martes, 6 de junio de 2017

La última vez

Deambulando entre las calles oscuras, mi mente trajo esos días que mi soledad fue sorprendida con un amor fugaz e inesperado.

Estaba consciente que solo había sido una fantasía, porque nos habíamos conocido a destiempo, pero no puedo negar que dejó en mí una huella imborrable.

Había pasado tiempo, y no deseaba buscarlo o querer saber algo de su vida, pero la vida, no tenía los mismos planes.

Una tarde, recorriendo esos lugares que alguna vez me ilusionaron, y deseando encontrar bajo su cielo las musas perdidas en estos años estériles. Necesitaba descansar, después de una larga caminata, por eso entre en un pequeño restaurante.

Me ubique en una mesa lejos del bullicio de los comensales, buscaba la privacidad de pasar inadvertida. Después de algunos fallidos intentos para pedirle el menú al empleado, alguien se apiadó de mí y vino en mi salvación.

Al levantar la mirada para ver quién era el buen samaritano, mi corazón dio un tumbo en mi pecho. Esto no era una simple casualidad, esto era obra del destino que volvía a unir a las almas gemelas.

Su mirada se iluminó al verme y, yo no pude reprimir mis sentimientos que, rápidamente trajeron a mi mente el recuerdo de ese último encuentro. Aquellas sensaciones volvían a recorrerme, nunca pude olvidar el sabor de sus besos, ni el calor de su cuerpo.

Obvio, nosotros ya no éramos los mismos, pero estaba segura de que seguíamos unidos por esa poderosa energía que alguna vez nos unió.

Sin pensarlo, me levante para abrazarlo.

-       ¡Es el abrazo más deseado en todos estos años! - dijo a mi oído apretándome fuerte contra su pecho. - Te he echado mucho de menos.

Me contuve para no besarlo. Seguía igual como yo lo recordaba, con ese aire misterioso y sereno que siempre me atrajo.

Se sentó junto a mí, ordenó vino para acompañarme.  Yo estaba nerviosa y lo percibió.

Me invito a beber de su copa, mientras su mano buscó mi rostro, sus dedos se fueron deslizando suavemente por mi cuello buscando tranquilizarme, pero solo logró que recordar sus caricias en la intimidad.

Mientras hablábamos como si hubiese sido ayer la última vez que nos vimos, me di cuenta de que este tiempo alejados no hicieron desaparecer la pasión entre nosotros.  Lo deseaba mucho, quería salir urgentemente del lugar y quitarme esas ganas de él. 

-       ¡Hace mucho calor aquí! – dije- Necesito aire fresco.
-       Está lloviendo... ¿quieres ir a mi casa?

Nuestras miradas se entendían, sabía lo que deseaba.  Mi pasión por ese hombre era más fuerte que los compromisos que tenía. Me dejé llevar por mis instintos.

Salimos del lugar, buscando ese refugio para amarnos. Me sentía feliz... muy feliz, como hacía mucho tiempo no lo era...

La noche fría y borrascosa hizo su magia, caminamos por esas calles solitarias bajo la lluvia helada. En cada oscuro rincón que encontrábamos, nos deteníamos para besarnos y tocarnos. Cada beso, hacía que una oleada de escalofríos invadiera mi cuerpo y mi alma.

-       ¡Llegamos! -dijo- abriendo la puerta e invitándome a pasar.

Entramos a una sala de estar. Me quité el abrigo húmedo, el frío comenzaba a calarme los huesos y necesitaba calor.

-       Quítate todo. Quiero verte desnuda y ven conmigo aquí.

Puso unas mantas sobre el piso de madera y comenzó a sacarse la ropa. Camine desnuda hacia él buscando el abrigo de sus brazos. Lo besé, eran los besos más deseados y apasionados que hacía tiempo no daba.

Colocó sus manos en mi cintura, me atrajo hacía su cuerpo, envolviéndome en su calor. Sentí su virilidad contra mi pubis frotándose con firmeza y suavidad, ahora éramos una sola piel bailando en la lubricidad. 

Estaba sedienta de su amor, me dejé amar. Me amo de punta a punta, cubriendo mi cuerpo con besos, sin dejar nada por explorar... Tomé las riendas y cabalgué sobre mi amado, mirándome en sus ojos embelesados ante los vaivenes de mi cuerpo. Se aceleraba, hasta que una ráfaga ardiente se esparció por mi vientre, haciéndome estallar de placer y quedar tendida sobre su cuerpo.

Mientras mi corazón recobraba la calma, lentamente me recosté bocaabajo y él comenzó a besar mi espalda, sabía muy bien que me encantaba. Seguimos probando todas las delicias amatorias que añorábamos como si fuese la última escena de amor.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, entre mis deseos y los suyos, solo sé que estuve hasta que terminé exhausta y dormida entre sus brazos, agradecida por volver a encontrarlo, tal vez, por última vez.



Lunaoscura

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