cuerpo cubrió al de la joven, sus labios atraparon los de ella, fundiéndose en un hambriento y urgente beso. Su lengua intentó abrirse paso en la boca femenina, la cual no tardó en corresponderle y darle la bienvenida. Ambas lenguas chocaron una con la otra, acariciándose y fundiéndose como si fueran una sola.

Un gemido de placer escuchó, la chica, se arqueaba sensualmente con aquel beso tan apasionado e intenso. Su cuerpo ansiaba más, necesitaba más, por eso se presionaba contra él.  Su mano se posó en la nuca del vampiro, sus finos y largos dedos se introdujeron en la cabellera masculina, entrelazando y jugando con sus largos y espesos mechones. La otra mano, vagó perezosamente hasta la altura del trasero de Dante, presionando más hacia ella, para sentirlo más cerca.

Dante, no perdió el tiempo tampoco, mientras su boca seguía devorando a la excitada mujer, una de sus manos atrapó uno de sus redondos senos y jugó con él. Mientras, su otra mano, alcanzó uno de sus desnudos muslos, instándola a subirlo. Más tarde, las piernas de la mujer se aferraban a él como si le fuera a ir la vida en ello.

El vestido, se había subido lo suficiente para dejar a la vista sus blancos muslos. Dante, terminó de plegar la arrugada tela, hasta dejarla por encima de la cintura. El aroma de la femenina lo golpeó de lleno, provocándole una reacción primitiva en los vampiros; sus largos y puntiagudos colmillos salieron de sus encías para mostrarse en toda su plenitud.

Estaba más que preparado para darse un festín. Así como, su palpitante virilidad, pero todavía era tiempo, aún tenía que degustar mejor a su presa.

Su experta lengua descendió lentamente, bajo por el elegante y esbelto cuello de la mujer y alcanzó su escote. Ella, en respuesta, arqueó la espalda hacía atrás, levantando más su pecho para que él pudiera tener mejor acceso. Mientras, continuaba acariciándolo. Su agitada respiración retumbaba en la calle, junto con sus débiles gemidos y jadeos.

Dante, tenía que silenciarla antes de que su presencia fuera delata a algún transeúnte. Volvió a besarla, ahora con más intensidad, con más urgencia, con más lujuria, en tanto, su mano acariciaba el muslo desnudo, pero se volvió codiciosa y se atrevió a ir a más.

Cada vez bombeaban con más fuerza, las venas de la mujer, llamándole, recordándole el sabroso sabor metálico que tenía para su disfrute. Con un solo movimiento, comenzó a arremeter una y otra vez, con largas y profundas embestidas, el placer era inmenso, solo era comparable al éxtasis que se sentía cuando cumplía con sus deseos.

Cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, se acercó a su cuello y la mordió. Sus afilados colmillos perforaron profundamente la piel, produciendo unos pequeños orificios por donde comenzaban a salir la deliciosa sangre.  Dante, tragó con avidez, dejó que el espeso líquido rojo, se derramase por su garganta, calmando su sed y apaciguando el dolor de sus entrañas. En ese momento, la mujer llegó al clímax, no sintió dolor alguno, simplemente notó una sensación electrizante que la hizo gozar de tal manera que aceleró la llegada de su éxtasis.

Una vez que se satisfizo, Dante, lamió las pequeñas heridas para que cicatrizaran y se separó de ella. La mujer casi pierde el equilibrio cuando se alejó de ella, estaba un poco débil. Caballerosamente, Dante acompañó a la mujer a su vehículo. Sin mediar palabra alguna, Dante, se dio la media vuelta, volvía a su vida cotidiana.


Lunaoscura

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