miércoles, 25 de enero de 2017

Fiesta en el cementerio

Aurelio, Chuco, Paco y Quique, habían decidido hacer algo excitante para aquella noche de día de muertos, algo extravagante y tenebroso. Pasarían la noche en el cementerio.


A las once de la noche, se reunieron en la vereda que los llevaría a su destino. A esas horas, todo estaba desierto, solo se podía escuchar el canto de las cigarras, pequeños destellos de luz de las luciérnagas y el crujir de la hojarasca. Los enormes árboles ocultaban el cielo con sus ramas, un viento frío y húmedo corría, lo que les obligó a abrocharse las chaquetas.

Cuando por fin llegaron al cementerio, la tarea principal era colarse sin que el velador los atrapara. El primero en acercarse fue Chuco. Miró a través de la reja. El silencio era sepulcral. La luna llena de aquella noche de otoño le daba un aspecto extraño al cementerio. Observó las lápidas repletas de flores recién colocadas por la víspera del día de muertos. Miró en dirección a la oficina en el cual se suponía que debía estar el velador. No había luz.

-       Muchachos -dijo en voz baja-, no hay moros en la costa.

El resto se acercó, uno a uno, se fueron colando al interior del campo santo. Mientras paseaban a través de las lápidas, el frío se hacía cada vez más intenso. Ninguno decía palabra. Podían sentir cómo el miedo, poco a poco, iba invadiendo en su pecho.

Después de unos cuantos minutos, se detuvieron, al lado de unas estatuas de ángeles, tal vez con la idea de que los protegieran, y sacaron las cosas para empezar con la fiesta.

Fueron pasando los minutos y, entre chistes, risas y trago y trago, los nervios por estar haciendo algo ilegal y por encontrarse rodeados de muertos se fueron disipando. El alcohol les fue desinhibiendo. Las risas se fueron elevando y todo parecía transcurrir con total normalidad.

-       Excepcional fiesta de terror -dijo Quique dándole una fumada al cigarro que acababa de encender-. Pensé que el cementerio daría más miedo.

Se puso de pie sobre una tumba y se abrazó a la figura de piedra que la adornaba. A Paco, no terminaba de gustarle. No se sentía cómodo. Vio cómo Quique besaba en los labios a la mujer de piedra y se puso en pie.

-       Va, Quique, no te pases -dijo al ver que la estatua representaba a la virgen.

-       ¿Qué? -dijo riendo con fuerza-. Solo le doy lo que nunca tuvo, pobre mujer ¡ja, ja, ja!
Aquello no tenía ninguna gracia. Estaban perturbando el descanso eterno de los que allí dormían. Desde un principio quiso negarse, pero como todos habían dicho que sí, terminó cediendo.

De repente, un extraño resplandor blanquecino, alumbro la parte más antigua del panteón.

-       ¡Diablos!, ¿han visto eso? —dijo Aurelio en voz baja cogiéndose del brazo de Quique.

-       ¡Vamos! -susurro Paco- veamos qué es.

A hurtadillas, se acercaron esquivando las tumbas que se encontraban a su paso. A medida que se fueron aproximando, el resplandor era más intenso y una neblina empezaba a desplegarse sobre ellos.

Se escondieron detrás de unos arbustos que cercaban el paseo central del cementerio y observaron en silencio. No podían creer lo que veían. Varias personas, giraban alrededor de una especie de remolino de donde emanaba el resplandor, recitando algo que parecían versos en una lengua desconocida.

-       ¿Quién son esos? —preguntó Aurelio algo confundido.

-       Valiente fiesta la nuestra -dijo Chuco – ellos sí que saben divertirse -le dio un codazo a Paco y añadió- No como tú y soltó una risilla.

En ese momento, los espectros guardaron silencio y se voltearon hacia ellos. Quique tiró de la chaqueta a Aurelio, obligándole a agacharse.

-       ¡Cállate estúpido! -le dijo.

Tras quedarse varios minutos en silencio, el grupo de extraños, fueron desfilando sin emitir sonido alguno hacia la parte más profunda del cementerio.

-       ¿A dónde van? —preguntó Paco cada vez más nervioso. Aquello no le gustaba. ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Y qué hacían a esa hora en el cementerio y recitando aquellos versos que se le antojaron macabros?

-       Esto no me gusta -murmuro Chucho- será mejor que nos vayamos.

Se puso en pie y se quedó mirando la fuente de luz blanquecina. Paco y los demás trataron de imitarlo, cuando de repente todo se tornó oscuro, silencioso y una corriente helada les calo los huesos y el alma.

Paco poso una de sus manos sobre su cabeza, tenía un dolor punzante que le golpeaba la sien. Miró a su alrededor, pero no se veía absolutamente nada. Intento erguirse, pero su cabeza chocó contra algo. Su corazón empezó a bombear sangre con fuerza. Con manos temblorosas, palpó a su alrededor. Estaba encerrado en algún sitio. La claustrofobia empezó a aparecer. Sentía que se ahogaba.

-       ¡¿Hola?! —gritó desesperado con la esperanza de que sus amigos lo escucharan - ¡Quique! ¡Aurelio! ¡Chucho! -Nadie contestó - ¡Por favor! ¡No tiene gracia!

La sensación de ahogo era cada vez mayor. Sus ojos empezaron a humedecerse, empezó a golpear lo que lo encerraba. Al principio pensó en un ataúd, su corazón se desbocó haciendo que golpeara con mayor fuerza, gripaba lleno de desesperación, pero luego, intentó calmarse. Debía estar calmado para pensar en el modo de salir de allí. Hacía frío, pero gotas de sudor resbalaban de su frente. El dolor de cabeza volvió, esta vez más punzante. Apretó su frente con ambas manos y aguantó la respiración hasta que pasó.

-       ¡Maldición! - sollozó- ¡Quique... no tiene gracia...!

El estómago le dio un vuelco, al escuchar un grito desgarrador. Sus ojos se abrieron como si quisieran salirse de sus órbitas y su respiración se hizo más violenta. Oía su propio corazón latir con fuerza. Otra vez ese grito, la piel se le erizó. Se quedó inmóvil. El timbre de voz le era familiar, intentó recordar de quién podía ser, pero el pánico lo devoraba de tal manera que era incapaz de recordarlo. Los gritos se fueron sucediendo cada vez más a menudo. Con cada alarido la voz perdía fuerza. ¿Qué está pasando? ¿Quién gritar?

-       ¡Aurelio!

¡Era Quique! ¡Acababa de oír la voz de Quique llamando a Aurelio! Golpeó con más fuerza. Con cada golpe sus manos temblaban de dolor, pero no podía rendirse. ¡Tenía que salir de allí!

-       ¡Suéltalo maldito! -grito Quique.

Paco se detuvo en seco. ¿Había alguien más? Agudizó el oído.

Se oyó otro golpe, Aurelio volvió a gritar. Un grito desgarrador. ¿Qué estaba pasando? Su cuerpo empezó a temblar, el miedo le inundaba, el corazón le palpitaba hasta sentirlo en el cuello.

-       ¡No! ¡Aurelio!

Parecía que Quique forcejeaba - ¡Hijo puta! ¡Suéltame! ¡Déjame cabrón!

De pronto un golpe seco se escuchó -Paco se paralizó.

-       No debieron haber venido, estúpidos… -dijo una voz cavernosa.

-       ¿Qué quieren, desgraciados? -oyó que decía Chucho entre sollozos.

-       ¿A caso, no es obvio? -la voz infrahumana respondió.

Esperó que Chucho respondiera, pero solo pudo oír un leve gemido de sorpresa.

Una serie de ruidos macabros tuvo lugar a continuación. Paco solo se acurrucaba para intentar controlar los espasmos que agitaban su cuerpo. Los ruidos, le recordaban a cuando se partían astillas, seguidos de un sonido gutural como de algo masticando de forma grotesca.

Un olor nauseabundo similar al del azufre se filtró al interior de su refugio, sintió ganas de vomitar, al azufre se le unió un olor ferroso. Algo goteó sobre su frente. Una gota cálida cayó desde la parte alta y cayó justo en el centro de su frente. Con el dedo la tocó. La acercó a su nariz, el olor ferroso era mayor. No podía ver, la oscuridad era absoluta, de modo que acercó el dedo a su boca y lo rozó con la punta de la lengua. El pánico se hizo mayor, sus manos comenzaron a temblar descontroladas y su mente a divagar aterrada. Era sangre. Lo que goteaba era sangre...

Quiso gritar para llamar a su amigo. Era él quién estaba… ¿Acaso la sangre...? Se tapó la boca con ambas manos e intentó mantenerse inmóvil para que nadie se percatara de su presencia.

Los segundos fueron pasando. El macabro concierto seguía. Esta vez los gritos eran de Aurelio. Era inconfundible, las lágrimas resbalaban de sus ojos mezclándose con la sangre que manchaba su cara.

El cansancio empezó a hacer mella en él. Se sentía mareado. Tenía náuseas por culpa del hedor que todo lo impregnaba. El terror que recorría cada célula de su cuerpo lo inmovilizaba.

Cuando el silencio volvió a reinar en el lugar, apenas podía mantener los ojos abiertos. Su mente había dibujado con nitidez cada ruido que escuchaba. Imaginó cada crujido, cada golpe, cada alarido. La imagen dantesca que se dibujaba en su cabeza lo dejaba incapaz de mover un solo músculo. Aurelio, Chuco y Quique… Los tres habían caído bajo aquella extraña imagen que se había dibujado.

Sus párpados le pesaban. Cedió un instante y cerró los ojos. Una imagen invadió su mente. Unos ojos llameantes y burlones, lo observaban con una frialdad aterradora. Abrió los ojos, con el corazón latiéndole desbocado, Luchó contra ese sueño soporífero que lo embriagaba, pero cedió al agotamiento de nuevo. Esos ojos seguían allí, pero esta vez los acompañó una extraña voz, una voz de ultratumba que le decía.

-       ¡Ven a mí! No te resistas… eres mi invitado…


Lunaoscura

5 comentarios:

  1. muy bien contado,correcto y con clima convincente,se ve que hay oficio e imaginación,me atrapó realmente ggracias..

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  2. Me encanto! Me intrigó desde el comienzo. Muy bue contado, muy buena historia! Gracias por compartirla.

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