domingo, 17 de mayo de 2015

Buenos amigos

Esa tarde de viernes era como cualquier otra, hasta el momento en que sonó el teléfono, era Jorge, su mejor amigo, de esos que se puede perder por poco o mucho tiempo y cuando regresa, solo basta con mirarse a los ojos para saber que no ha cambiado nada.



 Quedaron en verse, esa noche en el departamento de Ana, tenían tanto que platicar.

Ana llegó a su departamento y minutos después llegó él. Alto, apiñonado, de ojos azules y con un cuerpo espectacular.

¡Wow! Divino como siempre.

Traía un ramo de rosas, esas que a ella le fascinaban, se sentaron en la sala, platicaron alegremente de sus aventuras, de los amigos comunes, de todo.

Con esa confianza que da la amistad de años, Ana decidió ir a su recámara a ponerse cómoda. Regreso a la sala con unas fachas dignadas de fotografiar, con su camisón viejo y demasiado corto, adornaba la indumentaria, con unas pantuflas de conejitos.

Desparpajadamente, se dejó caer en un sillón, sé coloco uno de los cojines entre las piernas y siguió conversando, ante la mirada de burlona de Jorge.

Él no paraba de reír y Ana lo amenazaba, si continuaba burlándose, ya no volvería a platicar con él. Como respuesta a su amenaza, Jorge le lanzó un cojín, ahí empezó una guerra de cojines.

Jugaban como dos chiquitines, hasta que en un ataque, Jorge se abalanzó sobre Ana para hacerle costillas, después de unos minutos ambos se quedaron mirándose a los ojos, sin decir palabra, mientras sus manos empezaron a acariciarse, en ese momento, había un ambiente de sensualidad y mucho deseo.

Él se levantó, extendiendo la mano, ayudó a Ana a incorporarse, Jorge la abrazó por la espalda, apretando su cuerpo contra él. Era maravilloso sentirlo tan junto, en ese momento, no podía pensar, solo podía sentir como vibraba su cuerpo de deseo.

Le dio media vuelta y la besó apasionadamente, la recostó en el sofá, mientras se quitaba la camiseta, dejando al descubierto sus brazos y pecho fuerte, Ana estaba extasiada, sentía un fuego recorrer todo su cuerpo. Sabedor de su atractivo, se quitó el pantalón, su cuerpo era una invitación que Ana no podía rechazar.

Se aproximó a ella, iniciando un juego de caricias mutuas, él se mecía fuerte y ella quería cada vez más. Jorge la complacía hasta hacerla llegar al clímax al tiempo que él la inundaba.

Minutos después, Jorge la abrazó dándole un beso tierno en la frente, nuevamente, se sentaron en la sala, continuaron conversando como los mejores amigos. No hubo promesas o reclamos.


Lunaoscura

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